A pesar de que han transcurrido más de dos siglos, de alguna manera, aun vivimos bajo los efectos del racionalismo kantiano y su máxima; sapere aude. Atrévete a saber.
En la civilización occidental hemos hecho de la búsqueda del conocimiento un desafío permanente, y es por ello, que la incertidumbre nos genera tanto conflicto. No es casualidad que Alphabet, la dueña de Google, la herramienta de búsqueda de información más poderosa del mundo sea también la empresa que tiene más valor en el planeta. Vivimos bajo el paradigma epistemológico que mientras más sepamos, mejores seremos y menos errores cometeremos.
El tema es que, desde la perspectiva de la seguridad, no es suficiente con saberlo todo para vivir seguro, pues los riesgos poseen una dimensión intrínseca de incertidumbre que no es posible resolver ni con los algoritmos más avanzados de Inteligencia Artificial. Esta naturaleza ontológica del riesgo se parece mucho al principio de incertidumbre Heisenberg en la mecánica cuántica, en el cual siempre hay un margen de error en la determinación simultánea de ciertos pares de variables físicas; por ejemplo, la posición y la velocidad de una partícula en un momento dado.
En esta modernidad tardía, se nos ha hecho creer que el riesgo es una función exclusiva de la cantidad de información que manejemos, por lo que, en la medida que tengamos más conocimiento, podremos reducir entonces las amenazas a niveles controlables. La realidad, sin embargo, se ha encargado de demostrarnos lo contrario. Nunca la humanidad había tenido tanto acceso y de manera tan económica a la masiva cantidad de datos que se producen en el orbe, y al mismo tiempo, nuestro futuro se nos muestra cada vez más impredecible.
El acceso infinito a la información es hoy un instrumento del marketing que sirve para reducir la percepción del riesgo y hacernos creer que las amenazas están bajo control, porque tenemos la clave del conocimiento instantáneo. Bajo esta premisa se pretende ocultar la indeterminación ontológica del riesgo, que no depende de lo que sepamos, ni a cuanta información tengamos acceso, porque el riesgo es en sí mismo, una condición de nuestra realidad que no puede ser anulada.
Volviendo a Kant, en su Crítica de la razón pura, ya en 1781 nos lo hizo saber cuándo planteó que el mundo que nos rodeaba era inaccesible de ser aprehendido en su realidad objetiva, y los individuos sólo podíamos ser capaces de asimilar los fenómenos a través de nuestro limitado entendimiento, quedando una zona de incertidumbre entre eso que es el mundo (que Kant llamó Noúmeno) y la materialización del fenómeno.
Lo cierto es que la pretensión de vivir en un mundo sin riesgos, como nos lo quieren hacer ver, es intrínsecamente imposible. De tal manera, que lo máximo que podemos aspirar quienes tenemos como oficio la gestión del riesgo es hacer lo que esté a nuestro alcance (incluyendo la dimensión epistemológica) para mitigar los peligros y llevarlos a niveles que sean manejables por la seguridad, aplicando las herramientas y desarrollando los procesos de los que tanto hemos hablado. En tal sentido, la prevención será siempre el esfuerzo mejor recompensado.
En estos tiempos de economías basadas en Apps que toman decisiones por nosotros, tengamos en cuenta que los algoritmos no son suficientes para mitigar riesgos y que nada funciona mejor que la mente humana para intuir aquello que nos amenaza.