Sólo una negociación resolutiva acaba con el secuestro del poder*

En mis años de aprendiz de policía o “chivo eléctrico” como diría mi mentor y amigo Miguel Dao, experimenté junto a mi socio Luís G Larrazabal, una de las experiencias más dramáticas de mi vida, y quizás de las más he aprendido. Me refiero al difícil arte de la negociación de secuestros.

Me atrevo a contar esta historia, un tanto personal, porque le consigo varias similitudes a lo que hoy se debate en Venezuela y en otros países, respecto al tema de dialogar y acordar la libertad con tiranos en el poder. Asunto que por estas épocas no puede ser una rareza, pues según The Economist, en su último informe 2021 sobre el índice democrático en el mundo, de 167 países evaluados, 59 son considerados regímenes autoritarios.

Probablemente esta analogía pueda contribuir a los lectores a sacar algunas conclusiones, haciendo, claro está, la debida advertencia sobre las diferencias.

Primero, un secuestro es para la familia de la víctima una especie de “muerte suspendida”, de nuevo citando a Miguel Dao (imposible no hacerlo en este tema), en tal sentido y construyendo la analogía correspondiente, un país sometido al control tiránico del poder, es un país, pero en una especie de estado de catatonia, en el que cada día que pasa, sentimos que se nos alejan las posibilidades de liberarlo, y si bien la gente se rebusca para sobrevivir, no puede ir mucho más allá.

Segundo, el secuestrador es el dueño de la vida y la muerte, él es quien tiene el poder. Es quien, en principio, tiene el toro por los cuernos y, por tanto, toma las decisiones. En particular, en el caso venezolano, se ha hecho un poco complicado saber quién manda, porque el poder se ha ido fragmentando de manera heterárquica. En todo caso, hay algunos identificables que pudiéramos decir que son los que tienen “la sartén por el mango”.

Tercero, en un secuestro clásico la víctima es la prenda de canje. Es decir, si tu me das lo que aspiro, yo te devuelvo al secuestrado vivo, de lo contrario, no lo devuelvo y además incremento las aspiraciones o lo elimino. Esa es la amenaza creíble, real e inminente del secuestrador.

Cuarto, es indispensable que exista un negociador, quien debe, con gran habilidad, hacer entender al secuestrador que la situación en la que está metido no es solo riesgosa para la víctima, también lo es para él, por tanto, mientras más pronto se resuelva, mejor. Volviendo a nuestra analogía, ¿Es la realidad mundial actual incómoda o riesgosa para quienes detentan autoritariamente el poder en el mundo? Y ¿De quién es la responsabilidad de complicarle la vida al secuestrador para que sienta el riesgo de serlo?

Quinto, ¿Cuál es la prenda de este secuestro? En el particular caso de Venezuela y de la mayoría de las tiranías, si bien los ciudadanos somos siempre las víctimas, no necesariamente somos, al menos para el régimen, la prenda, de allí que no les importe que perezcamos todos en el intento de liberarnos.

La prenda en estos secuestros es el poder, el que tiene el régimen, que es el mismo al que aspira la oposición que intenta negociarlo. Es decir, el secuestrador, entregará el poder sí y solo sí, siente presión más allá de sus capacidades y se consigue algo que este aspire superior o más atractivo que el poder que ya tiene.

Podríamos decir que lo único que tendría el negociador que ofrecer es un puente de plata para que el secuestrador, en una epifanía de su propia salvación entregue el poder y se vaya con un botín a disfrutarlo en algún santuario del crimen organizado.

Pero resulta que el secuestrador, lo único que acepta a cambio es la posibilidad de conseguir más poder, y si es a través de unas elecciones controladas desde el propio poder mejor, pues legitimaría su posición de secuestrador.

Esto nos lleva a una situación de la que ya he hablado en el pasado y está referida a la tesis de la catástrofe. Es un escenario asimétrico y altamente riesgoso en el cual, el secuestrador y el negociador quieren lo mismo, dónde el primero lo tiene todo y el segundo lo amenaza con el peso de la ley para que lo entregue.

