El término «antifrágil» fue acuñado por Nassim Taleb en su libro del mismo nombre y se refiere a “las cosas que se benefician del desorden» ya sean sistemas o entidades que no solo son resistentes a los impactos y cambios, sino que realmente se fortalecen y mejoran a través de ellos.
Extrapolando un poco el concepto, el liderazgo antifrágil se basa en la idea de desarrollar líderes y organizaciones que puedan prosperar en tiempos líquidos de adversidad y volatilidad. Pero lo más importante es que estos líderes tendrían las capacidades estratégicas y tácticas para redireccionar las energías del desorden en favor de sus objetivos.
En mi libro Riesgos Líquidos dediqué unas cuantas páginas a explicar cómo de la complejidad surgen riesgos que traen consigo el desorden y el caos, pero no sólo como un efecto colateral de una dinámica incomprensible y acelerada, sino que son componentes intrínsecos y por tanto inmodificables de los sistemas, por lo que necesitan abordarse bajo nuevos modelos estratégicos, menos deterministas y más estocásticos. Es decir, entendiendo que el siguiente estado del sistema se determina, tanto por las acciones predecibles del proceso, como por elementos aleatorios.
En este nuevo marco líquido de liderazgo, la planificación depende entonces de las destrezas para anticiparse y responder frente al caos con altos grados de adaptabilidad y flexibilidad, dejando un poco de lado las pretensiones de control sobre la realidad y el entorno, que frente a la complejidad actual resultan inaplicables y obsoletas.
Existe, sin embargo, una consideración clave para el desarrollo de un liderazgo anifrágil, y es que, así como la complejidad prepara a la realidad para el caos, en esa misma realidad existen actores malignos que conocen bien la naturaleza del caos y se aprovechan del desorden para ser igualmente antifrágiles, lo que les da una ventaja muy amplia, en comparación con los modelos convencionales para la gestión de riesgos. En tal sentido, hay una amenaza siempre presente con la antifragilidad; se trata de la tentación de actuar fuera de la norma o apartándose del sentido ético. El verdadero desafío antifrágil viene con la creación de nuevas posibilidades, sin perder la rectitud de los valores que deben conducir al liderazgo.
El liderazgo antifrágil, además de la anticipación, la adaptabilidad y la flexibilidad, necesita, por tanto, una nueva caja de herramientas gerenciales, entre las cuales voy a referirme a tres que considero indispensables; la resiliencia emocional, la construcción de redes de colaboración y el pensamiento holístico.
Resiliencia emocional: Los líderes antifrágiles deben enfrentar la incertidumbre y la presión sin verse abrumados. Esto implica mantener la calma en situaciones difíciles, tomar decisiones complicadas basadas en la lógica y la información disponible, y manejar el estrés de manera saludable. Un líder con resiliencia emocional no se quiebra fácilmente frente a las presiones de la realidad, más bien se amolda, y con sus destrezas, y desde su posición, consigue respuestas creativas que apunten a solucionar los dilemas de la complejidad. Esto sin duda requiere un equipo de alto desempeño que lo acompañe, el cual debe seleccionarse, construirse y probarse hasta hacerse uno con el líder. En simultáneo, y como parte de su madurez emocional, el líder nunca deja de aprender, asume los desafíos sin arrogancia y como oportunidades de crecimiento, mientras capitaliza al máximo los reveses.
Construcción de redes de colaboración: Para conducirse en realidades complejas, el líder debe tener presente el valor de las relaciones con múltiples actores de su entorno. Las redes de colaboración son estructuras poderosas que conectan personas y organizaciones, a través de relaciones permanentes o flujos de información, conocimiento y acciones que brindan recursos en momentos con altos niveles de incertidumbre, mientras actúan como un amortiguador ante los impactos ayudando a generar resiliencia en el liderazgo y en la organización. Las redes son en esencia un sistema de protección de alto valor, que, si bien demandan apoyos bidireccionales, en momentos de dificultad, devuelven con creces los esfuerzos invertidos.
Pensamiento holístico: Pensar holísticamente significa considerar las partes de un sistema como interconectadas e interdependientes, y comprender que el todo, en su conjunto, es más que la suma de sus partes. Es una forma de comprender la totalidad de un sistema, en lugar de analizarlo o tratar sus componentes aisladamente. Cuando se aplica el pensamiento holístico, se reconoce que los diferentes elementos de un sistema (ya sea una organización, una comunidad, un ecosistema, etc.) están interrelacionados y que cualquier cambio o acción en una parte tiene efectos en otras áreas. En lugar de ver únicamente los aspectos individuales, se busca comprender cómo estos interactúan y se influencian mutuamente.
El pensamiento holístico considera las conexiones y las dinámicas entre los elementos del sistema, así como los efectos a largo plazo de las acciones y decisiones tomadas. Implica comprender que los problemas y desafíos a menudo tienen raíces más profundas y complejas de lo que parece a primera vista, y requieren un análisis más amplio y completo para encontrar soluciones reales y sostenibles.
En un contexto altamente complejo y riesgoso como el que nos ha tocado vivir, el liderazgo antifrágil se convierte en una fuerza indispensable para hacer frente a los desafíos y avanzar en medio de la incertidumbre. En lugar de simplemente resistir o sobrevivir a los impactos, este tipo de liderazgo busca fortalecerse y crecer a través de ellos. Los líderes antifrágiles no se rinden frente a la adversidad, sino que la utilizan como una oportunidad para aprender, crecer y fortalecerse. Reconocen que la resiliencia no solo se trata de resistir y recuperarse, sino de transformarse y mejorar como resultado de las experiencias desafiantes.
Además, la construcción de redes de colaboración se vuelve esencial en un entorno complejo, estos líderes entienden que no pueden enfrentar todos los desafíos por sí solos, y por lo tanto, establecen conexiones y flujos con otros líderes, organizaciones y comunidades. Son redes de colaboración que actúan como un sistema de sinergias, donde se comparten conocimientos, recursos y experiencias, y desde donde surgen los apoyos necesarios en momentos de crisis.
Por último, el pensamiento holístico se vuelve esencial para el liderazgo antifrágil. En la mente holística la realidad no se aborda de manera aislada o fragmentada, sino que requiere un análisis integral de las interconexiones y dinámicas subyacentes. Al adoptar una perspectiva holística, las complejidades del entorno son comprendidas en un marco no lineal, en el cual las relaciones causa–efecto no son necesariamente directas.
Al desarrollar estas habilidades de gerencia del caos y en el caos, los líderes pueden no solo sobrevivir, sino prosperar y aprovechar las oportunidades que surgen de la adversidad.