Desde finales del año pasado he tenido la oportunidad de acompañar como mentor a varios a jóvenes profesionales de la seguridad, que en los últimos tres o cuatro años han venido emergiendo en América Latina, y en particular desde Venezuela, Colombia y México. Quisiera en estas líneas relatar un poco mi experiencia y lo que he aprendido de este oficio de la mentoría, que me resulta por demás valioso y muy interesante.
Siendo la mentoría un arte que no se aprende usualmente en las universidades, me he tomado en serio aprender e investigar sobre el tema y cómo puedo sacar el máximo provecho en mi rol de mentor. Debo comenzar citando un estudio realizado en 2018 por la Universidad Olivet Nazaren en Illinois, en el cual encuestaron a más de 2000 profesionales en relación con el Mentoring.
En la investigación se destaca que, en los Estados Unidos, un 44% de los profesionales nunca han tenido una sesión de mentoría y que en el 61% de quienes han recibido mentoría, esta surgió como un proceso natural en sus carreras y no como algo planificado.
Debo comenzar diciendo que en la profesión de la seguridad, la mentoría es una costumbre rara y muy poco conocida, a pesar de lo necesaria que resulta, en un oficio tan complejo como el de la gerencia de riesgos. Puedo atreverme a afirmar que no llega al 10% de nuestros profesionales la posibilidad de contar con un mentor.
En tal sentido, mi intención con este texto es de alguna manera, convocar a los profesionales con más experiencia (y años) a aprender a ser mentores y en paralelo, a los más jóvenes a buscar apoyo en ellos, a fin de establecer un vínculo que los va a ayudar a crecer, tanto en lo profesional como en lo personal.
Les comparto algunas pistas para desarrollar una mentoría positiva y que deje huella en sus discípulos:
La mentoría debe ser integral y es necesario que abarque varios ámbitos de la vida y la persona a quien estamos apoyando. Un mentor debe conocer sobre la familia, las aspiraciones, las frustraciones, los fracasos, la profesión, la formación y las metas de sus discípulos. Ser mentor se enfoca en estimular el máximo potencial de aquel que recibe la mentoría, con el propósito de que se desarrolle integral y armónicamente en su vida profesional, sin dejar de lado a su familia, su salud y sus intereses personales.
En una primera sesión siempre le pido a mi discípulo que en menos de treinta minutos me cuente su vida, y al terminar, yo en menos de treinta minutos, le cuento la mía. Este ejercicio sirve para construir confianza y encontrar puntos comunes a partir de los cuales comenzar a trabajar.
La mentoría se trata de hacer buenas preguntas. La idea es retar a nuestro discípulo con preguntas que le hagan reflexionar en lo que está haciendo hoy y cómo se proyecta hacia su futuro. Entre mis preguntas favoritas están:
- ¿Cómo te ves en cinco años a nivel profesional y familiar?
- ¿Quiénes han sido las figuras más influyentes en tu vida?
- ¿Cómo es la relación con tus padres?
- ¿En qué ocupas tu tiempo cuando no estás trabajando?
- ¿Cómo evalúas tu relación de matrimonio o pareja?
Todas son preguntas para desarrollar y permiten compartir experiencias, anécdotas, puntos de vista, frustraciones y éxitos. Algo importante en la mentoría es que las sesiones deben ser confidenciales y la información que se comparte mutuamente debe hacerse bajo el compromiso de no utilizarla o difundirla. Es la clave principal para la confianza.
Una mentoría debe iniciarse con una meta o un propósito. No se trata de ser mentor eterno. Según el estudio de la Universidad Olivet, el tiempo estimado para completar un ciclo de mentoría es de unos tres años y medio. Usualmente se hace en sesiones mensuales. Quizás la pregunta principal aquí es ¿Cómo definirías tu éxito personal a largo plazo? Con frecuencia y para estimular la respuesta de mi discípulo comienzo por darle unas claves de cómo yo he definido mi propio éxito.
Un segundo aspecto relevante en la mentoría es no darle el pescado a nuestro discípulo sino enseñarlo a pescar. Lo importante aquí es que nadie puede vivir la vida por otro. Cada uno tiene sus propias experiencias y maneras de resolver los escollos. El mentor debe mostrar el camino, poner en claro las opciones, facilitar el proceso de ordenar ideas y brindar confianza, pero nunca dar una receta. En la vida y en las profesiones no hay recetas.
Cada discípulo tiene sus propias fortalezas, el mentor debe identificarlas y facilitar que su discípulo las reconozca y aprenda a perfeccionarlas. Siempre he creído que es mucho más valioso y estimulante hacer de las fortalezas una ruta a la excelencia, antes que insistir en corregir debilidades en las que probablemente nunca seremos más que el promedio. Evidentemente, hay debilidades que debemos corregir para tener éxito, pero la mentoría, en mi opinión, se trata más de desarrollar potencialidades y aptitudes que nos son propias, que nos apasionan y que van a servir de trampolín para nuestras carreras.
Un último aspecto que quisiera señalar es que cuando se es mentor, se juega también a ser modelo para nuestros discípulos. Estos se fijan mucho en lo que eres, lo que has logrado y cómo abordas tu vida y tus problemas. Un mentor no es un superhéroe, es un ser humano, muy humano que ha acumulado experiencias valiosas de éxitos y fracasos en su vida y está dispuesto a compartirlas de manera honesta.
Ser un mentor integral, considerando que la persona que recibe tu mentoría va más allá de su desarrollo profesional, producirá un impacto positivo y duradero en su vida y en su éxito de largo plazo. Aun me falta mucho por aprender en este oficio de la mentoría y espero poder seguir ayudando a otros a ser mejores personas y profesionales.
Para escribir este artículo utilicé como apoyo las experiencias de Rick Woolworth, quien es presidente de la Fundacion Telemachus, una organización dedicada a la mentoría de líderes emergentes.