Pregunto de nuevo: aquí, ¿quién amenaza a quién? Estamos viviendo unos tiempos en los que las posiciones de fuerza sólo provienen de las tiranías, mientras que desde el bando de la víctima no existe palanca negociadora para tan siquiera intimidar al otro. En tal situación, el secuestrador no tiene incentivo alguno de negociar nada y prefiere el Estatus Quo o, la muerte suspendida, que en algunos casos la llaman normalización.

Sexto, el secuestrador se ha preparado para este escenario y el tiempo está a su favor, pues no le importa el país y sigue en el poder. Mientras tanto, las víctimas pierden la voluntad, los posibles negociadores la credibilidad y la anormalidad se vuelve normal, típico de los secuestros prolongados.

Recuerdo el caso de un secuestro que duró más de un año, cuando la policía por fin, en una negociación con los secuestradores (que eran de la guerrilla colombiana), llegó a buscar a la víctima, este estaba jugando futbol tranquilamente con los secuestradores.

Séptimo, vale la pena insertar aquí un pequeño análisis con relación al porqué un secuestrador negocia; y lo hace por dos razones, que en esencia son equivalentes: para obtener a cambio un beneficio o para no empeorar la situación actual. En un secuestro lo que se negocia es no empeorar la situación de la víctima, es decir no perder la vida.

Cuando se negocia el poder, sin embargo, la perspectiva puede ser otra; quién esté dispuesto a entregarlo es porque a cambio va a obtener algo mejor, por ejemplo, una vida tranquila o un retiro dorado, como ya lo señalé o porque su situación en el poder es tan comprometida que le resulta más “barato” cederlo.

Dejar el poder sin nada a cambio, es equivalente al secuestrador que deja ir a la víctima sin cobrar un rescate. Si bien se han visto casos, son más bien raros, pues toda negociación implica un intercambio: la víctima por dinero, o el poder por el retiro en paz o el exilio.

Octavo, la situación se complica cuando el secuestrador no quiere entregar a la víctima, aunque le ofrezcan dinero. Puede ser el caso de la situación de rehenes, donde el secuestrador lo que puede desear es salir del trance con vida y libre. Eso casi nunca ocurre.

De la misma forma, la situación se complica cuando el que tiene el poder no lo quiere entregar, pues el costo de cederlo es más alto que el de mantenerlo. Es allí donde se reafirman las dictaduras. Tanto en los secuestros como en las dictaduras el tiempo no favorece a las víctimas.

Mientras más tiempo se ejerce el poder dictatorial más costoso se hace entregarlo, de allí que la oferta de cambiar a la dictadura por algo mejor es complicada, al final ¿Qué es mejor que el poder sin control? Por ello, negociar con un tirano implica empeorar su situación actual.

Noveno, un dictador puede considerar dejar el poder cuando su situación actual es complicada y su futuro no luce mejor sino peor. Es una de las razones de las sanciones internacionales incrementales, empeorar su situación para provocar un cambio de conducta que lo lleve a negociar.

A los secuestradores en situaciones prolongadas se les corta la electricidad para limitarles sus movimientos, aunque siempre hay riesgo que tomen represalias con las víctimas. Igual pasa con los dictadores, en primera instancia transforman las sanciones en represión contra los ciudadanos.

Pero vayamos más allá; cuando la situación de rehenes se extiende también se incrementan las presiones. En muchos casos se construye un cerco de amenazas alrededor de los secuestradores en el cual, si los delincuentes salen de un perímetro, sus vidas corren peligro.

Algo parecido pasa con las dictaduras y los bloqueos económicos o las recompensas, si salen del país es muy posible que los capturen, además con el incentivo de que se va a obtener dinero si se llevan a la justicia. Ahora bien, analicemos brevemente este caso:

Una dictadura no ha querido negociar nunca la entrega del poder ya sea porque está cómoda o porque está muy comprometida, esto a pesar de decenas de ofrecimientos a través de diálogos y negociaciones previas, de allí que la situación para ellos y para el país se ha deteriorado. Es el curso natural de quien secuestra, ya sea gente o poder.

