Agenciar es un verbo muy poco utilizado en el castellano que hablamos en América Latina; sin embargo, eso no le resta su importancia, más aún, yo diría que es clave para quienes tenemos a su cargo funciones y responsabilidades en el mundo de la seguridad.
Agenciar es la acción de ocuparse con autonomía y diligencia de un asunto. Involucra habilidad, rapidez y agilidad. En inglés, el verbo Agency posee otros significados, quizás de más contenido; pues involucra la capacidad de influir, el poder de cambiar una situación, ejercer fuerza, intervenir, mediar o conducir algo hacia su destino.
En todo caso, agenciar resume poderosamente la función y acción de un agente de la seguridad. En un entorno tan fluido y cambiante como en el que vivimos estamos obligados a redefinir, tanto la forma, como el contenido de lo que hacemos, ya no se trata del business as usual de un mundo de certezas y estático, estamos frente a una realidad que necesitamos agenciarla, no sólo para entenderla, sino para resolverla de algún modo.
En los foros en los que he participado sobre Riesgos Líquidos es común la pregunta de cómo abordar la seguridad en este mundo extraño y mutante en el que nos hemos precipitado prácticamente sin herramientas. En este sentido, mi primera sugerencia es generar conciencia del riesgo, pero para ello, necesitamos construir el lenguaje de esa conciencia, y eso sólo es posible si identificamos las palabras correctas con las cuales describir las cosas y las acciones, de allí que, Agenciar puede ser una de estas palabras que engloba la complejidad de las funciones que implica la seguridad.
Sin embargo, bajo esta definición y en esta realidad líquida del mundo, en lugar de agenciar la seguridad, pareciera que nos hemos convertido en agentes del riesgo; es decir, en individuos que actuamos diligentemente a favor del riesgo, pues hemos hecho a partir de él un modo redituable de vivir, tal como lo señaló Ulrich Beck en su obra La sociedad del riesgo, por lo que tendríamos que transformarnos en agentes de la seguridad, si pretendemos contener las consecuencias de riesgos creados por el ser humano, pero de los que somos hasta el presente, incapaces de contener.
Este cambio de paradigma no implica un retroceso hacia un mundo inmóvil y predecible, ya que no es posible y yo diría que tampoco deseable. Se trata entonces de formar a individuos que agencien la seguridad con un nivel mayor de conciencia en torno a los riesgos y aborden la incertidumbre con actitudes más naturales y ágiles, pero al mismo tiempo más previsivas.
La seguridad es siempre un compromiso o balance, es decir, vivir más seguros involucra entregar algo. Agenciar la seguridad implicaría ceder un poco ante el exceso de cautela, y al mismo tiempo ser conscientes de las consecuencias sobre las decisiones que tomamos cuando asumimos riesgos. Para agenciar tendríamos que activarnos más en función de premisas y no necesariamente actuar (o no actuar) sobre hechos consumados.
Agenciar también significa acelerar diligentemente y confiar en nuestra capacidad para tomar decisiones sin tener control completo sobre todas las variables, pues si nos quedamos esperando validar todos los fenómenos del presente, puede terminar siendo demasiado tarde en el fluir de la realidad y los riesgos asumidos mucho más grandes. Agenciar la seguridad podría considerarse un modo “inteligente” de gerenciar la incertidumbre, donde no hay garantía de infalibilidad, pero confianza en que si promediamos nuestras acciones (y contenciones) en el tiempo, el resultado será muy positivo.