En abril de 2022 saldrá al público mi próximo libro, Riesgos Líquidos. He querido compartir con ustedes un fragmento de las reflexiones que he hecho en torno al tema, que de alguna manera es una visión del futuro. Espero les resulte interesante.
Nuevas y complejas fuerzas modelan el mundo y fallar en comprenderlas no solo excluye, sino pone en riesgo al planeta, a millones de sus habitantes y la totalidad de las organizaciones sociales. En el vacío causado por la aceleración de la complejidad y la respuesta tardía en la comprensión de la realidad se crean peligros inéditos, pero con impactos devastadores sobre todos los órdenes de la vida.
Los peligros derivados de la incomprensión del mundo globalizado actúan a través de fuerzas que priorizan lo temporal frente a lo permanente, producen adicción al cambio acelerado y están signados por la contradicción y la incertidumbre.
Zygmunt Bauman en su tesis sobre la Modernidad y la Sociedad Líquida escrita hace más de tres décadas, cobra hoy, en los inicios del tercer milenio, más sentido que nunca. Es así porque la realidad ha dejado de ser un conglomerado sólido, estático, para convertirse en un fluido donde todo cambia a un ritmo tan acelerado, que ha borrado el concepto de lo permanente.
Con esta adicción al cambio, a la seguridad también se le están borrando sus referencias, pues muchas de ellas eran producto de la experiencia pasada, por tanto, ha llegado el momento de comenzar a buscar respuestas, por paradójico que parezca, en el futuro.
Los riesgos líquidos son la consecuencia inevitable de, por un lado, la aceleración de la complejidad impulsada por el desarrollo tecnológico y la globalización, y por el otro, de la incapacidad que tiene la sociedad para absorber y procesar el ritmo del cambio. Es en esa brecha de inconsciencia entre ambas que habitan nuevas y poderosas amenazas.
Un riesgo es líquido porque su forma muta y se adapta al entorno que lo moldea, es difícil de contener, se derrama con facilidad y si bien resulta intangible al momento de determinarlo con algún grado de precisión, sus efectos son muy reales. Estos riesgos líquidos han comenzado a manifestarse de múltiples maneras; ya no sólo se trata de las organizaciones terroristas globales, ahora estas fuerzas se mueven desde la inestabilidad política y la polarización de las ideas hasta la horizontalización del poder y el vertiginoso crecimiento de las verdades alternativas. Sin embargo, allí no se detienen: las nuevas áreas de negocios de la delincuencia organizada internacional, el poder abaratado de la inteligencia artificial, y la fragilidad de las reputaciones de personas y organizaciones frente a los embates de las redes sociales.
Hemos migrado del suelo firme y confortable de las certezas a los pantanos líquidos de la incertidumbre. Con la aceleración de la complejidad y la adicción al cambio el mundo se ha hecho menos predecible. Han desaparecido las relaciones lineales de causa y efecto mientras surgen nuevas y poderosas amenazas.
La mayor preocupación de la vida social e individual actual es prevenir que las cosas se queden fijas, que sean tan sólidas, que no puedan cambiarse en el futuro. Es una aversión a lo permanente y, simultáneamente, una adicción al cambio. Estos son tiempos en los que nada dura mucho, constantemente aparecen nuevas oportunidades que devalúan las existentes, no solo en lo material, también en las relaciones con los otros. Una veloz dinámica de lo temporal en la que desaparecen los asideros y las referencias se desvanecen en la brevedad.
Vivimos en un mundo líquido, dónde todo fluye, nada se contiene, todo se adapta a las formas. Todo muta, haciéndose intangible, pero con consecuencias muy reales.
En esta realidad líquida, llena de riesgos líquidos, estamos cerca de perder los paradigmas de la seguridad. Construir nuevas referencias es ese el reto más importante.
A pesar de la prolongada reflexión sobre los procesos de formación de riesgos líquidos, son varias las interrogantes que no he podido responder:
- ¿Podremos en algún momento comenzar a cerrar la brecha de los riesgos líquidos, o llegaremos quizás, a un punto en el cual sólo generemos certezas mediante la aplicación de algoritmos desarrollados por Inteligencia Artificial?
- ¿Es que acaso el ritmo acelerado del cambio tendrá algún tipo de límite impuesto por las propias fronteras del conocimiento?
- ¿Hasta dónde los individuos y sociedades podremos adaptarnos al exigente entorno líquido y lo podremos hacer antes que cualquiera de estas nuevas amenazas explote alguna vulnerabilidad en niveles catastróficos y genere cambios irreversibles?
Apenas comenzamos a conectar los puntos y a descubrir algunos patrones, pero estamos aún lejos de comprender completamente la naturaleza de tales riesgos, y poder mitigar sus efectos sigue siendo un reto inmenso.
He reflexionado sobre la conveniencia de hacer un análisis de los riesgos que impactan nuestro presente cuando estamos inmersos en ellos y rodeados de complejidad e incertidumbre. He pasado años buscando respuestas entre los pliegues de la historia reciente, pero también en los senderos que comienzan a demarcar el futuro.
Precisamente, porque estamos en los momentos de mayor duda, surgen las necesidades urgentes por entender. A veces, en medio de la más negra oscuridad la pequeña llama de una vela puede iluminar lo suficiente para saber dónde estamos y procurar que unos primeros pasos no se den en falso. No puedo, por tanto, escribir desde el sabio reposo que da el tiempo, sino desde la incontenible angustia de quien busca alguna certeza.
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