Durante el renacimiento y el inicio de la Edad Moderna, la criptografía se utilizaba principalmente en textos religiosos y en cartas diplomáticas. Esto se remonta al famoso caso del ‘Número de la bestia’ (666) en el Apocalipsis cristiano, el cual se utilizaba para ocultar referencias peligrosas, posiblemente al Imperio romano de oriente. Esta práctica permitía que solo los iniciados entendieran el mensaje, evitando atraer la atención no deseada. Ya en el siglo XVI, la criptografía experimentó avances significativos, con un aumento en la sofisticación de los métodos y técnicas utilizados para cifrar y descifrar mensajes.
Un método común conocido como cifrado de sustitución, utilizado desde la antigüedad, evolucionó a técnicas más complejas. El cifrado de sustitución consiste en reemplazar cada letra por otra según una regla específica. Durante este período, se idearon cifrados más elaborados, como el de Blaise de Vigenère, que utilizaba una clave para cambiar la sustitución de letras de manera menos intuitiva. El cifrado de Vigenère era más resistente a ataques que los cifrados de sustitución simples porque una letra en el mensaje podía cifrarse de varias maneras, según la posición de la letra en la clave. Sin embargo, con suficiente longitud de mensaje, la clave también podía ser descifrada mediante métodos criptoanalíticos, como el análisis de frecuencia.
Con el auge de las relaciones diplomáticas y la necesidad de comunicaciones seguras entre gobiernos, se desarrollaron cifrados más avanzados para proteger los mensajes oficiales. En esta época resalta la figura de Gabriel de Luetz, barón de Balzac, quien fue un diplomático y criptoanalista francés del siglo XVI y que realizó importantes contribuciones al campo de la criptografía. Sus aportes se centraron en el desarrollo y uso de cifrados diplomáticos para proteger las comunicaciones confidenciales entre gobiernos. Luetz implementó las claves cambiantes o variables en sus sistemas de cifrado. Estas funcionaban cambiando la clave utilizada para cifrar los mensajes en intervalos regulares o en respuesta a ciertos eventos, lo que aumentaba la seguridad del sistema. Además de diseñar cifrados, Luetz también se destacó en el arte del criptoanálisis, el proceso de descifrar mensajes cifrados. Sus habilidades en este campo le permitieron desentrañar códigos enemigos y proporcionar a su país información valiosa durante conflictos diplomáticos.
Pero el mundo de la criptografía del siglo XVI tuvo dos figuras consideradas genios; ellos fueron Giovanni Soro y François Viète. Aunque Soro fue ampliamente reconocido en el ámbito diplomático como un genio en la criptografía, el final del siglo XVI marcó un cambio significativo con la aparición del abogado francés y matemático François Viète, nombrado por sus pares como el indiscutido «rompecódigos». Su legado va más allá de los círculos de la criptografía, ya que Viète es recordado en la actualidad como uno de los fundadores del álgebra moderna.
Viète, por su parte, no se limitó a ser simplemente un criptoanalista destacado; sus contribuciones al álgebra moderna cambiaron la forma en que se entendían y resolvían los problemas matemáticos. Introdujo nuevas notaciones y técnicas que facilitaron la resolución de ecuaciones algebraicas, convirtiéndose así en uno de los pioneros de la disciplina. Sus logros fueron tan significativos que, a lo largo de los siglos, su legado ha persistido y ha influido en generaciones posteriores de matemáticos. Su habilidad para descifrar códigos se basaba en una comprensión intrínseca de las estructuras matemáticas subyacentes. Esta sinergia entre la criptografía y las matemáticas no solo impulsó la innovación en ambos campos durante su tiempo, sino que también dejó un impacto duradero que trasciende las barreras temporales.
La fama de Francois Viète llegó a los 49 años de edad, en la última etapa de la guerra francesa entre católicos y protestantes. Viète se había convertido en el consejero del protestante Enrique de Navarra cuando en 1588 descifró un mensaje de la Liga Católica enviado por Alejandro Farnese, duque de Parma, sobre el apoyo que este daría a los españoles. Un año más tarde, sin embargo, Enrique de Navarra se convertiría al catolicismo con el propósito de ascender al trono de Francia como Enrique IV. Fue él, quien ese momento pronunciaría la famosa frase: “Paris, bien vale una misa”. El criptógrafo se mantendría fiel a la defensa de su país, y a pesar de las luchas religiosas, seguiría defendiendo a Francia hasta el final de sus días en 1603.
Mientras tanto, los avances en criptografía no habían alcanzado al imperio español gobernado por Felipe II, donde las capacidades de cifrar mensajes eran bastante deficientes, lo que le daba una ventaja estratégica muy significativa a Francia. Cuenta una historia que Felipe II, enterado de la ruptura de sus cartas cifradas por Viète, al servicio del rey francés, y creyendo que estas eran indescifrables, supuso que el matemático galo debía emplear la brujería en el criptoanálisis y solicitó al Papa su excomunión. Naturalmente, el Pontífice no atendió́ esta petición; pero no por considerar absurda la existencia de la magia negra, sino porque sabía que las cifras españolas podían romperse sin recurrir a la brujería, ya que así́ lo estaba haciendo el criptoanalista y matemático del papado, Giovanni Battista Argenti. Aunque algunos historiadores alegan que este relato es ficticio y fue creado para desprestigiar a España y su rey, es un hecho que los galos tenían la habilidad de decodificar los mensajes de España.
La criptografía significó para el mundo de la inteligencia y el espionaje un avance gigantesco, ya que no sólo hizo de este mundo secreto una ciencia, sino que elevó sensiblemente el nivel intelectual de los espías. Si bien, la España de Felipe II no era la más aventajada en el dominio matemático del criptoanálisis, la rivalidad con Francia se tradujo en la formación de un cuerpo profesional de espías que luego le resultaría de mucha utilidad en los conflictos contra Inglaterra.
Para concluir, quisiera referirme al “Código da Vinci” de Dan Brown. Para quienes lo leyeron o vieron la película, allí aparece un dispositivo conocido como Criptex, una especie de mini caja de seguridad cilíndrica dotada de aros giratorios con letras con las que se puede construir una clave que, a su vez, abre un compartimiento en el cual se colocaba un papiro con un mensaje escrito. El artilugio estaba dotado con una cápsula de vinagre, y que, si se fallaba en la clave o se forzaba la apertura, esta se rompía, lo que supuestamente disolvía el papiro. Dan Brown atribuye el invento a Leonardo da Vinci, sin embargo, esto nunca ha sido probado. Otro detalle es que el papiro no se disuelve con vinagre, lo que ocurre es que se borra la tinta del mensaje. Pero lo que me resulta interesante es que dispositivos de este tipo existían ya en el siglo XVI y eran ampliamente utilizados. El concepto de criptex aún hoy se emplea en informática y sirve más o menos a los mismos fines, una clave que resguarda información secreta.
En nuestro próximo capítulo exploraremos el espionaje ruso y la creación de los aparatos de seguridad de los Estados a partir de Iván el Terrible, entraremos en otra dimensión del mundo del espionaje y el uso de los cuerpos de Inteligencia como partes clave en la protección del poder.