La seguridad opera en dos dimensiones inseparables: una, la objetiva, determinada por los hechos reales. La otra, subjetiva, constituida por la percepción y la opinión de los individuos sobre la realidad. La inseguridad, en consecuencia, se compone del riesgo real (la probabilidad de ser víctima) y el riesgo percibido (temor a ser victimizado).
Para abordar la inseguridad en toda su amplitud, deben conocerse ambas dimensiones, si se pretende llegar a conclusiones que se traduzcan en la mejora sensible de sus índices.
Por lo general, la seguridad objetiva y subjetiva se mueven en la misma dirección y de forma más o menos proporcional. Sin embargo, tienden a ocurrir desfasajes en uno u otro sentido en entornos complejos, o cuando el tema de la seguridad sale de la agenda de prioridades.
Siendo la seguridad un aspecto base en la pirámide de las necesidades humanas, es natural que la percepción tome el lugar de la realidad frente a determinados riesgos. Aquí destacan algunas situaciones que contribuyen a la distorsión de la realidad ante la percepción. Es el caso de los conocidos riesgos raros; aquellos que casi nunca ocurren, por lo que tienden a maximizarse sus efectos en la opinión pública, cuando se materializan, esto lo ejemplifica muy bien la pandemia del COVID 19 en sus inicios y la paralización del planeta entero. Lo contrario pasa con los riesgos despersonalizados, cruelmente abreviado por Stalin en la Segunda Guerra Mundial: «una muerte es una tragedia, un millón una estadística».
El aspecto crítico de las percepciones en la seguridad es que influyen directamente en el comportamiento. En este sentido, Mark Cohen (2005) señala que estos cambios se manifiestan en “conductas evitativas” donde las personas varían progresivamente sus rutinas para tratar de esquivar la acción de la violencia delincuencial. Por ello, para entender en profundidad los problemas de seguridad ciudadana y así construir mejores estrategias son indispensables las cifras duras sobre homicidios, robos, hurtos y secuestros, entre otras, pero en paralelo se requiere conocer la percepción del ciudadano sobre su propia seguridad. Con este propósito debe ser una prioridad en las políticas públicas en todos los niveles de la administración realizar encuestas sobre la situación de seguridad de quienes viven en las ciudades.
A manera de ejemplo podemos mecionar a la ciudad de Medellín en Colombia, que ha venido realizando encuestas anuales sobre la percepción de seguridad. En el informe del año 2018 se señala:
Durante 2018, 41% de los ciudadanos de Medellín dijo sentirse seguro en la ciudad, cifra inferior a la de 2017 en seis puntos porcentuales, mientras un 25% dijo sentirse inseguro, superior en cinco puntos porcentuales a lo encontrado en 2017.
Una herramienta interesante relacionada con la percepción de seguridad en las principales ciudades del mundo es Numbeo. Se trata de una organización que de forma contributiva analiza datos que habitantes y visitantes a las ciudades suministran, y apartir de ellos construyen distintos índices. En este enlace pueden ver el relacionado con la criminalidad en 2022. https://es.numbeo.com/criminalidad/clasificaciones donde Caracas, la capital venezolana aparece en el primer lugar en el mundo en inseguridad, basada en la percepción de los participantes. A los efectos de lograr ese análisis integral de la seguridad ciudadana, tanto diseñadores como implementadores de mejores políticas necesitan datos e información para evaluar y calibrar la efectividad de sus acciones.
Ronald Forgus en su conocido libro; Percepción (1975) indica que el individuo en esa búsqueda permanente de adaptación, condiciona la información que extrae de su entorno a sus propias experiencias y prejuicios. Es por ello quizás, que resulte difícil determinar y estudiar los riesgos percibidos, más aun en ambientes tan complejos y contradictorios como estos en los que nos ha tocado vivir.
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