Entre los objetivos más importantes de la seguridad, la identificación y potencial neutralización de amenazas sigue estando en primera línea. Por paradójico que parezca, hoy, en tiempos de ultratecnología e hiperconectividad, las amenazas son más anónimas, ubicuas e impredecibles de lo que nunca antes fueron. Y lo son, precisamente, por el poder y habilidad que poseen en el manejo de las ventajas que ofrece la sociedad del conocimiento y la información.
Ya en el pasado me había referido en este mismo espacio al perfil de las amenazas durante la segunda mitad del Siglo XX: “Una de las razones que explican la limitada evolución de la seguridad durante estos años, se vincula precisamente con las poquísimas complicaciones que tenían las autoridades para identificar, leer e interpretar el nivel de peligrosidad que tenían las amenazas”
En los últimos tiempos he venido explorando las características y motivaciones que poseen las amenazas en nuestros días, e independientemente del origen o naturaleza, he identificado algunos rasgos que las distinguen, pero que a la vez las hacen más complejas para combatir y neutralizar. No todos estos rasgos se manifiestan en igual intensidad o magnitud y no debe obviarse la habilidad de las amenazas para mutar en tiempo, espacio y modos de trabajo, a fin de mantener, en algunos casos, el anonimato o bajo perfil de sus operaciones.
La primera de estas características es La construcción de redes. La delincuencia organizada, el terrorismo fundamentalista o grupos xenofóbicos no actúan como personas con rostros reconocibles, son organizaciones intrincadas con ramificaciones matriciales que en convergencia se asocian en funciones y regiones, donde el trabajo se segmenta y articula de manera que todos dependan de todos, en un modelo de ingeniería distribuida que cuidadosamente fragmenta la información y el poder. Es una malla con múltiples nodos de interacción en la que se impone lo colectivo sobre lo individual. Los cárteles de la droga por ejemplo, operan simultáneamente procesos de cultivo, procura, producción, distribución y comercialización en cadenas especializadas que se extienden en el mundo entero, donde sólo muy pocos tienen una visión global del negocio. De allí la dificultad para desarticular completamente a estas organizaciones.
El segundo aspecto a destacar es la vinculación con el poder. Detrás de las actividades criminales de sofisticados y complejos niveles de organización, se mueven ingentes cantidades de dinero, que entre otros fines, se emplea para sobornar y extorsionar la debilitada institucionalidad de estados corruptos de los que se aprovechan estas nuevas amenazas, para posicionarse de manera solapada pero estratégica en las capas decisoras de las estructuras de poder. Para el terrorismo, sin embargo, el poder establecido a través de las instituciones no es un fin en sí mismo, representa más bien un objetivo al que debe subvertírsele, intentando medrar sus bases, dejando expuestas sus debilidades y contradicciones para así generar desasosiego en el ciudadano, que observa cómo los estados no pueden de manera efectiva hacer frente a manifestaciones de violencia y crueldad típicas de estos movimientos. La guerrilla colombiana con alguna frecuencia realiza ataques a poblaciones civiles en las provincias en las que el ejército no logra hacer presencia, produciendo frustración en el poblador, que no percibe la acción gobierno. De igual manera, grupos como Anonymus penetra, ataca y toma el control de redes de información de instituciones gubernamentales, con el solo objetivo (hasta los momentos) de ridiculizar el poder constituido y formal.
Este fortalecimiento a través del caos es una de las características principales de las nuevas amenazas. Capitalizar la entropía social en beneficios es una de las “virtudes” de las redes delictivas. De allí, el interés en subvertir el orden establecido, generar incertidumbre y descolocar a las estructuras que sostienen o hacen cumplir las normas. La energía del caos es altamente desestabilizante y desestabilizadora, aliarse a ella es una fórmula que conduce a escenarios de anarquía, muy propicios para extender las redes organizadas del mal.
Es poco lo que el ciudadano común e induvidualmente puede hacer ante semejantes amenazas. Así como el delito teje redes, con más intensidad y fortaleza deben hacerlo los estados y sus instituciones (públicas y privadas) alidadas inclusive más allá de las fronteras nacionales, si pretenden combatirlas y neutralizarlas. Las sociedades del bien deben armarse de institucionalidad y capacidad de organización, sin perder la flexibilidad de acción y con un claro entendimiento del entorno. Todo un reto inminente y obligatorio si queremos seguir apostando a la democracia y el progreso.