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El fin de la historia para los expertos*

La pandemia del COVID-19 ha servido para derrumbar el paradigma de la supremacía de los expertos, uno de los tótems de la Modernidad Industrial que aún seguía en pie, y que ahora se disuelve; aunque la caída no es atribuible a la ciencia, sino más bien a la arrogancia de algunos científicos.

La Modernidad Industrial suponía que la naturaleza era algo externo a la sociedad y que, por tanto, podía ser explotada sin límite. También consideraba que la ciencia estaba enfocada en la dominación de la naturaleza y que eran los científicos quienes monopolizaban el conocimiento, estableciéndose así, una jerarquía que separaba a los expertos de los legos.

Ulrich Beck, en análisis posteriores a su obra, la Sociedad del Riesgo, desarrolla una teoría que la llama Modernidad Reflexiva, o segunda modernidad. Beck lo plantea como una evolución (no una revolución, como lo propuso Marx) de la modernidad industrial, a partir de la cual se generaba un nuevo marco para la sociedad asentado en el riesgo, la individualización y la globalización.

Con la llegada de la Modernidad Reflexiva (o posmodernidad, como la identifican otros sociólogos) han ido surgiendo modos superiores que han reemplazado a los viejos esquemas del mundo industrializado. Frente a la sociedad de masas se ha impuesto la creciente individualización del ser humano, que ya no requiere ser representado para acceder al poder o no depende de grandes estructuras corporativas para ejercer su profesión u oficio. La globalización y el desarrollo acelerado de las tecnologías de información han hecho del conocimiento un activo público y mucho más valioso que cualquier empresa de cemento y ladrillos.

La gente se ha desprendido de las etiquetas y uniformidades de la masa para convertirse en individuos integrados en un entramado complejo, y tecnológicamente acelerado de flujos y conexiones en los que vive, trabaja y se divierte sin necesidad de mediar con estructuras que limiten sus opciones, como lo hacían en la sociedad industrial. El paradigma de que había que entrar en el sistema para ascender socialmente ha caducado y le ha dado paso al mundo de las posibilidades infinitas.

Sin embargo, la dominación de los expertos, iniciada con la revolución industrial, fortalecida con los grandes descubrimientos de la física y consolidada con los avances del siglo XX en la salud, la calidad de vida en el planeta, la conquista del espacio y las telecomunicaciones pareciera estar llegando a un período de significativo declive.

No me refiero a que el desarrollo humano se está ralentizando, al contrario, se ha liberado, y cada vez menos, necesita de expertos o gurús para avanzar, y esto es debido a que, en medio de la trama de flujos y conexiones, el conocimiento se ha hecho público y está disponible para quien decida utilizarlo.

El mundo de los expertos ha dado paso a algo que pudiéramos denominar especialistas y que son necesarios para resolver nuestros temas de vida y salud. Si a usted, por ejemplo, se le fractura un hueso va a necesitar a un especialista, es decir, a un médico traumatólogo, que haciendo uso de la tecnología en su campo de especialidad lo va a curar.

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Algo parecido ocurre con la seguridad. Si usted tiene problemas porque sus riesgos han aumentado y están afectando a su familia o a su empresa va a necesitar a un especialista para que haga un assessment de su situación y le recomiende un conjunto de acciones para estar más seguro.

Llega un punto en esta dinámica que algunas demandas de la gente son tan recurrentes en el entramado de flujos y conexiones que las soluciones se convierten del dominio público y, por tanto, cada uno resuelve desde su posición en la red, sin pasar por especialista alguno. Esto, evidentemente no es posible en el caso del hueso roto, pero en general funciona en las sociedades más libres que han entendido que los intermediarios en muchas ocasiones no son necesarios.

Recuerdo hace unos años, no tantos, que para instalar un sistema de videovigilancia en un local o edificio era necesario un experto. En aquel momento todo era complicado y se requería a expertos para que los equipos quedaran operativos. Hoy, usted va Costco y en una caja le venden 16 cámaras y un servidor de video que apenas requiere programación, y en cuestión de pocas horas podrá ver y grabar imágenes en 4K con respaldo en la nube y acceso desde su smartphone. Y si llegará a necesitar ayuda va a conseguir decenas de tutoriales en YouTube.

El problema ha surgido cuando algunos de estos expertos, al ver peligrar sus posiciones privilegiadas de poder otorgadas por los modelos caducos de la sociedad industrial, se convierten en obstáculos para bloquear el cambio y adoptan posiciones autoritarias, narrativas intimidatorias y acciones represivas haciendo uso de sus reputaciones basadas en los laureles de tiempos pasados.

La pandemia ha estado llena de estas circunstancias. Muchos científicos han tratado de imponer teorías que han demostrado no funcionar, y por otro lado se han negado a medidas que son casi de sentido común, por no aceptar sus errores, lo que ha llevado a una pérdida progresiva de confianza y a la desobediencia colectiva, terminando en el derrumbe del paradigma de los expertos.

Quizás ha sido un asunto de falta de humildad, sobre confianza en la ciencia o manipulación del poder con fines políticos, pero en la realidad estos dos años de COVID-19 han puesto en acción a la sociedad reflexiva de Beck, que en su entramado de flujos y conexiones aceleradas por la tecnología ha dejado atrás un modelo que resistió más de dos siglos. Ha llegado el fin de la historia para los expertos.

*Este texto es un extracto del libro Riesgos Líquidos

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