Durante 2021, en la mayor parte de los países de América Latina se incrementaron las muertes violentas, de acuerdo a InsightCrimes.org. No cabe duda que es un problema complejo y multidimensional, sin embargo, una forma de resolver problemas complejos es visualizar en forma de escenarios la realidad libre de los males generados por aquello que no funciona. Siendo así: ¿cómo sería entonces una América Latina más segura?
Pienso que el continente seguro que imaginamos y urgentemente necesitamos se construye sobre un terreno de certezas y tranquilidad, libre de amenazas y con espacios públicos tomados por el diario ejercicio ciudadano.
Cuando se reducen las incertidumbres, la luz de la seguridad lo cubre todo; y ese amanecer empieza con una decidida voluntad gubernamental, traducida en políticas públicas positivamente orientadas, que recompensen el cumplimiento de la ley sancionando oportuna y proporcionalmente a los infractores.
Cuando nos aferramos a las certezas, hacemos países y sociedades más predecibles, más transparentes y más cercanas a la institucionalidad. En Latinoamérica necesitamos recobrar la confianza en la policía y en los sistemas de justicia. Requerimos un Estado imparcial que medie en los conflictos sin inclinar la balanza con el sesgo ideológico. Estamos deseando un discurso de presidentes y ministros que inviten al diálogo integrador, que no divida, que no ofenda, que no desbarate el poco tejido social que aún nos queda. La seguridad en nuestro continente demanda leyes claras, precisas, que no dejen espacio a interpretaciones tendenciosas, leyes que nos traten a todos por igual. En la seguridad la percepción modela a la realidad. Por ello es tan importante generar tranquilidad en el ciudadano común quien es el que sufre y padece la oscuridad de la violencia.
El principal objetivo de la seguridad que necesitamos es el más básico de todos: despejar las calles de amenazas. Queremos salir sin temor a ser robados, secuestrados o asesinados. Disfrutar de lo que nos hemos ganado sin esconderlo. Por mucho que hagamos los ciudadanos de bien para protegernos elevando nuestro nivel de consciencia frente a los riesgos, el combate frontal al delito es responsabilidad directa e indelegable del Estado. En este sentido, la reducción de la impunidad es esencial, no es posible que el hampa actúe con libertad y con bajo riesgo de ser siquiera denunciada o perseguida. Deseamos un sistema penitenciario que rehabilite y no una universidad de la delincuencia. Las calles libres de amenazas se traducen en una sociedad que se reúne en espacios comunes, en una juventud que se integra y en mayor actividad comercial, cultural y turística.
La consolidación final de la seguridad en Américalatina será palpable cuando tomemos definitivamente el espacio público y lo transformemos en espacio ciudadano. La seguridad ocupa una posición preponderante en la vida de las ciudades y sus habitantes. Nos equivocamos al creer que para proteger al ciudadano debemos acosarlo
y reprimirlo. Al contrario, se trata de procurar el más adecuado espacio de tranquilidad para que cada quien desarrolle al máximo su potencial. Una ciudad segura es acercar al ciudadano a su humanidad y a su naturaleza, a pesar de la densidad del paisaje urbano. El disfrute de la vida social en las calles, apreciar la riqueza cultural de sus edificaciones y rendir culto a la vegetación de sus parques y plazas es sólo posible cuando se le gana espacio a la hostilidad que carcome nuestros centros poblados. En las ciudades el espacio debe conquistarse, colonizarse y mantenerse en uso. Aquellos espacios que se abandonan, muy rápidamente se pierden en el desorden urbano y terminan convirtiéndose en depósitos de basura y zonas para malvivientes. La seguridad que imaginamos y necesitamos pone al delincuente tras las rejas y al ciudadano de bien en libertad y uso de su espacio.
El reto de lograr la seguridad que necesitamos es de enormes proporciones. No podemos conformarnos con la normalización de lo que no funciona y menos con la aceptación de la violencia. Voluntad, políticas, policías, jueces y ciudadanos operando con visión estratégica puede sacarnos en relativamente poco tiempo de la crisis circular de la violencia. Los problemas complejos son multifactoriales, igualmente lo son sus soluciones. La combinación proporcionada y correcta de todos los involucrados es la clave. En América Latina estamos bajo el dintel de la puerta entre la luz de la certezas o la oscuridad de la violencia, está en nosotros decidir en qué dirección nos queremos mover.
Excelente artículo Alberto, coincido con tu apreciación y propuesta!!!
Sería una proeza casi utópica lograr una sociedad equilibrada y transparente en Latinoamérica. Hará unos 14 años se difundió una supuesta entrevista a un personaje que bien podría calificarse como el «primer pran» latinoamericano. Preso en la cárcel próxima a Sao Paulo puso en jaque a la ciudad durante seis días, decía que su «ejército criminal» era más numeroso y estaba mejor armado que el del gobierno. Que, cómo unos batallones mal alimentados y con pobres armas iban a enfrentar a su red bien integrada de delincuentes. En fin, se le preguntó sobre su opinión de cómo resolver el entuerto social de la continua proliferación de nuevos hampones, a lo que respondió que la única salida es «el exterminio sistemático» de los individuos criminales y leyes duras que incluyan la pena de muerte. Si nombre es «Marcola», lo puede buscar en la nube. Se dice que es un insaciable lector, un ilustrado que para el momento habrá leído unos cinco mil libros. Tiene el tiempo para hacerlo entre sus tareas gerenciales del delito. Concluyo que tanta descomposición social, cultivada y atizada durante casi los últimos 90 años en toda Latinoamérica no va a tener una solución consensuada, máxime si «la ignorancia es la munición» de prácticamente todos los gobiernos y seudoestados de nuestro continente al sur del Río Bravo. Éxitos para usted Sr Ray.