Las realidades complejas usualmente retan a la lógica convencional. En tiempos turbulentos, las relaciones causa – efecto dejan de ser directas o lineales, por eso es difícil encajar ideas y razonamientos del pasado para hacerlos cuadrar con nuestra limitada capacidad de comprensión del entorno líquido. El mundo que nos rodea, al ser complejo, no admite que lo desmontemos con el propósito de simplificarlo y abordarlo por partes. Al hacerlo, lo modificamos, lo que lleva a falsear el análisis y a llegar a conclusiones erróneas. Es, en un sentido, la paradoja relativista del observador, que, al observar, modifica lo observado.
Es así, porque en la complejidad los elementos se arreglan para operar bajo ciertos parámetros de auto organización y con propiedades emergentes (nuevas capacidades que surgen espontáneamente para adaptarse a los cambios del entorno). Más claramente, es un entramado de variables cuya acción conjunta es mucho mayor que la suma de sus partes, aunque entre ellas no medien acuerdos previos.
Un sistema con propiedades emergentes está en movimiento constante, no se autolimita, pues de hacerlo se debilitaría, ya que tiene que construir, sobre la marcha, posibilidades para sobrevivir, adaptarse o avanzar, por tanto, no puede ser cerrado. Al contrario, está abierto a su entorno y es extremadamente sensible a los cambios en el ambiente que lo rodea.
En los entornos complejos las estrategias rígidas o diseñadas con pocos márgenes de flexibilidad usualmente fallan. En estas realidades líquidas conviven demasiadas fuerzas desestabilizantes, de las cuales emergen nuevas dificultades, pero también nuevas posibilidades.
Sólo en entornos con bajos niveles de incertidumbre es posible extrapolar o proyectar una realidad determinada. En el mundo de los riesgos líquidos, si acaso, podremos pronosticar con bajas probabilidades el futuro cercano. No vivimos en la linealidad ni en la proporcionalidad, pequeños cambios pueden producir consecuencias inimaginables.
Esto es así porque la complejidad está en desequilibrio continuo, y lo que está desequilibrado produce gradientes que llevan a que todo se mueva para intentar estabilizarse, pero como son tantas y tan variadas las fuerzas presentes, el sistema nunca llega a una posición de reposo. De aquí, la reflexión de Bauman:
“Lo que antes era un proyecto para toda la vida hoy se ha convertido en un atributo del momento. Una vez diseñado, el futuro ya no es para siempre, sino que necesita ser montado y desmontado continuamente. Cada una de estas dos operaciones, aparentemente contradictorias, tiene una importancia equiparable y tiende a ser absorbente por igual.”
El problema es que los riesgos líquidos se forman en la complejidad y son la consecuencia del aceleracionismo en el que estamos inmersos, por lo que no existe manera de evitarlos, pero sí de gerenciarlos de alguna manera, y para hacerlo es indispensable entenderlos.
Aquellos que hoy tenemos responsabilidades de dirección en seguridad debemos “abrazar” la complejidad, integrándola a nuestro portafolio de competencias clave, no hacerlo implica seguir viendo hacia dentro cuando todo está pasando afuera.
*Este texto es un fragmento de mi nuevo libro Riesgos Líquidos, ya disponible en Amazon