Según la Unidad de Inteligencia de The Economist (1), en el 2020, 92 de un total de 167 países estudiados son considerados regímenes autoritarios o híbridos, mientras que 52 tienen democracias con de fallas, algunas tan frágiles, que no son capaces de controlar los excesos de sus gobernantes. Es evidente que la dinámica acelerada de cambios globales y las nuevas tecnologías de información, si bien han contribuido a satisfacer crecientes demandas sociales, no se han traducido proporcionalmente en cambios reales hacia sistemas políticos más democráticos.
En cierta medida, la tendencia ha sido otra; las herramientas de la globalización están siendo capitalizadas con más habilidad por regímenes autoritarios, repotenciando sus capacidades no sólo para mantener el poder, sino para expandirlo vigorosamente a nuevos territorios, tanto geográficos como culturales. El fin de la Unión Soviética marcó el quiebre de un paradigma en los modelos dictatoriales. El encumbramiento del poder, la burocratización y el control férreo sobre las relaciones de los ciudadanos hizo que los Estados totalitarios se calcificaran sobre sus propias estructuras, imposibilitándoles competir en un mundo que comenzaba a transformarse. Mientras la Rusia de los 80 seguía aferrada a los altos hornos de la revolución industrial, la revolución digital del microchip le cambiaba la faz al planeta.
Lo que Fukuyama llamó El fin de la historia, fue realmente una larga transición de 30 años, en los que, las democracias liberales creyéndose consolidadas se hicieron sedentarias y flácidas frente a la aceleración de la realidad. Las instituciones internacionales nacidas de la 2da Guerra Mundial, hoy se ven inválidas para atender los nuevos retos, y más bien se hacen instrumento de los modos autoritarios. El campanazo de septiembre de 2001 que los Estados Unidos entendió como la Guerra Contra el Terror era mucho más que eso. Se trataba de la reconfiguración del poder en una expresión global, ya no obsesionado con el orden sino signado por el caos.
Sin ánimo de sobredimensionar al chavismo, pero entendiendo su papel en esta historia, a partir de la primera década del siglo XXI, Hugo Chávez transformó a Venezuela en la catapulta de un proceso mundial de relanzamiento de un nuevo modelo de totalitarismo adaptado a la complejísima y acelerada realidad. Lo que una vez había hundido a los totalitarismos tradicionales, ahora, en una especie de jiujitsu de la historia, se devolvía para disolver a las instituciones de la democracia utilizando entre otros, sus propios instrumentos electorales. Esta versión 2.0 del totalitarismo ya no es rígida sino líquida. En ella, el poder no se encumbra sino se organiza en redes, y su unidad de propósito se centra en mantener y expandir su poder a través de los medios que tenga a su alcance.
En el Totalitarismo Líquido (TL) hay una regla: Mantener el poder. Ese es su propósito, por tanto, todo aquel que enlace sus objetivos con el propósito totalitario, tiene cabida en el proyecto. No es difícil entender entonces cómo grupos criminales trasnacionales, bandas locales y otros gobiernos del mismo corte se alinean bajo el mismo principio. La convergencia de organizaciones y países que conforman una red en la que se trama el totalitarismo líquido tienen múltiples intereses, pero todos tributan, de una forma u otra, al sostenimiento del poder. Inclusive aquellas completamente legítimas como ONGs, gremios y hasta gobiernos electos democráticamente que comparten intereses económicos con estos regímenes autoritarios. El TL no se puede quebrar (lo líquido no se quiebra) dado su altísima destreza de adaptación frente a la realidad. De allí que, toda premisa basada en fracturar sus cúpulas, sus fuerzas militares o sus grupos represivos no se aplica en estos sistemas. Por tanto, desalojar del poder a estos regímenes tan resilientes requiere una aproximación estratégica distinta.
En primer lugar, para desarticular un Sistema Totalitario Líquido (STL) es indispensable entender cinco características básicas:
- Su sustrato de operación es el caos de dónde saca su energía. Su poder se deriva de la agilidad para adaptarse a los fenómenos emergentes que surgen de la complejidad del caos. Los TL siempre están alertas para adaptarse y sacarle provecho a la realidad, inclusive en condiciones que le sean adversas. El Covid19 representa el mejor de los ejemplos. Los regímenes autoritarios fueron aún más extremos en el ejercicio del control social utilizando a la pandemia como argumento. Debido a su íntima relación con el caos, los STL no se rigen por principios de eficiencia, jerarquía o meritocracia, sino por ser leales (siempre) al propósito del poder.
