La Venecia del Renacimiento estaba obsesionada con lo secreto. En el juramento que debían prestar los aspirantes al Consejo de los Diez, el grupo responsable de la seguridad y otros asuntos de máxima prioridad para la ciudad, debía pronunciarse la frase “juro y perjuro que no revelaré secreto alguno”.
En 1481, el Consejo de los Diez prohibió a todos los miembros del Senado y a los consejeros de Estado mantener contacto alguno con embajadores o representantes foráneos, ordenando además que cualquier relación fuera reportada. Mantener los secretos del Estado en la más estricta reserva era de tal importancia, que, si algún funcionario era hallado culpable de sólo hablar con agentes extranjeros, sería exilado de Venecia por dos años y debía pagar una multa de 1000 ducados.
Una mañana de marzo en 1498, Antonio di Lando colgaba ahorcado entre las columnas de San Marcos y San Teodoro. Di Lando era el secretario de la cancillería. Su amante lo había descubierto en relaciones con un tal Zuan Bautista Trevisan antiguo funcionario de Venecia, pero que por sospechas había sido relegado de sus funciones y ahora trabajaba para el Marqués de Mantua. El Consejo de los Diez, discretamente, había actuado y el mensaje a toda la ciudad era muy claro.
Pero ¿Cuál era la razón de la obsesión de los venecianos para su constante secretismo? La respuesta era sencilla, Venecia, apreciada por su gobierno estable, sus líderes altruistas y sus ciudadanos libres que llegó a ser conocida como “La Serenissima” era el imperio más grande del comercio entre Oriente y Occidente durante la Edad Media e inicios del Renacimiento. El secreto para el comercio veneciano se basaba en el comercio de mercancías de poco volumen y alto valor, especialmente especias y artículos de lujo.
El éxito mercantil de Venecia dependía de proteger sus secretos comerciales, y a la vez, obtener a través de agentes encubiertos, información de la competencia. Aun hoy, en el Archivo Central de la ciudad reposan múltiples documentos con información sobre técnicas nuevas para la producción de textiles, porcelanas, armas y otras mercaderías que comenzaban a desarrollarse en el Renacimiento y que eran el fruto del activo trabajo de embajadores y agentes encubiertos que mantenían una amplia red de información en el Mediterráneo Oriental.
Junto a su poder económico, Venecia también ejercía control geopolítico en su entorno. Desde el mar Adriático, el Egeo y el Mediterráneo, hasta ciudades más remotas como Estambul, Beirut, Alepo y Alejandría, la influencia veneciana se expandía con rapidez. Fue en Venecia donde por primera vez, en 1450 se realizó el primer Mappa Mundi, contenía más de 3000 descripciones del orbe conocido hasta la fecha. Otras ciudades detrás de la Serenísima mostraron mucho interés sobre el sistema de Inteligencia y la capacidad veneciana de graficar el mundo. Hacia finales del siglo XV, cuando se inició la era de los grandes descubrimientos, la producción veneciana de mapas alcanzó su máxima relevancia, debido al gran interés por el nuevo mundo. Los mapas eran para la época, la fuente infográfica más importante para el desarrollo de actividades comerciales.
La era de los descubrimientos, sin embargo, rápidamente desplazó a Venecia como eje del comercio entre Europa y Asia, pues navegantes portugueses y españoles principalmente comenzaron a abrir nuevas rutas marítimas. Es el caso de Vasco da Gama que en 1498 llegó hasta la India e inició el comercio de espacias directamente con Portugal. Así lo reportó Girolamo Priuli, un periodista y agente veneciano, cuando registró en su diario que la celebración en Lisboa tras la llegada de da Gama “había traído una gran melancolía y preocupación en Venecia”. Apenas una década después, ya los portugueses controlaban todo el comercio en las costas indias de Malabar y Ceilán.
A pesar de la pérdida de poder en el comercio, Venecia retuvo por un buen tiempo el control político sobre Europa a través de su red de embajadores residentes diseminados por más de treinta ciudades del continente. Aunque no todos los embajadores venecianos eran espías en el sentido tradicional, algunos de ellos se involucraban en actividades de inteligencia para proteger los intereses de su Estado y obtener información estratégica. Parte de sus funciones era mantener una red de informantes en las cortes extranjeras y en los centros de poder político. Estos informantes proporcionaban datos sobre políticas, alianzas, intrigas y otros asuntos de interés para la ciudad.
