Es indudable que en la medida que nos adentramos en el Siglo XXI el mundo se torna cada vez más complejo. A la instantaneidad de las comunicaciones, el salto cuántico de las tecnologías, la ingeniería genética y las energías verdes, se le contrastan los radicalismos ideológico-religiosos, la crisis de representatividad de la democracia occidental y el derrumbe de los valores básicos de convivencia, en un mundo que no detiene su crecimiento y su acelerado consumo de sus recursos.
En la complejidad, igualmente vienen imbricadas nuevas amenazas que surfean por la darkweb y convierten la frustración de jóvenes en bombas suicidas de gran poder, ante las cuales la seguridad queda casi anulada. Para muestra, solo en 2020 —según el reporte de riesgos del Foro Económico Mundial— ciber-mercenarios, casi sin correr riesgos, obtuvieron 406 millones de dólares en criptomonedas haciendo uso de ramsonwares.
Contrario a la intuición, los sistemas que han demostrado más resiliencia en la gestión de la complejidad son aquellos que han entendido la importancia de integrar en sus bordes, es decir, en su seguridad; la capacidad de “leer” e interpretar el entorno, a través del estudio e identificación de los fenómenos que los circundan. Bajo este nuevo paradigma, la protección de las zonas ha migrado de un modelo de castillo medieval, donde a la realidad se la aísla con un foso profundo y peligroso, a fin de desanimar a potenciales enemigos con intenciones de penetrar y causar el caos, a una realidad interconectada con su entorno, altamente especializada en la identificación de amenazas, con la habilidad de pronosticar en el corto plazo y prevenir la materialización de riesgos a través de herramientas de inteligencia.
Vale remarcar que la aceleración de la tecnología y la globalización generan una brecha que separa a las sociedades del conocimiento del resto de la humanidad, haciendo cada vez más difícil la adaptación al cambio. Esta aceleración se traduce en la pérdida de competitividad de quienes han dejado de entender la realidad actual y quedan desfasados en sus modelos de seguridad.
Hoy es indispensable ubicarnos en el contexto donde nuevas y complejas fuerzas modelan el mundo. Fallar en comprenderlas nos hace en extremo vulnerables. La aceleración de la complejidad ha creado un vacío en la comprensión de la realidad, en el cual se gestan peligros inéditos, pero con impactos devastadores sobre todos los órdenes de la vida.
Los peligros derivados de la incomprensión del mundo globalizado actúan a través de fuerzas que priorizan lo temporal frente a lo permanente, producen adicción al cambio acelerado y están signados por la contradicción y la incertidumbre.
Nos toca volver a la tesis de Zygmunt Bauman sobre la Modernidad y la Sociedad Líquida escrita hace más de tres décadas, y que cobra hoy, en los inicios del tercer milenio, más sentido que nunca: “La realidad ha dejado de ser un conglomerado sólido, estático, para convertirse en un fluido donde todo cambia a un ritmo tan acelerado que ha borrado el concepto de lo permanente.”
En la adicción al cambio, la seguridad anclada en paradigmas del pasado ha ido perdiendo vigencia y, por tanto, ha llegado el momento de comenzar a buscar respuestas, por paradójico que parezca, en el futuro.
*Este artículo es un fragmento del libro Riesgos Líquidos. a publicarse a finales de marzo de 2022