El 31 de octubre de 1517, Martín Lutero al colgar sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, en Sajonia, desencadenó la Reforma Protestante al cuestionar la autoridad papal y afirmar que la salvación se alcanzaba por la fe en Cristo, y no a través de las obras o las indulgencias.
Durante la Edad Media, a medida que la iglesia acumulaba más poder, también surgían críticas. La gente comenzó a cuestionar prácticas como la venta de indulgencias y otras formas de corrupción dentro de la jerarquía eclesiástica. Las indulgencias se compraban a cambio de una limosna que la Iglesia empleaba para financiar obras en la comunidad. Si embargo, con el tiempo, estas prácticas se convirtieron en un auténtico negocio que nada tenía de caritativo, lo que generó la indignación de una parte del clero y dio origen a esta reforma.
Apenas dos años después del inicio de la Reforma, en 1519, llegaba al poder el emperador Carlos V (Carlos I de España). Durante su reinado, hasta su abdicación en 1556, la persecución del protestantismo fue una realidad en sus territorios, especialmente en el Sacro Imperio Romano Germánico. Carlos V era un ferviente católico y defensor de la fe católica.
En 1521, Carlos V convocó una dieta (asamblea) en Worms para abordar las crecientes tensiones religiosas, especialmente en relación con las enseñanzas de Martín Lutero, quien había desafiado abiertamente al papa y cuestionado varias doctrinas de la Iglesia Católica. En la Dieta de Worms, Lutero fue excomulgado y declarado hereje. A pesar de ello, el emperador no pudo imponer inmediatamente su arresto a Lutero debido al apoyo que tenía entre algunos príncipes alemanes.
En la Dieta de Worms, Carlos V emitió un edicto conocido en la historia como el Edicto de Worms. Se trataba de un decreto que condenaba oficialmente las enseñanzas de Lutero y prohibía sus escritos. También declaró a Lutero un “fuera de la ley”, lo que significaba que cualquiera podía ejecutarlo, quitándole la vida sin enfrentar consecuencias legales. A pesar de esta sentencia, Martín Lutero vivió por 25 años más, en medio de disputas y confrontaciones, ya no sólo con los católicos sino contra aquellos que no aceptaban ser convertidos al protestantismo. Finalmente, muere en 1546 en la ciudad de Eisleben.
En el lapso entre 1517 con el inicio de la Reforma y la muerte de Lutero en 1546 hubo efectivamente una cantidad de sentencias y ejecuciones a supuestos herejes, tanto en Alemania como en otros países de Europa, sin embargo, no fue sino hasta 1542 cuando el papa Paulo III funda lo que se llamó el Santo Oficio, una especie de Oficina de la Inquisición que servía para centralizar las investigaciones por herejía. Así se inicia la Inquisición Romana, lo que atrajo a una parte muy radical y ambiciosa del clero, incluyendo al Gran Inquisidor Antonio Ghislieri, quien en 1566 sería electo como el papa Pio V, y luego a su muerte, canonizado como el Santo Patrón de la Inquisición Romana.
En términos actuales, el Santo Oficio fue una respuesta contrainsurreccional a la creciente presión sobre el catolicismo. Entre los edictos emitidos en esa época, varios se enfocaban en la prohibición de publicar y distribuir versiones escandalosas, sediciosas o heréticas de la biblia, de acuerdo con los censores de la iglesia. En este punto vale la acotación que, para la época, ya la imprenta era un invento en plena expansión. Se estima que, a mediados del siglo XVI, más de 20 millones de libros ya habían sido impresos en varias partes de Europa. El Santo Oficio llegó a publicar un Índice de textos prohibidos, con más de 1000 libros y autores incluidos ya en 1564. El Índice se mantuvo vigente y actualizado hasta 1966, cuando el papa Paulo VI lo suprimió.
Una diferencia principal entre la contrainsurgencia de la Iglesia Católica y otras como la soviética, al inicio de la revolución en 1917, basadas en la persecución por ideología, es que a pesar de que la Iglesia, a través del Santo Oficio intentó centralizar los procesos, la inquisición se utilizó como mampara para cometer crímenes más allá de la propia Iglesia, inclusive por actores opuestos. Se estima que los protestantes quemaron en la hoguera a un número significativo de personas que se negaban a ser convertidas.
El Santo Oficio, sin embargo, tuvo una presencia muy particular en España, y es precisamente dónde quisiera desarrollar algunas ideas que me parecen importantes desde el ángulo de la historia del espionaje. Ya desde finales del siglo XV, Roma había otorgado a Fernando e Isabel poderes especiales para administrar la inquisición de una manera descentralizada y autónoma. Esta es la época de Tomás de Torquemada (1420-1498) un influyente fraile dominico español quien desempeñó un papel muy destacado en la Inquisición española durante el siglo XV. Nació en Valladolid y se convirtió en confesor de la reina Isabel I de Castilla, financista de la Inquisición. Torquemada fue nombrado Inquisidor General en 1483 por el Papa Sixto IV, consolidando su posición como una figura clave en la Inquisición española. Durante su mandato, Torquemada fue conocido por su celo intransigente en la persecución de la herejía, especialmente contra los conversos (judíos y musulmanes convertidos al cristianismo) que eran sospechosos de practicar su antigua fe en secreto. Con Torquemada se iniciaron los reconocidos Autos de fe, se trataba de ceremonias públicas de penitencia y en algunos casos de ejecución de herejes.
