No cuesta mucho reconocerlos. Son muy jóvenes, casi niños. La primera vez que los vi, hace ya un mes en las protestas caraqueñas, a la vanguardia de una muchedumbre que caminaba hacia el Oeste, me vino a la mente un ballet. Corrían, se inclinaban, proyectaban los brazos en un gran arco y volvían a correr. Una danza rodeada de humo y coreada por miles de voces cargadas de todo tipo de improperios.
Son adolescentes de ambos sexos, resteados con una lucha asimétrica de tanquetas contra piedras, de lacrimógenas contra franelas, de máscaras antigases contra rostros pintarrajeados de blanco con un engrudo de Maalox.
Fueron los griegos a principios de 2011, luego de meses de protestas provocadas por medidas extremas de austeridad que comenzaron a utilizar el conocido medicamento Maalox reducido con agua en un 50% como antídoto al polvillo ácido emanado de las bombas lacrimógenas comúnmente utilizadas en el combate de disturbios callejeros. Meses más tarde, el movimiento Occupy Wall Street (#OWS) en New York echó mano del Maalox como remedio para las descargas lacrimógenas, que por varias noches la policía de la ciudad debió utilizar para controlar los brotes de violencia que surgían de los manifestantes.
El caso venezolano, sin embargo, va mucho más allá. Los cara de Maalox son hijos de una clase media venida a menos, con muy pocas salidas de futuro en Venezuela, llenos de una frustración que los hace peligrosamente valientes, porque los han dejado sin nada, solo les queda la vida, que la asumen como una ficha más en esta ruleta rusa. Los he escuchado retar con severidad a la Guardia Nacional en esas pequeñas treguas que da la batalla:
- Mátame!! ¡Yo al menos tengo una mamá que va a llorar por mí…a ti ya nadie te quiere por asesino!!
A través de la franela en la cara se ven dos pequeños ojos hundidos y rojos que pueden ser los de mi hijo. Me preocupa ver tanta energía con esa determinación, es de alguna manera, la misma tragedia de los jóvenes muy pobres de las barriadas del país, que al ver truncada la certeza de algún porvenir, salen a la calle a quemar la vida en bandas que roban, secuestran y matan. Es una sola y calamitosa realidad en varias dimensiones, donde unos luchan por un futuro y otros por comida en bolsas de basura.
A estos cara de Maalox las lacrimógenas, los perdigones y el agua del Guaire los ha hecho madurar en semanas, aprenden muy rápido y la gente los apoya. La autopista ofrece espacio para moverse, pero en el segundo piso no hay trincheras. Tienen paramédicos y cuentan con alguna logística. No son improvisados, utilizan técnicas de combate para descolocar al enemigo y al mismo tiempo, beben coca cola.
Dicen que todo fin está lleno de paradojas. Esta Venezuela descosida y agónica se está convirtiendo en el marco de una historia de superhéroes con rostros tapados, que pelean por la libertad y la justicia, sin más interés que el de un mejor futuro y a costa de sus propias existencias. Estoy seguro que tanta nobleza verá muy pronto la luz que se merece.
@seguritips