El 3 de junio de 2022 se cumplieron 100 días de la invasión de Rusia a Ucrania. Aunque en un principio esta operación se había vendido como un conflicto rápida resolución, en la realidad se ha convertido en una guerra de desgaste y ha quedado en evidencia que los objetivos rusos no son sólo territoriales. Pareciera más bien, que se trata de producir y acumular la mayor cantidad de sufrimiento en el pueblo ucraniano y ganar así la guerra a través del daño moral y espiritual de la gente.
Si para algo ha servido esta invasión es para que se prueben en ambos bandos nuevas estrategias, tácticas y tecnologías en el campo militar. Entre lo más resaltante está el uso de inteligencia artificial para acelerar los procesos de toma de decisiones, el despliegue de unidades de comando descentralizado en los distintos frentes de batalla, incluyendo la toma de grandes centros densamente poblados y el uso de drones especializados, pero quizás el aspecto que más ha explotado Rusia en este conflicto, y que es tan antiguo como la guerra misma es el daño espiritual y moral sobre la población, con la significativa diferencia que ahora se aprovecha de las múltiples posibilidades de las tecnologías de información y el acceso a las redes sociales.
La invasión de Rusia es de espectro completo dentro del formato de guerra híbrida. Esta ha sido una invasión que va desde el asesinato y tortura de la población civil, la destrucción de la infraestructura y el desarraigo de la gente de sus espacios naturales, hasta ciberataques permanentes sobre servicios públicos. En una entrevista reciente que el presidente Zelensky dio a la revista Wired, este comentó: “tenemos un Tercer Ejército, es el ejército de TI, que ha hecho muchísimo en la ciberdefensa de nuestras instituciones…los invasores intentaron bloquear que el Banco Nacional pudiera pagar los salarios y las pensiones de nuestros trabajadores…”
A todo esto, debemos sumarle la acción implacable de la propaganda y las estrategias de desinformación que, si bien operan de los dos lados, en el caso ruso se ha enfocado en que Ucrania debe ser desnazificada, lo que enmarca el conflicto en una guerra de exterminio, ya que desde Rusia se acusa que el gobierno ucraniano ha promovido la formación de grupos radicales armados que persiguen y aniquilan a rusos que viven en las zonas de confrontación.
En las guerras hibridas se funde lo militar con lo civil en una inmensa zona gris en la que todo límite se hace borroso, por tanto, se abandona de facto la distinción de población civil y fuerzas militares, lo que incrementa la crueldad en contra de la gente común.
Todas las guerras son de sufrimiento, sin embargo, en esta entre Ucrania y Rusia, la destrucción moral del enemigo se ha hecho un espectáculo grotesco y pornográfico que se difunde por las redes. Es la instrumentación del sufrimiento como un arma del conflicto, que busca quebrar la voluntad de lucha y así hacer perder el interés en la libertad, manteniendo a la población en una banda de supervivencia en la que apenas exista la posibilidad de subsistir sin más esperanza que vivir un día más.
Algo parecido, aunque en una escala distinta hemos visto en conflictos recientes en Siria y Venezuela, con la instrumentación del sufrimiento de la población como arma de desestabilización regional y la manipulación de las ayudas humanitarias.
El daño espiritual y moral entra ahora en el inventario de los riesgos líquidos vinculados al conflicto, lo que potencia significativamente a las guerras de desgaste, otorgándoles la dimensión infinita del sufrimiento humano. Ante un arma tan poderosa como el sufrimiento, ¿cómo los ciudadanos podremos defendernos? Por lo pronto, lo único que se me ocurre es el igualmente infinito recurso de la resiliencia.