Últimamente ha aparecido una forma nueva de negociación muy curiosa; se trata de mejorar la situación para la dictadura a cambio de una supuesta oferta del negociador de compartir un poco de poder. Es como si a un secuestrador se le mejora un poco la situación y este libera a uno dos rehenes.

Si este es el caso, queda claro que no se resuelve el problema, quizás se alivia un poco el sufrimiento para todos, pero los secuestradores y los rehenes siguen allí, y ahora hasta en mejores condiciones para prolongar más aun el secuestro, y recuerden que el tiempo los favorece.

Algunos creen que, mediante este método aplicado de manera sucesiva, el tirano va a perder todo el poder o los rehenes serán todos liberados. Puro realismo mágico. No existe un caso así. El secuestrador jamás perderá a la última víctima, pues perdería su poder negociador.

Décimo, la alternativa entonces NO es mejorar las condiciones, al contrario, mientras más tiempo pase, debe acelerarse la presión, de otra manera no se llegará a la fase resolutiva del secuestro, que consiste en la liberación de las víctimas y quizás en la entrega de los secuestradores.

Los secuestradores jamás comparten el poder, más bien lo que ocurre en cautiverios prolongados es que las víctimas se encariñan con sus captores y hasta los terminan protegiendo. Es el conocido Síndrome de Estocolmo.

Cuando un país pasa tantos años secuestrado lo que llaman negociación no resolutiva es más bien una forma de Síndrome de Estocolmo, donde algunos secuestrados se acostumbran al tirano y le sacan provecho al cautiverio, y si medio le mejoran las condiciones no les importa seguir siendo rehenes.

Bajo esta perspectiva y volviendo a la tesis de la catástrofe, el único escenario viable para una resolución sobre la entrega del poder es hacer evidente que ahora habría que provocar una situación de rehenes con máxima presión, en la que el secuestrador vea el peligro muy de cerca y sus cálculos lo lleven a negociar una salida.

Provocar una situación de rehenes siempre es riesgosa y en extremo compleja, pero es la única posible para una resolución, y que en el caso de un país sería la única viable para cambiar el poder de manos. Aquí, no vale el poder compartido, son posiciones antagónicas, casi del todo o nada. Putin, en esta línea, lo ha hecho expreso en su guerra: Si Zelynsky no entrega el poder, entonces aniquilo a la población.

En las situaciones de máxima presión usualmente ocurre lo que decía mi socio Luis, el “turning point” dónde el secuestrador se convierte en víctima y le toca entonces negociar por sí mismo para salvar su vida.

En mis tiempos de chivo eléctrico, y debo decir que nuca fui policía (profesión que admiro y para la cual son necesarias destrezas que no poseo), viví algunas situaciones de rehenes y estoy seguro de que mis pacientes lectores saben cómo casi siempre terminan. Aunque existe una solución optima, y es entonces la negociación resolutiva de salida, en la que el secuestrador se entrega a manos de la autoridad en unos términos que pueden conversarse. Para Venezuela, por ejemplo, algo distinto a una negociación resolutiva convertiría el diálogo de México en síndrome de Estocolmo.

*Partes de este artículo los he publicado como hilos de Twitter en el pasado durante el 2020 y el 2021. Esta es primera vez que publico el texto completo.

2 comentarios en “Sólo una negociación resolutiva acaba con el secuestro del poder*”

  1. Extraordinario análisis bajo la analogía del secuestro. Una de las columnas principales del secuestrador-poder es lo que puede llamarse «su munición» que no es otra cosa que «la ignorancia» del secuestrado. Así las cosas el secuestrador tiene mucho más fácil su tarea de perpetrador. Así, a pelo, el secuestrador-poder ha profundizado la condición de ‘su munición’ para facilitarse aún más la tarea. Es complicado y de largo plazo desmontar la munición de la ignorancia, otro factor que le da oxígeno al secuestrador-poder.

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