Asesinato de Julio César. Historia del espionaje. Inteligencia

La Inteligencia de Julio César – Historia del espionaje – Capítulo 8

Durante la expansión del Imperio Romano por el Mediterráneo, sus legiones dirigidas por Julio César demostraron un notable nivel de inteligencia y capacidad estratégica. El éxito de las campañas militares romanas no solo se debió a la fuerza y disciplina, sino también a la habilidad de obtener información sobre los territorios conquistados. La inteligencia desempeñó un papel relevante en las operaciones militares de Julio César, permitiéndole anticipar al enemigo tomando decisiones informadas, logrando así la expansión de Roma.

Después de la victoria sobre Cartago, Roma no tuvo más rivales de peso que colectaran información sobre sus movimientos estratégicos y sus decisiones. En contraposición, los romanos, tras tantas y prolongadas guerras en la cuenca mediterránea habían acumulado un amplísimo conocimiento sobre el territorio y las poblaciones que lo habitaban, lo que permitiría más adelante a Julio César, probablemente el general más capaz de lo que se convertiría luego en el Imperio, expandir las fronteras romanas y conquistar espacios jamás imaginados por potencias de la antigüedad.

Julio Cesar se convirtió en Cónsul romano en el año 59 a.C Tuvo una carrera política extraordinaria. Una combinación de astucia y estilo que le era innata. Muy temprano en su vida pública aprendió la importancia del manejo discreto de la información. Julio Cesar cuidaba con mucho celo sus comunicaciones, a tal nivel que en sus cartas utilizaba un tipo de cifrado en sus textos. Usualmente, sus cartas eran escritas con un método en los que sustituía cada letra por la tercera que le seguía en el alfabeto. Por ejemplo, la palabra CAESAR se convertía en FDHVDU, también utilizaba variaciones de este método, protegiendo así sus mensajes.

Julio César no tenía un equipo de Inteligencia, por lo que era muy probable que fuera él mismo quien coordinara estas responsabilidades entre sus tropas. De sus oficiales seleccionaba tres tipos de funciones de reconocimiento: prosecutores, eran los hombres en la avanzada de las fuerzas romanas; exploratores, scouts utilizados para distancias largas; y speculatores, quienes se infiltraban en territorios enemigos y levantaban información de inteligencia.

El propio Julio César tenía experiencia en espionaje. El historiador Suetonio relata que, durante la guerra de las Galias, por lo menos en una ocasión, César, disfrazado como galo caminó por territorio enemigo. Aunque su objetivo era llegar al campamento romano que había quedado aislado por las fuerzas rivales, su disfraz le sirvió para actuar como espía y observar la actividad de los galos. Pero probablemente, el papel que mejor desarrollaba era el de interrogar a prisioneros y desertores, de los cuales obtenía valiosos datos sobre la topografía, la ubicación de los recursos naturales, los puntos estratégicos y las fortificaciones enemigas.

En unos de estos interrogatorios previos a la batalla del río Sambre, Julio César se enteró que las videntes del ejército germánico enemigo de Ariovisto, le habían recomendado que no emprendiera el combate antes de la luna nueva, pues lo perdería. De inmediato, César organizó a sus legiones y se lanzó contra el ejército rival un día antes de la nueva luna. Los germánicos presentaron una resistencia feroz, pero terminaron derrotados y desmoralizados.

Un aspecto de la inteligencia que hoy parece menor, pero que para la época resultaba esencial era que no existían mapas de los territorios. La inteligencia era valorada por el conocimiento de las rutas, por ello es que los espías eran primero que todo, exploradores. Julio César, sin embargo, tenía un instinto muy desarrollado en torno a la importancia de la información, por ello subestimaba las artes adivinatorias de los videntes y los oráculos, y prefería él mismo, averiguar datos sobre el terreno. Suetonio escribió tiempo después sobre César: “Las predicciones desfavorables de los videntes nunca lo detuvieron en su empeño por nuevos emprendimientos”.

Hasta cierto punto, el desprecio de Julio César por la adivinación era contradictorio. En el 63 A.C. con 37 años, es elegido como Pontifex Maximus de la república romana. Se trataba del sacerdote de más alto nivel, lo que le permitió mudarse a la Regia, residencia oficial en la Vía Sacra donde le tocaba presidir innumerables ceremonias religiosas. Como el mismo César admitió a su madre, se trataba de un cargo más político que otra cosa y sería determinante en su control del poder, además había gastado una fortuna sobornando a sus electores, que, de no haber resultado electo, habría terminado arruinado.

El 15 de marzo del año 44 a.C. Julio César es asesinado en el Senado, víctima de una conspiración orquestada por un grupo de senadores opuestos a sus ambiciones autocráticas. Casio, Bruto, Décimo Junio y otras sesenta personas, los llamados Libertadores, materializaron su plan. Irónicamente, semanas antes de la muerte, un adivino le advierte a César que sería asesinado.  Presagio que este subestimaría.

Aunque Julio César había hecho más uso de la inteligencia militar que cualquiera de los generales romanos que lo antecedieron, esto sólo hizo una pequeña contribución al surgimiento de Roma como superpotencia militar. El papel principal de la Inteligencia durante las guerras fue servir de potenciador de la fuerza, a través del uso de la información. Luego de la destrucción de Cartago, la superioridad de la república de Roma era tan grande, que poseer mejor inteligencia que sus adversarios agregaba poco a su poder. Los ejércitos romanos eran reconocidos por su disciplina, armamento y extraordinario tamaño. En el segundo siglo antes de Cristo, Roma tenía alistado en sus legiones alrededor del 13% de sus ciudadanos, una proporción sólo igualada por Napoleón en Europa 2000 años después.

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