Una vez más quisiera referirme al impacto que ejerce la impunidad en la realimentación de los incentivos para el delito y cómo, a partir de ella, una nación puede desaparecer. La impunidad es equivalente a reducir a cero el costo de cometer crímenes, efecto que se potencia en la medida que las condiciones de los países se deterioran, pues delinquir se hace más atractivo.
La impunidad es, además, la expresión del ciclo de realimentación negativa del sistema de administración de justicia, que al hacerse más impune se profundiza en su propia corrupción para terminar convirtiéndose en un instrumento de disolución del Estado, tal como lo conocemos, dándole paso a una organización que administra el delito y que genera un nuevo modelo de control social, ya no basado en las leyes sino en un tipo de pax criminal.
Toda esta descomposición tiene su origen en la corrupción y no ocurre por azar, ya que entre sus fines está hacer de la justicia una gran zona gris y así normalizar ciertas actividades delictivas que se hacen parte de la estructura del poder. Esta delincuencia, por tanto, es un aliado estratégico para el logro de los objetivos de quienes dirigen el Estado.
De esta manera, el poder de la delincuencia alcanza niveles tan altos en la estructura que es capaz de retar y vencer a la poquísima institucionalidad que pueda existir en instituciones como las Fuerzas Armadas o en los cuerpos policiales, por ello, logran el control de territorios y de múltiples sectores de la economía.
Siendo la delincuencia organizada un negocio trasnacional, y dado su poder, el concepto de soberanía queda disuelto, lo que produce la reorientación de la principal misión de las Fuerzas Armadas que pasa de proteger el territorio a custodiar y lucrarse de las actividades ilícitas. De la misma forma, desaparece la obediencia y la subordinación y se sustituye por la lealtad a los jefes del sistema.
Esta desnaturalización de las Fuerzas Armadas transforma a la antigua institución en una amenaza que toma la nueva estructura de una organización líquida, cuyo fin es el sostenimiento del poder a través de los medios que estén a su alcance, incluyendo el uso de la violencia y las armas en contra del ciudadano.
Las características más significativas de estos Ejércitos son su organización en redes con capacidad operativa en múltiples escenarios, tanto internos como externos y la facilidad con la que establecen alianzas con organizaciones de naturaleza criminal para el cumplimiento de su misión. Es así como Qassem Soleimani podía dirigir en Irak a su milicia Quds en operaciones conjuntas con Hezbolá o el ELN opera en territorio venezolano en coordinación con unidades del Ejército.
La reconversión de las Fuerzas Armadas se completa cuando se establece una especie de milicia con un rango difuso entre lo civil y lo militar. Son por diseño, la conexión entre las bases populares y los sistemas de sometimiento social y político de los clanes dirigentes para la consolidación de la pax criminal.
Ante la complejidad que representa negociar con un conglomerado heterogéneo y multicapas de grupos criminales que se reparten el territorio y todo tipo de actividades ilícitas, aproximarse a una solución, en Estados que han mutado a organizaciones criminales, debe empezar por desmontar la impunidad.
Pero, como no existe un sistema de justicia confiable, la ruta para la salida no está en intentar un atajo dándole legitimidad a las estructuras de poder permitiendo que participe en diálogos o elecciones como si fueran miembros de una institucionalidad que hace rato destruyeron.
Si algo puede impulsar la comunidad internacional es la aplicación ejemplarizante de leyes de alcance global como elemento para construir apalancamiento, ya que los procesos de justicia penal son “hechos políticos” de mucho peso y fuerza que pueden acelerar una negociación de salida, en el entendido que estas estructuras de un Estado Criminal han traspasado las fronteras para cometer delitos.
Debe tenerse en cuenta que estos sistemas desarrollan múltiples habilidades para inhibir la posibilidad de cambio en las estructuras del poder. A través de sus redes de narrativa y propaganda construyen la versión que ante una eventual caída de sus estructuras se desataría un caos. Si bien, lo hacen con el fin de subir el costo de poner fin a estos modelos, también lo aprovechan los grupos criminales vinculados al poder para dar rienda suelta a la violencia impune. Esto ocurrió en Siria con Assad, quién durante las negociaciones para poner fin a la guerra dejó claro que la opción menos costosa y violenta era mantener su régimen en el poder, a cambio de unas reformas cosméticas para la normalización de la vida a lo interno.
La normalización económica es precisamente otro de los modos mediante el cual se redistribuyen cuotas de poder, con el objetivo de inyectar capitales, muchos de los cuales provenientes del blanqueo de capitales, liberando discrecionalmente ciertos sectores industriales y comerciales para así simular una recuperación de la confianza y mejorar las condiciones de vida de algunos ciudadanos que se benefician por la modesta reactivación del empleo.
Este efecto normalizador no ocurre naturalmente, por detrás se mueven grandes cantidades de dinero, así como componendas políticas y de supuestos empresarios, dispuestos a llenar los espacios en juego de la simulación y que, en combinación con la desesperanza y frustración acumulada de la gente, el modelo de la impunidad se instaura sin mayor resistencia.
Llegado a este punto, pareciera difícil revertir el modelo de pax criminal, ya que consigue medios de sustentación a través del delito, la extorsión, la represión y la propaganda. Sin embargo, debe entenderse que es un modelo frágil, lleno de vulnerabilidades y que su mayor fortaleza es la capacidad de administrar el caos en la heterogeneidad de intereses.
De esto lo que se deriva es que no es suficiente con una aproximación política convencional para dar con una solución, se requiere trabajo, liderazgo, equipo, tiempo, recursos, estructura, confianza, aliados comprometidos, inteligencia, estrategia, visión y planes para desmontar estos entramados.
Hasta hoy, la experiencia ha demostrado que estos ingredientes no se han podido alinear para desarticular Estados impunes ensamblados sobre la paz del crimen y que se expanden por el planeta, aunque esto no significa que sea imposible hacerlo. Por lo pronto, existe conciencia, voluntad y coincidencia de mucha gente para lograrlo, lo que pareciera estar faltando es sentido de la urgencia de actores clave que se atrevan a plantear una agenda real para el desmontaje de estos nuevos totalitarismos.