No existe manera de conceder la victoria a bando alguno en estos 20 años de conflicto que ha vivido Venezuela. Quizás el régimen cubano en su experimentado modelo de usufructo permanente de lo que no les pertenece ha sido el único beneficiado, pero inclusive ellos saben que a esta ilusión le ha llegado su final, por lo que todo servicio a Maduro lo cobran por adelantado en dinero y petróleo, mientras pretenden abrir su economía con una nueva constitución que venga a oxigenar la sexagenaria revolución.
Al menos dos características comunes tienen las caídas de regímenes, al pasar un punto, son indetenibles y sus efectos irreversibles. Los cubanos, sabios reconocedores de ese punto de no retorno vieron venir luego de la muerte de Chávez que en Venezuela ya habíamos cruzado el umbral del inminente colpaso, decidieron dar a tiempo el giro, dejando a Maduro desbarrancarse llevándose a una nación entera por delante.
Ahora, el desvencijado régimen venezolano intenta girar a lo cubano con ficciones financieras para ver si aminoran el impacto, pero ya es demasiado tarde y no existen fuerzas ni incentivos que puedan alargar el fin de esta historia.
Ellos, los jerarcas y sus acompañantes lo saben y lo que les queda es aferrarse a la posición que ocupan y defenderla, es así como lo hacen los perdedores radicales.
Hans Magnus Enzensberger, filósofo alemán, describe en su muy vigente ensayo El perdedor radical las causas y motivaciones de este tipo de individuos:
“Cabe la hipótesis de que Hitler y su séquito no buscaran, sino que quisieran radicalizar y eternizar el estatus de perdedores (…) Su verdadero objetivo no fue la victoria sino el exterminio, el hundimiento, el suicidio colectivo, el final terrible”
Los perdedores radicales, como lo han entregado todo ya nada les importa, son capaces de sacrificar lo de otros por no perder su recurso final; la posición que ocupan. Es la maximización de la destrucción como escenario utópico de salvación, pues suponen que en el exterminio también caerán sus enemigos.
El drama venezolano tiene, sin embargo, un nivel adicional, y es que los perdedores radicales ya no sólo están del lado del régimen, sino que también se consiguen en las filas de algunos que aún se declaran opositores.
El perdedor radical en ese impulso de destrucción y autodestrucción inducido por un mundo que no es lo que era para ellos, o porque de tanto fracasar ha perdido toda referencia del éxito, decide afiliarse a un perdedor radical en una posición superior con la lógica de potenciar y acelerar su propio fin.
Quizás la explicación teórica para los perdedores radicales sea la vieja conclusión a la que llegó Sigmund Freud con el concepto de instinto de muerte: “ puede haber situaciones en las que el ser humano prefiera un final terrible a un terror –sea real o imaginario– sin fin”.
Mientras tanto, la dictadura cubana brinca de la nave en su instinto de supervivencia.
@seguritips