Los cubanos, herederos del totalitarismo soviético experto en la manipulación de la realidad con la que sostuvo una guerra fría por casi cinco décadas, conocen bien el alcance de los fenómenos derivados de los sistemas complejos. De aquí, sus habilidades en el manejo situacional de las contingencias y en las capacidades de adaptación a entornos adversos.
La revolución chavista y su expresión en el régimen de Maduro han aprendido de estos maestros a hacer de la complejidad una de sus herramientas de dominación más poderosas. La técnica se basa principalmente en la construcción de múltiples y solapadas capas narrativas que simulan las fuerzas que los sostienen y los apoyos con los que cuentan, a partir de los cuales desarrollan escenarios en los que encajan algunos hechos comprobables que les dan cierta credibilidad y utilizan luego a sus adversarios, a través de sus redes de contrainteligencia para propagar las historias. Como resultado, crean un sello de carácter casi inexpugnable al poder que detentan. Todo, gracias al conocimiento experto de las propiedades de la complejidad y su aplicación como escudo de protección frente a las fuerzas que se les oponen.
Quizás la mejor y más sencilla forma de explicar la técnica de la “complejización” de la realidad es decir que, a cada solución planteada, se le diseñan múltiples problemas con el objetivo de desalentar aquellas iniciativas que representen una amenaza real y favorecer a las más inocuas.
Un primer ejemplo de utilización de la complejidad como herramienta control es la aproximación clásica que tienen las dictaduras para evitar la observación de la comunidad internacional. Tanto Maduro como Daniel Ortega o Díaz Canel apelan al principio de no intromisión en los asuntos internos, así como en la autodeterminación de las naciones respecto a la conducción de sus políticas. A partir de allí, los autócratas se victimizan y alertan sobre las intenciones imperiales de los Estados Unidos de apropiarse de su territorio y sus recursos en una enmascarada intervención militar.
En un segundo nivel, se introduce la tesis de la guerra civil con el propósito de inhibir acciones de presión y amenazas externas. Con una narrativa bien cuidada y articulada por adversarios incautos o influencers, creyendo que con ello advierten de peligros mayores, propagan la versión que grupos radicales que acompañan a la dictadura se activarían en un conflicto internacional de gran escala si llegara a ocurrir una salida forzosa de Maduro y su cúpula del poder, con el fin de defender la revolución, apelando inclusive a las similitudes que tienen las realidades sirias y venezolanas en el contexto de la confrontación que se libra en ese país desde 2011.
A esto se le acompaña, a manera de blindaje adicional, el hecho de que una salida con la inclusión de figuras prominentes del régimen sería lo conveniente, pues ello facilitaría una transición menos traumática o conflictiva. Es el esquema de la cohabitación con los criminales como garantía de una supuesta gradualidad en el cambio y, a la vez, la amenaza solapada de la violencia latente en caso de no anexarlos al nuevo Gobierno.
Pero en Venezuela la manipulación de la realidad actúa con mucha más profundidad. Resulta clave entender que la complejidad no es un sustantivo. Al referirnos a ella, estamos hablando de sistemas complejos o, dicho de otra manera: es un arreglo de elementos que opera bajo ciertos parámetros de auto organización y con propiedades emergentes. Más claramente es un entramado de variables cuya acción es mucho mayor que la suma de sus partes. Llevado a la actualidad, el país es el agregado progresivo y en constante modificación de lo que somos. De aquí se deriva que ante la más mínima ruptura del statu quo, el régimen somete a la realidad a un juego de espejos en el que rebota y deforma hasta el infinito múltiples versiones de los hechos y los lleva a convertirlos en información inutilizable. El caso más reciente fue la historia detrás del 30 de abril, aunque existen muchos ejemplos: los intentos de golpes de Estado a Maduro, el atentado con el dron e, inclusive, la enfermedad y muerte de Hugo Chávez.
Los sistemas complejos tienen dos características muy convenientes para la dominación y el control social. Se trata de la capacidad que tienen de estar en movimiento constante y la extrema sensibilidad a los cambios del entorno. Estas, aunadas a los altos niveles de incertidumbre, hacen imposible extrapolar o proyectar una realidad determinada. En la Venezuela de hoy, si acaso, podemos pronosticar con bajas probabilidades el futuro cercano. No vivimos en la linealidad ni en la proporcionalidad, donde pequeños cambios pueden producir consecuencias inimaginables. Esto es así porque la complejidad está en desequilibrio continuo. Los venezolanos somos unos malabaristas de la cotidianidad, estamos en constante emergencia, dado que de ello depende nuestra supervivencia, por lo cual necesitamos referencias que tengan vigencia en el aquí y el ahora, así como el precio del bolívar contra el dólar, ya mañana es demasiado lejos. Los hechos de hoy se devalúan frente a los de mañana.
Las estrategias rígidas o diseñadas al detalle, tal cual las exige el ciudadano en la búsqueda de alguna certeza, usualmente fallan porque dentro del sistema conviven demasiadas fuerzas que desestabilizan la realidad, de él emergen nuevas dificultades —también nuevas posibilidades—. Esto lo ha entendido a la perfección la revolución chavista que actúa siempre situacionalmente, es decir, se adapta a la situación y responde ante ella de manera asertiva.
Una última característica de la complejidad que me falta por explicar y contextualizar tiene que ver con que las partes que integran el sistema actúan con información local. Lo que significa es que cada quien toma decisiones desde sus creencias, posiciones, historia y recursos, sin que medien acuerdos generales. Es un poco como las neuronas en el cerebro humano, cada una hace su trabajo, pero entre todas construyen la consciencia. Por esto vemos que algunas familias emigran y otras se quedan, unos prefieren sobrevivir callados y adaptarse, mientras que otros son más activos y se resisten. Entre todos se ensambla la complejidad de esta Venezuela donde materialmente no se puede construir cohesión alguna. La prueba más clara ha sido el cese de la usurpación. Desalojar a Maduro del poder, algo que a los ojos de muchos expertos internacionales lucía como una acción simple, se ha convertido en el obstáculo principal para que se logre una ruta de éxito. Soñamos con el Plan País, pero su efecto no tiene relieve alguno, si antes no se quiebra al régimen.
La gran pregunta que queda en el aire luego de este análisis es, ¿cómo entonces podemos construir una salida?
La respuesta, como puede suponer el lector, no es fácil. No lo es porque la complejidad no tiene respuestas sencillas. En tal sentido lo que puedo adelantar es que la inestabilidad derivada de la complejidad no afecta exclusivamente a los opositores, es igualmente de alto impacto para el régimen, si este no mantiene encendida permanentemente su capacidad de respuesta situacional, a fin de actuar oportunamente y así esquivar o minimizar los riesgos implícitos en la complejidad. Esto le ocurrió a la URSS en 1986 con la explosión de Chernóbil, la propia complejidad del sistema los terminó hundiendo en la gravedad del accidente siendo incapaces de administrar sus consecuencias. Algunos analistas inclusive argumentan que fue la estocada final para sepultar el modelo 5 años más tarde. En todo caso, mientras la complejidad sirva a los propósitos de la usurpación del poder, y no se le imponga un orden superior o una amenaza creíble lo suficientemente importante como para que el costo de desmontar el sistema sea menor al costo de mantenerlo, no se vislumbrará una solución. Quizás la conclusión de esta historia se parezca a la lucha del bien contra el mal. Me recuerda a Albus Dumbledore en la escena final de Harry Potter y el cáliz de fuego: “Ha llegado la hora de decidir entre lo que es fácil y lo que es correcto”.
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