Virtual Reality. Seres multiplexados. No hay hechos, sólo interpretaciones

No hay hechos, solo interpretaciones

“No hay hechos, sólo interpretaciones”. Este fragmento lo escribió Nietzsche en 1886 y aún hoy es uno de sus más conocidos, utilizados y quizás malinterpretados en la historia de la filosofía. Es una frase que ha servido de justificación para aquellos defensores del subjetivismo a ultranza, sin embargo, no es por ello que en esta oportunidad lo menciono. Lo que me interesa resaltar es que, a través de su contundente brevedad, abrió una compuerta a un mundo relativizado que apenas comenzamos a entender.

Para los racionalistas, un hecho es un hecho, en tanto que es interpretado, ya que no existen realidades si en ellas no está presente un sujeto que les otorgue esa cualidad. Aquí cabe el ejemplo clásico del árbol que cae en medio del bosque y como no hay quien lo escuche, el ruido asociado a su caída nunca existió.  Nietzsche, no obstante, va más allá. Para él, es el sujeto quien va a darle poder al hecho, y así, hacerlo posible a través de su interpretación. La interpretación es particular a quien la realiza, y no necesariamente coincide con la interpretación dada por otros; inclusive, un sujeto tiene el poder de multi interpretar los hechos, y a partir de allí, abrirse a una amplia gama de realidades.

En el libro Riesgos Líquidos me refiero a este mundo de posibilidades infinitas, como un nuevo espacio – tiempo generado a partir del aceleracionismo tecnológico, en el cual la dimensión física y la virtualidad digital se funden (y confunden) para dar lugar a opciones de realidad que hasta hace muy poco no existían, y que parten precisamente de las múltiples interpretaciones que ahora podemos hacer del mundo, porque la tecnología nos habilita para ello.

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El mundo de las posibilidades infinitas es habitado por una clase de individuos que defino como seres multiplexados y que son una expresión de eso, que hace más de 100 años, Nietzsche consideraba como los sujetos que interpretaban la realidad y tenían el poder, desde sus propias perspectivas, de crear múltiples posibilidades.

El individuo multiplexado prospera en la transición fluida entre los mundos real y virtual. En una era dominada por los paisajes digitales y las interacciones virtuales, las personas que pueden transitar sin esfuerzo entre ambos dominios tienen ventajas notables sobre el resto de los humanos. Estos individuos no son meros observadores pasivos; son participantes activos de una realidad que se va modelando en tiempo real mientras va siendo interpretada. Los seres multiplexados asumen que la realidad no es independiente a los sujetos, porque son estos quienes la construyen a partir de la interpretación los hechos que en ella ocurren.

En tal sentido, el marco narrativo en el cual se ordenan los hechos es clave para la interpretación y, por tanto, para la definición misma del hecho y la realidad en la que estos ocurren. Un poco en la dirección en la que Marshall McLuhan lo describió en la década de los 60s del siglo pasado cuando al referirse a los medios de masa afirmaba que “nos convertimos en lo que contemplamos. Damos forma a nuestras herramientas y, a partir de entonces, nuestras herramientas nos dan forma a nosotros.”

Ya han pasado, sin embargo, más de 50 años desde McLuhan y casi 150 desde Nietzsche y aquí seguimos “atados” a la realidad, sin percibir demasiados cambios. Al menos eso es lo que creemos, porque para los multiplexados las creencias también son percepciones. Es en este punto donde quisiera abordar el fenómeno de la licuefacción de la realidad y su transformación en el mundo de las posibilidades infinitas, desde la perspectiva de los riesgos líquidos. Estamos en la era de la relativización de los hechos de la realidad. Es un nuevo espacio temporal que ha generado una brecha en la cual se habla de verdades alternativas, confirmando así la famosa frase nietzscheana que da el título a este ensayo y negando la propia definición de verdad. Pero estamos también en presencia de un fenómeno de otra escala y que, en mi opinión, es el origen de uno de los riesgos líquidos más omnipresentes de la actualidad; me refiero a la normalización de la realidad subjetiva o, dicho de otro modo, a la pasiva aceptación de hechos construidos a partir de interpretaciones.

La normalización es la modificación programada y progresiva del marco referencial de normas y valores de una sociedad que busca cambiar las percepciones colectivas sobre la realidad, con el propósito de presentar como normales determinados hechos que hasta hace poco eran considerados contrarios a la moral, ilegales, dañinos o antinaturales. Usualmente estas modificaciones responden a agendas del poder. Ejemplos de normalización abundan y sólo me voy a referir dos muy actuales: la inserción social del transgénero como un sexo alternativo y la incorporación de la marihuana como una droga legal de uso recreativo con propiedades medicinales. No pretendo acá realizar juicios sobre la normalización; a lo que me refiero es que como sociedades estamos expuestos a un riesgo de naturaleza líquida que produce realidades, no a partir de hechos, sino de percepciones e interpretaciones ensambladas en un marco narrativo seductor y poderoso, sin mayor contención.

En el pasado reciente cuando me he referido al riesgo de normalización, varias veces me han mencionado el modelo de cambio político conocido como la ventana de Overton, el cual explica cómo las sociedades pasan del rechazo radical de ideas a su aceptación. Sin embargo, lo que planteo en este texto es diferente, ya que la normalización se basa en la aceleración sistemática y dirigida de procesos de cambio social, haciendo uso intensivo de narrativas masivamente difundidas, según las agendas de los interesados, sobre las cuales se cuelgan las percepciones e interpretaciones que van transformando la realidad.

Para concluir quisiera citar el caso de la “normalización” de Checoslovaquia en 1968 y que no se refiere exactamente al riesgo líquido que he intentado analizar aquí. Esta se trató de una política implementada por la Unión Soviética después de la invasión a ese país como una respuesta a las reformas liberales conocidas como la «Primavera de Praga». La normalización checa implicó la restauración del control comunista ortodoxo, eliminando las reformas y reprimiendo cualquier expresión de disidencia. Se caracterizó por la purga de reformistas del Partido Comunista Checoslovaco, la censura de los medios de comunicación y la represión de cualquier manifestación de oposición política. Vale aquí hacer una nueva diferenciación con el término, ya que en el caso checoeslovaco la normalización tenía como propósito volver a la norma, que no era otra que la restauración del orden comunista, y no a la adaptación a una nueva realidad, contraria o diferente a la estructura valorativa de la sociedad.

La primavera de Praga, sin embargo, sí tuvo un contenido narrativo y programático llamado el “socialismo con rostro humano” propuesto por Alexander Dubček, secretario para entonces del Partido Comunista checo y que fue arrasado por los tanques del Pacto de Varsovia en la mencionada invasión de la URSS. Paradójicamente, en 1987 Mijaíl Gorbachov reconoció que la perestroika le debía mucho al socialismo con rostro humano. Incluso en un artículo de 1989 afirmó que el objetivo de sus reformas era construir un socialismo con rostro humano. Cuando le preguntaron por la diferencia entre la experiencia checa y la soviética, Gorbachov respondió: «19 años».

@seguritips

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