El oxígeno del terrorismo

En julio de 1985, Margaret Thatcher, siendo Primer Ministro de Inglaterra se refirió a la relación entre los medios de comunicación y el terrorismo, afirmando que «Los terroristas deben ser privados del oxígeno de la publicidad del que dependen». Y es que los medios de comunicación, en la necesidad permanente de competir por la información, pueden convertirse en vehículos de alta eficiencia para magnificar el pánico que genera la violencia terrorista, más aun con la instantaneidad de las redes sociales.

Para el momento de aquellas palabras de Thatcher, el terror se hacía presente a pesar de no contar con el internet ni las redes sociales, tampoco con la cobertura global de las grandes cadenas de noticias, como CNN que apenas comenzaba a tener alguna relevancia entre las agencias mundiales. No queda duda que en estas casi cuatro décadas desde el inicio de los 80, en paralelo con el surgimiento de las tecnologías de información, el terrorismo se ha internacionalizado, creciendo en poder y sensacionalismo, haciendo de sus atentados espectáculos globalizados, eventos altamente mediáticos que se propagan viralmente como sangrientos reality shows.

Pero, ¿hasta qué punto la cobertura mediática y de redes sociales estimulan e incrementan significativamente la acción violenta del terrorismo? No es una pregunta fácil de responder, pues el terrorismo existió antes que los medios de comunicación de masa y, por otro lado, la libertad de opinión e información no puede depender de los designios de la violencia defendidos por grupos extremistas. Sin embargo, pareciera existir una relación directa entre el cumplimiento de los objetivos del terrorismo cuando se cometen atentados criminales y la difusión que se les da a estos, prácticamente en tiempo real, a través de las redes y los medios. Solo es suficiente recordar a las Torres Gemelas en New York en septiembre de 2001.

No podemos pretender que vamos a retroceder el tiempo y volver a la censura de los años 50 y 60, cuando las dictaduras suramericanas eliminaban páginas enteras de la prensa que cuestionaban políticamente a los regímenes, bajo el argumento de protección y tranquilidad de la población. O el FBI de J. Edgar Hoover en Estados Unidos, so pretexto de la guerra fría que persiguió a activistas de derechos civiles, tildándolos de promotores del terrorismo. No obstante, sigue siendo una responsabilidad insoslayable de los medios de comunicación ajustarse a la veracidad de los hechos y mantenerse dentro de los lineamientos éticos que en todo sistema democrático se establece en el marco del derecho y la ley. Quizás la historia sea distinta con las redes sociales que no pueden ni deben erigirse como censores de la realidad, aunque ya lo vimos en enero de 2021, cuando Twitter le canceló la cuenta al aun presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.

Riessgos Líquidos Alberto Ray desafíos a la seguridad global

La seguridad y paz ciudadana son en extremo sensibles a la violencia pública, más aun a los actos terroristas. Fui testigo de excepción en noviembre de 2015, cuando ISIS en París llevó a cabo seis ataques simultáneos en varios sitios de la ciudad, incluido un atacante suicida que se hace estallar en las inmediaciones del estadio de futbol de Saint Denis durante un juego. Pude apreciar de primera mano cómo en cuestión de minutos, una ciudad de más de tres millones de habitantes y decenas de miles de turistas se quedaba prácticamente desierta ante los primeros anuncios de las explosiones. En esos momentos hice un seguimiento a los medios y las redes sociales observando la mesura y la prudencia necesarias para manejar la crisis de las primeras horas. En este sentido, no se produjo el amarillismo anhelado por los radicales, más bien, las cadenas televisas, la prensa e inclusive Facebook mostraron el lado más humano y positivo de los parisinos que de la manera más resiliente, fueron progresivamente recuperando el espacio urbano y devolviéndolo a la rutina de apertura y libertad del pueblo francés, a pesar de que en una sola noche murieron 130 personas y más de 400 resultaron heridas. En mi opinión, una gran lección para aquellos que esperaban voltear para siempre el espíritu callejero de París.

Pero esta reflexión quisiera traerla un poco más a nuestras fronteras y ubicarla en esta realidad. En tiempos recientes es fácil apreciar cómo la política y los gobiernos de nuestra región utilizan los medios a su disposición para atacar y denigrar con bajeza a sus adversarios, colocándolos en un paredón virtual y fusilándolos sin el más mínimo derecho a la defensa.  Utilizar el poder de la comunicación como arma es también una forma de ejercer y a la vez, publicitar acciones que pudieran considerarse terroristas, pues cumplen con el objetivo de intimidar y disminuir moralmente a las víctimas.

Otra forma menos elaborada pero intensamente efectiva es la propagación de información no confirmada o desvirtuada a través de redes sociales y chats telefónicos. Recuerdo el caso de un video tomado al momento de un secuestro y que se se propagó viralmente por Whatsapp, llegando a los propios secuestradores, quienes al verse frente a la posibilidad ser descubiertos, pusieron en peligro grave de muerte a la víctima.

La línea de dependencia y realimentación entre acciones criminales e información es gris y muy delgada. El poder de las nuevas tecnologías ofrece ventajas inmensas tanto a los ciudadanos como a las amenazas. Quizás lo más significativo de nuestros tiempos sea que ya el control sobre la información no se ejerce exclusivamente desde las cúpulas gubernamentales o corporativas, ahora ese poder lo tenemos todo en las teclas de nuestro teléfono.

@seguritips

Foto: cortesía de El Confidencial – Reuters. 

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