Uno de los centros de mayor interés para Venecia era el Imperio Otomano, pues a pesar de las tensiones y conflictos ocasionales, también existían períodos de tregua y cooperación, especialmente en el ámbito comercial. Se sabe que Venecia utilizaba a sus embajadores y diplomáticos para mantener una presencia constante en Estambul, la capital otomana. Estos representantes no solo cumplían funciones diplomáticas oficiales, sino que también se involucraban en actividades de inteligencia para entender las intenciones otomanas y proteger los intereses venecianos. Andrea Spinola, en su Diccionario Filosófico – Político – Histórico publicado en el siglo XVI mencionaba que “el espionaje en el diseño y los secretos de un principado es el oficio apropiado para los embajadores”.
Para tener idea de la importancia que Venecia le otorgaba a la Inteligencia y el manejo de información en sus zonas de influencia, en 1453, a la caída de Constantinopla tras el asedio otomano, una embajada veneciana se estableció en la recién renombrada ciudad, Estambul. Los franceses establecieron su embajada en 1535, el Austria de los Habsburgo en 1547 e Inglaterra en 1578. Los otomanos, por su parte, creían que el sultán estaba por encima de cualquier otro monarca de Europa, por lo que no consideraban apropiado establecer embajadas en otros países. No fue hasta el siglo XVIII que el Imperio Otomano comenzó a entender el valor de tener agentes distribuidos por el continente.
Pero Venecia, que había hecho del secreto parte de su Estado, también lo utilizaba en una dimensión más oscura para ocultar los defectos del gobierno y sostener la imagen de La Serenísima República con métodos más parecidos a los que hoy utilizan gobiernos autoritarios, a través de las confesiones forzadas. Del Consejo de los Diez se nombraba un grupo de tres Inquisidores, quienes estaban autorizados para utilizar la tortura durante los interrogatorios si lo consideraban necesario. Aun hoy, en el palacio ducal, se conserva un strappado, un mecanismo de cuerdas y poleas que halaban al prisionero por manos y pies dislocándole las articulaciones y causando dolores insoportables. En España también se usó esta máquina, conocida como la garrucha y llamada por los carceleros como “la reina de las torturas”.
Un detalle curioso y no menos significativo era la costumbre veneciana de utilizar máscaras durante eventos o celebraciones, inclusive más allá del carnaval. Si bien no puede conectarse directamente al ambiente de secretismo de la ciudad, vestir máscaras ayudaba grandemente al espionaje y el anonimato, aún en una sociedad que estaba en extremo estratificada en clases sociales. En ninguna otra ciudad como en Venecia ha proliferado tanto el uso de máscaras. En el siglo XIX Venecia era un destino para el turismo sexual, pues tras las máscaras se podían ocultar encuentros y aventuras amorosas, sin comprometer a los casuales amantes.
Otro detalle clásico del secretismo veneciano fue lo que se llamó la boca del león, y del cual quedan vestigios en el siglo XXI. El Consejo de los Diez promovía que los habitantes de la ciudad denunciaran, no sólo a herejes durante la inquisición, sino a funcionarios traidores o corruptos. Para tales efectos existían varios leones pintados en algunas paredes cuyas bocas eran buzones, donde la gente escribía sus denuncias y las depositaba discretamente, a la espera que se tomara acciones en contra de los enemigos del Estado. Una de las bocas de león más famosas del siglo XV estaba empotrada en una pared de la iglesia de Santa María de la Visitación, esta era especial para denuncias sobre temas de salud pública, tales como; el inadecuado control de plagas o el expendio de alimentos en mal estado. Estas denuncias, sin embargo, no eran anónimas, la gente debía escribir sus nombres en el pliego, y en caso de ser falsa o tendenciosa, el denunciante podía ser detenido y encarcelado.
Finalmente, la sofisticación y el secretismo veneciano no pudo contra la superioridad militar otomana. Buena parte del imperio del mar controlado por Venecia cayó frente a las flotas del imperio islámico. En tres guerras sucesivas hasta mediados del siglo XVI, Venecia perdió sus propiedades en Negroponte, Lemnos, Morea, las Cícladas y las islas Espóradas. A pesar de que el Estado veneciano pertenecía a la Santa Alianza, que venció a la flota otomana en la batalla de Lepanto en 1573, no pudieron evitar la pérdida de Chipre.
Así termina la leyenda de Venecia, llena de secretos y misterio. En el próximo capítulo hablaremos de los primeros encriptadores de mensajes y el uso de códigos secretos para la transmisión de información a partir del siglo XV.