La paz es el principal objetivo de la seguridad ciudadana. Aquí no me refiero a la paz criminal construida sobre el miedo, sino a la que es producto del estado de derecho. En todo caso, la paz impuesta desde la represión, en esencia no es paz, es un ejercicio distinto de la violencia. Sin paz no es viable, ni posible un país que pretenda progresar en lugar de sobrevivir. En una sociedad la paz se traduce en tranquilidad, rutina, certezas, cotidianidad y posibilidad de desarrollar proyectos a mas largo plazo.
Es cierto que una de las condiciones deseadas para la prevención como proceso importante de la seguridad es que todo fluya en un clima de tranquilidad. De hecho, las normas de convivencia existen para establecer las condiciones normales o cotidianas de cualquier sociedad.
En la actualidad, la seguridad ciudadana concibe la paz como el equilibrio dinámico y armónico necesario para que los actores de una sociedad puedan desarrollar sus máximos potenciales, en el marco del respeto y la tolerancia de las individualidades. No se trata de la paz de los sepulcros, donde no se mueva una hoja, tampoco se refiere a una sociedad sin conflictos, la verdadera paz ciudadana estimula el espacio para el debate de las ideas y desarrolla los medios para dirimir oportuna y eficientemente los desacuerdos. Hasta este punto, se podría decir que la paz ciudadana es la consecuencia de una sociedad de respeto y tolerancia que tiene vías y sabe dirimir sus conflictos de manera sana.
En la seguridad todo está conectado y correlacionado, las causas no son aisladas unas de otras y menos aún las consecuencias. Por ello, la paz ciudadana es tan difícil de alcanzar y mantener, pues prácticamente cualquier situación que amenace o altere siquiera la percepción de riesgo puede instantáneamente desmontarla si el sistema no ofrece garantías mínimas para la restauración del equilibrio.
El terreno que pierde la paz nutre progresivamente a la violencia. La impunidad, las injusticias del sistema, el déficit numérico y cualitativo de los cuerpos policiales, la carencia de oportunidades de la población más vulnerable, son entre otras, causas muy poderosas para disolver la paz ciudadana resultando todo en la más grande incubadora de la violencia en una sociedad. En muchas ocasiones la violencia no se manifiesta directamente, más bien es un proceso de socavamiento continuado de ese dinámico equilibrio del cual depende la paz. Algunos lo identifican con el aumento de la presión social ante la ausencia de medidas de escape o canalización de los descontentos, los conflictos no resueltos y las injusticias. Esta capitalización incremental de la frustración es el abono a la violencia.
Una sociedad violenta se manifiesta de múltiples maneras. En la relación entre los ciudadanos, la forma de conducir, el trato que se le da a los espacios públicos y hasta en el vocabulario. Todos son signos que revelan violencia contenida en la gran incubadora. La acumulación de violencia además de pasar hasta cierto punto inadvertida, puede en el más mínimo e inesperado gesto desbordarse y causar el caos. En nuestra historia reciente hemos presenciado varias crisis de este tipo, que ponen en evidencia la carga agresiva que la sociedad viene silenciosamente conteniendo, y que se desata con virulencia proyectando una sociedad hasta el momento desconocida. Vemos señoras que en la cotidianidad son recatadas y ecuánimes, vociferar insultos que harían sonrojar a cualquier camionero. Es la violencia incubada en el silencio la más peligrosa de todas. Es aquel ciudadano en apariencia indiferente y callado frente a su realidad, el que reprime su indignación hasta el límite, explotando sin ningún control y transformando en violencia la ira contenida. Si de escoger el peor de los males se trata, es preferible permitir al ciudadano común protestar, marchar y manifestar con rabia, pues esto libera la presión y enfría la pasión en la incubadora. Ahora, gravísimo error cometen las autoridades cuando desproporcionadamente reprimen las protestas y agreden a los manifestantes. En lugar de reducir la presión social incrementan la energía en la gran incubadora de violencia en la que algunas sociedades viven y sufren.