Esta poderosa red de inquisidores construida por la corona española dio pie a que años más tarde, el emperador Carlos V, y luego su hijo, Felipe II desarrollaran un brazo secreto de informantes en toda Europa y luego en las colonias, que además de identificar herejes y herejías, se convertirían en una especie de CIA controlada por el rey.
El rey Felipe II gracias a sus eficientes servicios de inteligencia, tenía acceso a información más fiable y rápida que otros monarcas europeos. Aunque la monarquía hispánica, como superpotencia, contaba con servicios de inteligencia acordes a su estatus. A pesar de los fracasos, el espionaje era vital para la política exterior, siendo el rey y su secretario del Consejo de Estado los encargados de seleccionar agentes, establecer prioridades y centralizar la información obtenida, conocida entonces como «avisos», que era el nombre que se le daba a los informes de confidenciales que venían de los espías.
Felipe II, famoso por su enorme capacidad de trabajo, no solo establecía directrices generales para sus agentes, sino que también se involucraba en detalles minuciosos debido a su dificultad para delegar. Incluso llegaba a corregir personalmente aspectos como el descifrado de documentos interceptados, a pesar de que ya habían sido trabajados por especialistas, lo que causaba retrasos. La obsesión del rey por controlar todo personalmente llevó a que un informe de alta prioridad de Bernardino de Mendoza sobre un ataque inglés a Cádiz en 1587 permaneciera sin ser atendido durante varios días en una mesa, ya que ningún funcionario tenía autorización para leerlo y alertar al monarca.
La monarquía española reconocía la importancia de los servicios secretos para mantener sus dominios, Felipe III fue aconsejado por su padre Felipe II de estar bien informado sobre los reinos extranjeros. Para obtener datos precisos, sobornaban a funcionarios y aseguraban una red eficiente de correos que conectaba Madrid con otras capitales europeas. A pesar de la eficacia, el volumen de información abrumaba a los gobernantes, dificultando la capacidad de análisis. Los espías eran pagados con fondos reservados, lo que se prestaba para corrupción y abusos, aunque la corte tenía auditores y siempre intentaba fiscalizar las cuentas.
Los agentes españoles se distribuían en diversos territorios, siendo el Mediterráneo un escenario clave de la guerra secreta entre cristianos y turcos. Madrid reclutaba espías entre cristianos ortodoxos bajo dominio musulmán, aquellos que habían sido cautivos en el norte de África, mercaderes y renegados (cristianos convertidos al islam). Felipe II estaba informado sobre la política interna de Constantinopla, sus relaciones con otros países y, especialmente, los movimientos de su armada, siendo de interés saber cuándo zarparía y qué ciudades tenía como objetivo atacar. Los territorios más amenazados por los otomanos, como Nápoles, dependían de estas respuestas, ya que ejercían como muro de contención frente al expansionismo de la Sublime Puerta.
Gracias a los recursos provenientes del oro de las Indias y los impuestos de Castilla, Felipe II tenía la capacidad de invertir en espionaje seis veces más de lo que Inglaterra podía gastar en seis años. Uno de sus logros notables fue reclutar al embajador inglés en París, sir Edward Stafford, quien, enfrentando dificultades económicas debido a su afición al juego, vendió secretos a España. Stafford proporcionaba información secreta sobre la estrategia de la Royal Navy, incluyendo planes para atacar Cádiz y Lisboa. Simultáneamente, tergiversaba las intenciones de Felipe II ante su propio gobierno, presentando falsamente al monarca español como un defensor de la paz mientras la Armada Invencible – así se le conocía a la fuerza naval española – se preparaba para dirigirse al canal de la Mancha. Aunque Stafford mintió descaradamente, incluso afirmando que los españoles habían licenciado su flota, sus desinformaciones, como sugerir que el objetivo no era Inglaterra sino Argel o las Indias, le valieron solo 5.200 ducados, siendo considerado «la ganga del siglo en asuntos de espionaje».
En simultáneo, la extensa red de confidentes de España en Francia tenía la capacidad de recopilar información confidencial de gran valor estratégico y táctico, desde secretos de Estado hasta chismes de la corte de los Valois, incluyendo historias personales. Tras la muerte de Felipe II en 1598, España enfrentaba desafíos económicos luego años de luchas en diversos frentes. Aunque se vislumbraban síntomas de decadencia, el monarca había ampliado sus dominios y aún ejercía influencia en Europa desde El Palacio del Escorial. A pesar de las dificultades, los tercios españoles eran considerados la mejor infantería del mundo, y los diplomáticos de la monarquía mantenían la capacidad de imponer la voluntad del rey en varias cortes extranjeras.
En el próximo capítulo de esta historia, nos adentraremos en el Renacimiento, Venecia y una nueva generación de espías que significaron el ascenso de Occidente.
Nota: para escribir este capítulo utilicé varias herramientas de escritura asistida por IA, así como la bibliografía siguiente:
- The Secret World – A History of Intelligence – Christopher Andrew.
- Revista Historia y Vida. Nro 487. Publicada por el Diario La Vanguardia de España.