- El poder en los TL no es estático sino dinámico, es decir, fluye entre los múltiples actores (nodos) de la red. Dependiendo de los fenómenos emergentes que surjan en la realidad, las estructuras se adaptan en torno a polos (Centros de Gravedad) desde donde se toman decisiones. Las redes además tienen múltiples nodos redundantes, si uno falla, otro toma su posición sin que haya mayor disrupción en el sistema.
- Entre los nodos de la red ocurren múltiples interacciones, también conocidas como relaciones de transferencia. De allí que conocer las formas en las que se dan esas relaciones son claves para decodificar el entramado líquido. En este sentido, para los TL el control y manipulación de la información es un componente crítico del sistema. Las relaciones de transferencia no pueden ser completamente públicas, pues si quedan al descubierto la red se hace vulnerable.
- Los TL basados en redes adaptativas aprenden a través del ensayo y error. Los errores o fallas usualmente no generan mayores consecuencias porque ninguno de los nodos es completamente crítico. Es así como sus Centros de Gravedad mutan para “sanarse” y corregir las desviaciones que pudieran poner en riesgo el propósito del sistema.
- Una de las herramientas favoritas del poder líquido es la construcción de narrativas para relativizar la verdad, reorientar la opinión pública o construir enemigos. Son métodos muy bien estudiados en los que se desmonta la realidad y se rearma en favor de los intereses totalitarios. Es quizás una de las características heredadas del modelo totalitario tradicional, pero esta vez, repotenciado a través de las nuevas tecnologías de información y las redes sociales.
En segunda instancia y debido al poder de adaptación, los TL no se derrumban con acciones puntuales o únicas, aunque estas sean contundentes. Por ello, basar la caída de un totalitarismo en un sólo flanco, unas sanciones, el levantamiento de un cuartel o la insurrección popular de manera aislada no funciona. El sistema es capaz de absorber “la turbulencia” y recalibrar sus Centros de Gravedad para no desarticularse.
Estos sistemas adaptativos complejos colapsan principalmente por dos razones:
- Si ocurre en un periodo dado, una combinación de eventos que en una mezcla de simultaneidad y secuencia generen una falla tal, que no pueda ser procesada a través de los nodos del poder, produciendo un daño catastrófico e irreversible.
- Si pierden sus estresores y se relajan a tal punto que pierde su capacidad de adaptarse ágilmente a los fenómenos emergentes, haciéndose sedentarios y lentos.
Las fallas catastróficas son difíciles de producir, pero no imposibles, y usualmente son una combinación de fenómenos emergentes aprovechados por contrafuerzas del sistema. Para inducir una falla catastrófica, las contrafuerzas deben estudiar con detalle la arquitectura de la red en la que se entrama el STL, y a partir de allí, diseñar un modelo dinámico de fallas que combine nodos, centros de gravedad y relaciones de transferencia.
El estudio de los regímenes autoritarios tendrá que convertirse, más temprano que tarde, en un tema de discusión global, no sólo por el poder que acumulan, las crisis humanitarias que causan y las amenazan que representan, sino porque están generando intencionalmente un desequilibrio en el mundo de las democracias. Son modelos que no se contienen en sus fronteras geográficas ya que necesitan depredar sus entornos para asegurarse el propósito del poder.
En los últimos 10 años, según el estudio de The Economist, el índice de democracia en el mundo ha descendido 1,65% y la tendencia es hacia la baja. Es hora de preguntarnos porqué, y a pesar de todas las promesas de libertad que acompañan a la globalización los gobiernos del mundo se hacen progresivamente más autoritarios.
(1) https://pages.eiu.com/rs/753-RIQ-438/images/democracy-index-2020.pdf?mkt_tok=eyJpIjoiWlRjelpEUTJNbU0xTTJZMCIsInQiOiJBUlhZQ29yZGJUVkdGc0FweTk4dDZYS0xIeW91OXh2QTdYcG9JcGl5OXE5MzNUZ3FXRm43czc5dzB6RGlibjVIZFFNOEF6andRYTZ1SGJwXC9XUTRNMTFRRm9pTE5VOTVRREk2VEJSY2VUVkxDWGh1bmdCNGdadVp6ZzlmTk9uUlQifQ%3D%3D