Cada mañana, al poner su teléfono móvil en el bolsillo, usted está haciendo un acuerdo implícito con la compañía que le provee el servicio: «Yo quiero hacer y recibir llamadas y utilzar los servicios de conexión a la web»; a cambio, le permito a esta empresa saber dónde estoy en todo momento y con quiénes intercambio datos. La negociación no se especifica en ningún contrato, pero es inherente a la forma en que funciona el servicio. Los teléfonos celulares son realmente fantásticos, pero no pueden trabajar a menos que las empresas de telefonía móvil sepan dónde usted se encuentra, así como desde y hacia dónde transmite datos; lo que significa una forma de vigilancia.
Esta es una forma muy íntima de vigilancia. Los teléfonos celulares dejan trazas de donde usted vive y donde trabaja. Realizan un seguimiento de donde le gusta pasar sus fines de semana y sus noches. Pueden saber con qué frecuencia va a la iglesia (y qué iglesia), la cantidad de tiempo que pasa en un bar, y a qué velocidad se desplaza cuando conduce. Además, a través de la red celular, puede saberse quién está cerca de usted, con quién almuerza y hasta con quién duerme. Es tan poderosa la información acumulada, que las agencias de inteligencia de todos los gobiernos del planeta pueden predecir la ubicación de personas en un rango de 20 metros en las siguientes 24 horas, utilizando la data histórica del móvil.
Lo que en el pasado parecía ciencia ficción, ya hoy es la realidad, más aun con la incorporación de la tecnología 5G. Antes de la llegada de los teléfonos inteligentes, rastrear a alguien con este nivel de detalles, requería de un investigador entrenado y a dedicación exclusiva durante las 24 horas, sin garantía de obtener tanta información en un plazo tan corto. Sin duda, esta información es valiosa y muchos gobiernos, corporaciones y hasta la delincuencia organizada están más que dispuestos a pagar mucho por ella. Sólo a manera de ejemplo, puedo mencionar casos en los cuales dos gobiernos latinoamericanos han enviado mensajes de texto en cierta medida intimidatorios, a números celulares de un grupo de personas que, basados en sus lugares habituales de residencia o trabajo, los calificaban como opositores.
El problema aquí es serio. Estamos entregando demasiado de nosotros mismos y no recibimos compensación alguna por ello. El nivel de exposición de nuestras vidas no tiene precedentes en la historia de la humanidad. Somos animales sociales y de costumbre, por tanto, es extremadamente fácil construir un modelo predictivo de nuestras vidas y ponerse por delante de nuestros movimientos para orientar, en el mejor sentido orwelliano, a la sociedad hacia decisiones preconstruidas o inducidas. Ya Google, de cierta forma lo hace con las llamadas “Google Bubbles” basadas en nuestras preferencias de búsqueda.
Lo cierto es que el extraordinario poder de la tecnología está dando a gobiernos y corporaciones amplias capacidades para la vigilancia de masas, y frente a ello, los ciudadanos estamos indefensos, nos hacemos más vulnerables y por ende menos libres.
Las reglas que habíamos establecido para protegernos de estos peligros bajo regímenes tecnológicos anteriores son ahora deplorablemente insuficientes o siemplemente han quedado en la obsolecencia. Pero lo más crítico es que la vigilancia tecnológica es un riesgo líquido prácticamente imposible de mitigar, a menos que decidamos aislarnos de la modernidad y salirnos de todas las redes que nos siguen de cerca. Nuestra única opción es desarrollar conciencia del precio que pagamos y ser muy, pero muy prudentes.
*Basado en el texto introductorio de Data and Goliath de Bruce Schenier, marzo 2015.
Totalmente de acuerdo…somos rehenes de la tecnologia y al mismo tiempo, complices de la vulneracion de nuestra privacidad a costa de la inmediatez, gran capacidad de almacenamiento de datos y de poder alcanzar grandes distancias en poco tiempo.
Ciertamente el uso de la tecnología de comunicación en cualquiera de sus versiones es un «riesgo líquido» al que sólo podemos hacer frente haciendo un «uso restrictivo» de ellas. Es muy difícil «filtrar» nuestros hábitos personales y hasta nuestro estilo de vida en interacción en esa burbuja virtual que es La Nube. Un territorio aparentemente difuso y tremendamente preciso a la hora de «clasificarnos» como meros «sujetos de consumo y rentabilidad».