Fue Friedrich Nietzsche (1844 – 1900) el precursor de las ideas sobre la realidad como espacio en movimiento, y que más un siglo más tarde sería expuesto por Zygmunt Bauman en la Modernidad Líquida (1999). En su filosofía, Nietzsche desarrolló la tesis de un mundo en perpetuo cambio y devenir. El estado de devenir no produce entidades fijas, como el ser, el sujeto, el objeto o la sustancia. Estos conceptos falsos son los errores necesarios que la conciencia y el lenguaje emplean para poder interpretar y tolerar el cambio constante. Dicho de otro modo, hemos adoptado unos conceptos que intermedian entre nosotros y la realidad para que existan referencias, a partir de las cuales, podamos darle orden y sentido de permanencia a la conciencia del mundo que nos rodea. No estamos preparados para el cambio constante, por eso buscamos concebirnos como entes con un propósito trascendente que genere la ilusión que estamos pisando sobre terreno sólido, capaz de resistir el continuo devenir. Es un todo a nuestro alrededor que fluye y se transforma, mientras nosotros permanecemos inmutables. Para Nietzsche y luego para Bauman, la filosofía occidental nos antepuso unas referencias ficticias para darnos la apariencia que nos desarrollábamos en la solidez de la razón, cuando en la realidad todo fluye, incluidos nosotros mismos, en una corriente indetenible. Pero el aceleracionismo tecnológico y su complejidad derivada han develado la verdadera naturaleza líquida de la realidad, que no terminamos de comprender porque seguimos atados a referencias fijas que en el permanente devenir pierden todo su valor.
El primer gran desafío es modificar el mindset de lo inamovible a lo líquido. Sólo aquellos individuos, organizaciones y sociedades capaces de remover las referencias lograrán ese tránsito y tendrán la posibilidad de entender la realidad. A partir de lo móvil, comenzará a decodificar estrategias para contener o mitigar riesgos líquidos. En la práctica este proceso implica múltiples cambios, desde los principios y valores, la cultura organizacional, las formas de asociación y los modelos de negocio hasta las relaciones del Estado con sus ciudadanos.
Una forma interesante para comenzar a migrar del mindset estático a una mentalidad más dinámica y fluida es comparar las tablas de valores entre el mundo sólido y el líquido:
Mundo Sólido | Mundo Líquido |
Estabilidad | Adaptabilidad |
Permanencia | Transitoriedad |
Jerarquías rígidas | Estructuras flexibles |
Metas fijas | Metas móviles |
Planificación a largo plazo | Planificación a corto plazo |
Especialización | Versatilidad |
Control centralizado | Empoderamiento descentralizado |
Aversión al riesgo | Asumir riesgos calculados |
Apego a tradiciones | Apertura a la innovación |
Demarcaciones definidas | Límites permeables |
Búsqueda de certezas | Aceptar incertidumbres |
Pensamiento lineal | Posibilidades infinitas |
Valores trascendentes | Valores situacionales |
Arraigo territorial | Movilidad global |
Nacionalismos | Interculturalidad |
Las organizaciones y las sociedades deberán decidir cómo moverse en este nuevo contexto. No se trata de retar el modelo anterior, sino de abrirse a nuevas posibilidades. Pudiese parecer contradictorio, que, en mundo líquido, se nos proponga reducir la aversión al riesgo, sin embargo, no se trata de arriesgarnos más, sino de aprender asumir riesgos en plena conciencia de su naturaleza y bajo la premisa que la estabilidad o el sentido de permanencia ya no son valores vigentes, de allí que el foco pase de lo trascendental a lo situacional, de las fronteras definidas a los limites grises y el poder se reordene bajo estructuras heterárquicas y descentralizadas.
Como la plantearía Nietzsche, transitar desde la solidez aparente hacia el constante devenir no es una evolución sencilla o indolora. Pero a la larga, resultará ineludible para aprovechar las oportunidades de estos tiempos líquidos que han llegado para instalarse. El cambio es la única certeza permanente.
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