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Seguridad, confianza y certeza

La confianza es un valor clave asociado a la seguridad. Es, a la vez, un excelente conductor de las relaciones humanas. Cuando existe confianza las interacciones positivas se incrementan y se fortalecen los vínculos entre amigos, familias o comunidades, lo que redunda en mayor y mejor convivencia, y en más altos niveles de cohesión social.

La confianza, de hecho, en su propia definición encierra una seguridad o esperanza firme en algo o alguien. De allí, que se asocie con la reducción de la incertidumbre hacia el futuro. La confianza es en esencia, una medida de certeza.  Sin embargo, la confianza, como el resto de los valores, puede resultar difícil de medir, por ello, las percepciones son determinantes si necesitamos hacerla tangible. Lo que es cierto en relación con la confianza es que sabemos cuándo la tenemos y también cuando la perdemos.

En el análisis del problema de la inseguridad, la confianza o su antónimo, la desconfianza, se presentan de formas e intensidades distintas y pueden operar como indicadores de alineación de políticas públicas orientadas a la reducción de la violencia en una sociedad.

El primer aspecto por destacar es el grado de confianza que depositamos en los liderazgos y las instituciones. El progreso de las sociedades se vincula directamente a la confianza que el ciudadano común deposita en sus líderes desde el momento de elegirlos hasta el cumplimiento de sus promesas. En sentido político, la confianza es el activo de mayor peso para el líder y debe por todos medios protegerlo y hacerlo crecer si pretende tener éxito en el debate. De igual forma, las instituciones forjan su reputación sobre la confianza de la población. Cuando la impunidad del sistema judicial sobrepasa el 90%, no puede esperarse que las policías, el Ministerio Público o los jueces sean dignos depositarios de la fe ciudadana. La calidad y fortaleza del tejido social que arropa y protege a un país es, por ende, una función del grado de confianza que exista en las relaciones entre los actores de un Estado. Una de las perversiones de las democracias convertidas en populismo es la pérdida de la relación de confianza entre gobernados que se sienten traicionados y subyugados por el poder, y gobernantes que dejan de actuar por el bien común y lo hacen para su propio beneficio. En estos escenarios la confianza deja de ser un indicador de calidad social, dando paso al miedo y la represión como nuevos códigos de interacción.

El segundo componente vinculado con la confianza es su contribución en el aumento o disminución del clima de incertidumbre hacia el futuro. La generación de certezas es una vía rápida y directa para la construcción de seguridad. Una ciudad será más segura cuando sus ciudadanos sepan a qué atenerse. Desde el manejo transparente de los presupuestos hasta la publicación de los horarios y las rutas del transporte público, son elementos que impactan en las percepciones de seguridad, certeza y confianza. Los gobernantes deben entender que buena parte de sus responsabilidades pasan por la reducción de incertidumbres. En este punto, la claridad y precisión de las leyes y la minimización de la discrecionalidad de los funcionarios ayudan en el ensamblaje de relaciones positivas y seguras. Este proceso dinámico y complejo que entrelaza las certezas con la confianza es completamente subjetivo y se basa en las percepciones ciudadanas alrededor de la vida pública. Lo significativo aquí es que, en el terreno de la seguridad, son precisamente las percepciones las que dibujan la realidad.

Como último elemento a señalar con relación a la confianza debe destacarse su poder para construir capital social. Se trata de la formación de relaciones colaborativas que generen oportunidades de crecimiento en el marco de normas acordadas de acción. El capital social se mide en sociabilidad y colaboración de los miembros de un colectivo. Se entiende entonces que resulta imposible formar, sostener y desarrollar capital social sin la confianza como ingrediente activo. La convivencia es viable en gran medida, gracias a los altos niveles de sociabilidad que existan en las comunidades y como se sabe, esta es una condición indispensable para la seguridad. La quiebra del capital social implica la pérdida de confianza y el incremento de la incertidumbre. En los llamados Estados fallidos el tejido que integra a los individuos se ha perdido, los ciudadanos no confían en sus líderes e instituciones y el panorama hacia el futuro luce oscuro, desesperanzador, y la inseguridad impera en las relaciones. Todo en gran medida, al desmontaje de la confianza como valor clave de una sociedad de progreso.

Cuando veo la realidad que nos rodea y el tamaño de las dificultades que tenemos frente a nuestro camino hacia la construcción de una gran nación, pienso en las palabras de Jack Welch, uno de mis empresarios y escritores predilectos quién solía decir: “la confianza nos da coraje y amplía nuestros horizontes, permite asumir mayores riesgos y llegar mucho más lejos de lo que imaginamos” 

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