Existe un fenómeno muy alineado con la individualización característica de nuestros tiempos, que comienza a marcar a las sociedades desarrolladas del planeta, se llama Segurización y se trata de la proliferación de espacios privados sobre los espacios públicos, produciendo un efecto de distanciamiento entre los ciudadanos, que llegado un punto límite, termina rompiendo los vínculos sociales entre las personas.
La segurización puede parecer contradictoria o inaplicable en Latinoamérica, pues nuestros códigos de espacio interpersonal son prácticamente inexistentes, y en las ciudades, literalmente vivimos unos sobre otros, pero el fenómeno está más presente de lo que conscientemente tenemos capacidad de apreciar.
La proliferación de grandes espacios comerciales en construcciones cerradas y climatizadas artificialmente, espacios públicos de contemplación que sólo pueden verse, pero no utilizarse, aunados a los nuevos modos de interacción social de los ciudadanos son todas aristas de la misma realidad.
El espacio público debería ser también, el espacio para el desarrollo de la ciudadanía, cuando se limita o se privatiza su efecto se proyecta a la gente, aislándola aun más de lo que la inseguridad y la pandemia lo ha hecho.
Pero la seguirización tiene un segundo efecto, el de hacer creer que la seguridad nunca es suficiente, quizás más difícil de observar, aunque de altísimo impacto en las personas. Junto a la privatización del espacio público se genera la sensación de falsa seguridad en el ciudadano, ya que se supone que en espacios controlados o cerrados se puede estar más seguros.
En realidad, la vía pública es potencialmente más riesgosa, sin embargo, está sometida al control social del ciudadano, quien puede detectar, disuadir y hasta detener, en algunos casos la acción delictiva. Por otro lado, la policía en su labor de prevención y custodia de los espacios abiertos está obligada a generar confianza y respeto, lo que no necesariamente ocurre en espacios cerrados custodiados por guardias privados.
Las ciudades son grandes laboratorios sociales que demandan atención permanente para mantener su frágil equilibrio de convivencia. Alterar los espacios públicos o convertir áreas públicas en zonas de mera contemplación, pero sin uso ciudadano puede revertirse en inseguridad.
He visto muchas ciudades hermosas, pero sin gente que las disfrute, son como vitrinas de exhibición y no espacios de ejercicio ciudadano.