Entre los desafíos más urgentes del mundo líquido está la capacidad que necesitan desarrollar las organizaciones de seguridad para identificar, analizar y, de ser posible, neutralizar amenazas. Es precisamente en ese entorno difuso donde se forman peligros difíciles de detectar y que emergen aparentemente de la nada, para luego desaparecer entre la niebla de la realidad.
Los métodos convencionales para identificación de amenazas basados en observar y esperar ya no son suficientes ni eficientes en estos tiempos. A principios de este siglo, con la aparición de grupos terroristas de escala global organizados en redes, los modelos tradicionales de inteligencia contenidos en silos aislados con bajas capacidades de correlación y pronóstico del entorno quedarían en la obsolescencia. La necesidad de adoptar estrategias más dinámicas y colaborativas se hace evidente y exige una respuesta más ágil y anticipatoria para hacer frente a las complejidades emergentes en materia de seguridad.
Durante la guerra fría los procesos de inteligencia se concentraron en medir y calibrar las capacidades ofensivas del adversario, por ello se hacía indispensable conocer los arsenales nucleares, el desarrollo de tecnología militar, las doctrinas de combate y la agilidad en el despliegue de tropas y armamento. Durante más de cuarenta años el foco estuvo en observar la amenaza de forma segmentada desde sus capacidades, pero nunca se consideró la salud del sistema que las sostenía, así fue como mientras la URSS mostraba su poderío atómico, su economía y su desarrollo social se habían hecho inviables, fenómeno que los analistas de inteligencia nunca vieron venir, y así fue como en algo que pareció surgir de la nada, en 1989 se derrumbó el muro de Berlín.
Con los ataques del 11 de septiembre de 2001 quedó en evidencia que los actores no estatales conformaban un nuevo tipo de amenazas que requerían una aproximación distinta, mucho más flexible y que contemplara la incertidumbre como eje del análisis.
El 11 de octubre de ese mismo año, el entonces presidente de los Estados Unidos, George W. Bush declaraba la guerra a un enemigo completamente líquido en lo que se llamó la guerra contra el terror. Aquí transcribo en inglés, el sumario de su declaración:
«The attack took place on American soil, but it was an attack on the heart and soul of the civilized world. And the world has come together to fight a new and different war, the first, and we hope the only one, of the 21st century. A war against all those who seek to export terror, and a war against those governments that support or shelter them.»
Se trataba de un enemigo sin rostro y sin fronteras; tal fue la incertidumbre sobre la naturaleza de la amenaza que la guerra contra el terror se libró en Irak, Afganistán, Yemen, El Norte de África, el Mar Rojo, Somalia, las Filipinas y el Cáucaso.
Aquí vale la pena mencionar el relato que el general Stanley Mc Chrystal hace en su libro Team of Teams sobre la campaña del Ejército Norteamericano en Irak: “Al Qaeda no era una colección de superhombres forjados en una malévola organización conducida por mentes brillantes. Eran rudos, flexibles y resilientes, mal entrenados y equipados. También eran en extremo dogmáticos y violentos, tanto en sus conductas como en sus visiones de la realidad. Sus fortalezas y capacidades se multiplicaban por la convergencia de factores que el siglo XXI les brindaba…”
La idea de que sus capacidades se incrementaban a partir de las ventajas del mundo hiperconectado y globalizado sugiere que aprovecharon las tecnologías y dinámicas globales de la época para expandir su alcance y eficacia. Cuenta el general Mc Chrystal que les tomó varios meses de fallas y fracasos sobre el terreno hasta que lograron comenzar a desenredar la madeja de redes que conectaba a Al Qaeda, y no fue con fuerza bruta ni con misiles de largo alcance que lograron desarticularlos, sino a través de un proceso detallado, complejo y quirúrgico de inteligencia a través de múltiples medios.
Hoy, nuestra realidad es exponencialmente más compleja que la Irak del 2001, sin embargo, nuestros métodos de seguridad siguen encasillados en la visión estática de los fenómenos emergentes, lo que nos deja muy atrás en las posibilidades de identificar y diseñar estrategias para desactivar las amenazas que ponen en riesgo a personas, organizaciones y países enteros. Es el momento para un cambio de perspectiva que no solo redefina la naturaleza de la seguridad; estamos llamados a explorar activamente nuevas metodologías de inteligencia y estrategias de respuesta a incidentes. La colaboración y la correlación de información de diversas fuentes se vuelven esenciales en este terreno, si queremos construir un entendimiento holístico del panorama de riesgos.
Hemos llegado al momento de abrir nuestro espectro de análisis y abordar la realidad desde bajo otra óptica; quizás como dice Adrian Wolfberg, del Laboratorio de Inteligencia del Departamento de Defensa de los Estados Unidos: La manera de pensar los problemas de seguridad ya no es como armar un rompecabezas, donde las piezas siempre terminan encajando. Se trata más bien de resolver un misterio, en el cual hay que plantearse múltiples hipótesis, para luego ir decantándose en un futuro de posibilidades viables.
Opino que siempre debemos estar desarrollando planes ideas estrategias de seguridad por los retos en esta materia en todo el planeta y sus países , siempre atentos ,pendientes y no ser tan pasivos en esta época como países como noruega que sus policías no portan armas .
Opino que debemos estar siempre muy atento a los retos de seguridad en todo el planeta y países , cada día es más difícil los temas de terrorismo donde las policías , especialistas de seguridad deben estar en constante análisis de prevención ciudadana , no ser tan pasivos como noruega que sus policías no portan armas
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