En estos días revisaba algunas notas que usualmente recolecto sobre temas de riesgo y me conseguí una declaración del papa Francisco de mayo de 2023:
El papa Francisco advirtió del riesgo de «autodestrucción» de la humanidad por lo que denomina la «Tercera Guerra Mundial en pedazos” (El Clarín 05 mayo 2023)
No es primera vez que el papa hace referencia a la Tercera Guerra Mundial, se lo he escuchado en varias ocasiones; lo que sí llamó mi atención fue la expresión “en pedazos”, que voy a aprovechar como punto de partida para desarrollar algunas ideas en torno a la naturaleza de los nuevos conflictos, conocidos como híbridos y que se enmarcan en mi visión sobre los riesgos líquidos.
La noción de una guerra en pedazos es en sí misma retadora. No se trata de un conflicto convencional que se pelea en un terreno definido y con un objetivo determinado. Es más bien una confrontación fragmentada, discontinua, que ocurre en múltiples planos y de una complejidad tal, que no es comprensible sin que medie un análisis profundo. La guerra en pedazos pudiera parecerse a los conflictos híbridos que suelen ser asimétricos y se caracterizan por la mezcla de elementos tradicionales de guerra con métodos no militares y subversivos, sin embargo, esto va más allá. Me atrevería a definirla como una “Guerra Líquida”, asumiendo mi sesgo en relación con el término.
Aunque la definición de guerras líquidas no es tan ampliamente conocida como otros conceptos relacionados con la guerra, y no tiene un acuerdo establecido en el ámbito académico o militar, algunas fuentes y autores han utilizado el término para describir un tipo de conflicto caracterizado por su fluidez, adaptabilidad y falta de estructura tradicional. Este concepto a menudo se asocia con la idea de que las guerras modernas son menos predecibles y más cambiantes que las guerras convencionales.
Las guerras líquidas involucran una variedad de elementos como la incertidumbre, la complejidad, la asimetría de poder y el orden heterárquico de las partes en conflicto, en los que los actores pueden moverse rápidamente de tácticas y estrategias para adaptarse a las circunstancias de cambio acelerado. Estos conflictos son difíciles de prever y gestionar debido a su naturaleza evasiva y a menudo se libran en múltiples frentes, que puede incluir el campo físico de batalla, el ciberespacio, la cultura, la psique y por supuesto la manipulación de la información.
Por la naturaleza fluida y cambiante de los conflictos líquidos, es muy difícil valorar sus impactos, sin embargo, son contundentes y de efectos devastadores en la realidad. Pienso que un ejemplo muy claro de guerra en pedazos, y que se puede entender como líquida, es la migración en masa como instrumento de desestabilización de los países. Hoy está presente en el planeta entero, confronta a civiles, compromete a las instituciones, genera polarización extrema, implica la desviación de recursos y pone en riesgo la soberanía de las naciones, además de ser un drama humano de profundas consecuencias.
Otra dimensión de las guerras líquidas es la información utilizada como arma para cambiar progresivamente las creencias y actitudes de la población. La exposición constante y sutil a mensajes y narrativas diseñados para influir en la percepción de la realidad logra que a medida que las personas son bombardeadas con información manipulada, adopten perspectivas que antes no tenían o tiendan radicalizar sus creencias existentes. En el pasado también me he referido a las guerras de la desmoralización como una subcategoría en la guerra cultural y que va directo a desarmar al individuo desde dentro, para paralizarlo y “robarle” así sus propias energías para defenderse de agresiones.
Ha habido alguna coincidencia entre ciertos analistas que la primera guerra de transición entre lo híbrido y lo líquido fue la declarada contra el terrorismo por George W. Bush, luego de los fatídicos ataques del 11 de septiembre de 2001. Se trató de un conflicto contra un enemigo invisible, ubicuo y fractalizado. Una guerra montada sobre la desinformación y que sacó ventaja de la naciente revolución digital, una guerra que se disolvió en 2021, 20 años después con la salida de las tropas norteamericanas de Afganistán, dejando atrás una región tan o más caótica de la que había conseguido.
Las guerras líquidas se pelean en un espectro amplísimo, que va desde las fronteras de las naciones hasta la psique del individuo. Ya no existe espacio de paz ni de tregua en estos nuevos conflictos, por tanto, la última barrera de protección frente a estas nuevas amenazas es nuestra propia conciencia. En tal sentido, he planteado que la seguridad cognitiva es precisamente ese campo crucial para la preservación de la paz, la libertad, la democracia y la cohesión social en esta Tercera Guerra. Se trata de un desafío sin precedentes, por lo que es necesario crear y desplegar una estrategia integral que eduque, promueva el pensamiento crítico, utilice tecnologías de protección, establezca políticas y promueva una cultura de responsabilidad. Solo a través de un abordaje holístico y colaborativo podremos enfrentar con éxito este reto de proteger en simultáneo, la mente, las fronteras físicas y la voluntad de los individuos en una sociedad, que no por tener más información se hace menos vulnerable.
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