Dicen los paracaidistas que en la aproximación al suelo pareciera que todo pasa más rápido y con mayor vértigo. Es la sensación de lo inminente e inevitable que con frecuencia me viene a la mente, cuando en la gestión de riesgos se abordan temas de crisis y colapso.
Colapsar se puede entender como paralizar, pero también como destruir o arruinar. Es en esencia la suspensión del ritmo de la realidad y en ocasiones puede interpretarse como el nivel de suelo de algunas crisis, sobretodo, aquellas que se han alcanzado por desatención o subestimación de sus causas.
Entre los retos que impone el colapso como destino de las crisis está en primer lugar, la tremenda cantidad de energía que se necesita para poner en marcha la realidad dejada en suspenso y en segundo término, la recuperación del tiempo perdido tras la parálisis.
Las organizaciones con programas consistentes para el manejo de las crisis, planifican y se preparan para interrupciones operativas generadas por fallas endógenas en sus sistemas o exógenas producidas por cambios en el entorno.
En este caso, sin embargo, voy a referirme a un tipo de colapso muy poco común en los tiempos globalizados que vivimos, pero cada vez más presente, vista la realidad de la crisis venezolana.
Me refiero al colapso final del Estado. El modelo de país está irremediablemente llegando a su agotamiento final. Suficiente con observar la escasez, la inseguridad, la salud, la educación y el quiebre institucional profundo para calibrar la dimensión de la equivocación histórica en la que estamos metidos.
Esto, sin entrar en consideraciones sobre la desvalorización o la ruptura del tejido social. Pero, ¿qué significa colapsar? Y ¿qué se puede esperar tras el colapso? Son preguntas urgentes y muy pertinentes para los que seguimos creyendo en un mejor futuro para Venezuela.
Colapsar implica perder el movimiento, producto del desgaste de las fuerzas motrices. Es distinto a la inacción generada por esfuerzos encontrados que se rivalizan el uno al otro.
En ellas existen energías acumuladas que, por ser opuestas, se anulan. El colapso, por el contrario, es un vaciado integro, desolador y definitivo de toda potencia, no es reversible y superarlo en las organizaciones, como en las sociedades, demanda un reordenamiento alineador de fuerzas.
En un ser humano el colapso puede significar su muerte, cuando lo que falla son sus órganos vitales. En las organizaciones, en cambio, los colapsos se presentan como reducciones progresivas de sus actividades productivas llegando a un punto irreversible para un reinicio, si no intervienen estrategias y fuerzas extraordinarias. Es decir, un estado de colapso no se supera con los mismos modos y actores que llevaron la crisis a ese punto.
Para un país colapsar es dejar de producir, cerrar progresivamente sus centros de trabajo, sus industrias y sus comercios. Es también la escasez de productos básicos, la inflación desmedida y la ausencia de políticas públicas orientadas a la contención del deterioro o restablecimiento de la normalidad.
Una vez en la zona del colapso las organizaciones les corresponde asumirse dentro de un escenario de supervivencia.
Esto es, reducir al mínimo todo egreso que no sea estrictamente necesario para mantenerse operativa.
En este sentido, la seguridad es absolutamente indispensable y, lejos de minimizarse debe hacerse más presente y visible. El colapso trae consigo conflictividad, disturbios e incertidumbre, por lo que pensar en prescindir de la seguridad es quedarse sin defensas protectoras frente a realidades caóticas.
Si bien, tras los colapsos las empresas y otras organizaciones pueden resultar severamente dañadas hasta el punto de no reflotar, otras se crecen con la adversidad y ocurre lo que parecería imposible; salir fortalecidas y con grandes aprendizajes. Con las naciones ocurre algo similar; desaparecen o triunfan. Ejemplos de ambos casos sobran en la historia.
Quisiera pensar, – y esto pertenece más a mis deseos que a la realidad – que en Venezuela no estamos perdidos y que la severísima crisis devenida ya en colapso, será el piso del que rebotaremos con energía y fuerzas creativas y constructoras.
Pero viendo el panorama con un poco más de objetividad, los recursos y tiempo perdidos van a pesar como un lastre en el ascenso a la recuperación. Serán necesarios todas las mentes y manos de las que disponemos, dentro y fuera de nuestras fronteras para devolver la dignidad arrasada de nuestros ciudadanos y emparejarnos a los retos que nos impone la globalidad. Dios nos ilumine en el proceso.
@seguritips