Superar el estado general de inseguridad y violencia en América Latina va mucho más allá de la acción policial y el control del delito, es una condición que demanda el involucramiento ciudadano. Involucrarse es envolverse en la situación para construir una solución. Si bien parece fácil, representa todo un reto, pues si algo nos ha caracterizado es nuestro déficit de ciudadanía. Así como el Estado ha minado sus propias bases desconectando a la gente de su protagonismo para cambiar el entorno, los latinoamericanos nos hemos retirado de nuestros propios espacios de acción, cediendo terreno para que otros decidan por encima de nuestras voluntades. Uno más lo otro ha generado una brecha abismal entre la realidad y la salvación.
Acercarse a la solución implica en primer lugar, vencer la resistencia aprendida del “ya no hay nada que hacer”. Al contrario; está todo por reconstruir. Y es allí, precisamente dónde el ciudadano opera como eje del cambio.
Pero ¿Cuáles son realmente las oportunidades y los ámbitos de actuación del ciudadano común para generar la transformación necesaria?
En mi visión son varios los terrenos de acción, aunque voy a hacer énfasis en tres que considero de primera línea:
Estimular la conciencia del riesgo como eje para formar ciudadanía: Elevar el conocimiento sobre las condiciones y situaciones que ponen en peligro a las personas es el objetivo principal de la seguridad. Hacerse consciente de la realidad contribuye a la previsión e incrementa la capacidad de análisis de consecuencias. Una población empoderada y alerta no se expone ante lo innecesario porque valora la relación entre el riesgo y el beneficio. La conciencia de riesgo es un rasgo de la cultura. Mientras más se practica, la gente aprende a discernir mejor sobre lo que le conviene.
Rescatar lo público y convertirlo en espacio ciudadano: En las ciudades el espacio debe conquistarse, colonizarse para la ciudadanía y mantenerse en uso. Aquellos espacios que se abandonan, muy rápidamente se pierden en el desorden urbano, se convierten en depósitos de basura y zonas para mal vivientes. El espacio ciudadano tiene la magia que mientras más se emplea mejor se pone. La programación de eventos y el uso intensivo del espacio lo blinda de la inseguridad. Las barreras de control social hacen que un ciudadano cuide al otro, propiciando así un clima que invita a la interacción social en armonía. Uno de los secretos más importantes de los espacios ciudadanos es que todos tienen un responsable y que no necesariamente es el gobierno. Está demostrado que los parques municipales dados en cuido a las asociaciones de vecinos están más limpios, mejor cuidados y por ende más seguros. La presencia policial es necesaria, pero en su rol de guardia preventiva del orden y la libertad. Las áreas deportivas por su parte, son contextos ciudadanos por excelencia. La práctica del deporte es una expresión de organización, tolerancia, respeto a las normas y convivencia, ingredientes todos necesarios para la formación de valores ciudadanos asociados a la seguridad. En su gran mayoría, los habitantes de nuestras ciudades somos personas de bien, que queremos hacer de las calles áreas de bienestar y convivencia. Espacios ciudadanos de encuentro, en los que lejos de sentirnos censurados, podamos crear pertenencia sin ser víctimas permanentes de la delincuencia. Devolver la ciudad a los ciudadanos debe ser siempre un objetivo de la seguridad.
Construir cohesión para el fortalecimiento del tejido social: Este es el plano de la organización voluntaria, el involucramiento en los asuntos públicos y el empoderamiento de personas y grupos para incidir en el diseño de políticas públicas, la asignación de presupuestos y mejora de servicios públicos. En esta dimensión, la disponibilidad, oportunidad y veracidad de la información, así como, la libertad para expresar las disconformidades son claves para dar cabida a la opinión y puntos de vista de todos los espectros ciudadanos. Está demostrado que la cohesión tiene un efecto positivo en la contención de los delitos, la prevención y control de la violencia. La sociología y la política coinciden en que delincuencia y la violencia existen porque el Estado, por acción u omisión, ha dejado “huecos” en el cumplimiento de sus obligaciones que son aprovechados por organizaciones paraestatales, con fines particulares y que no pueden garantizar de forma alguna los derechos básicos de la población. El tejido social constituye el sustrato sobre el cual se construye la política de seguridad ciudadana en el entendido que esta se centra en la libertad para vivir sin amenazas y sin miedo, con las necesidades básicas cubiertas.
Un habitante de la ciudad se diferencia de un ciudadano por su capacidad de involucrarse y hacerse parte de lo público para incidir y transformar para bien la realidad. Creo que no existe forma más acertada de aproximarnos a una seguridad ciudadana desde el ciudadano.