Si bien es cierto, que todos los indicadores del país están en sus peores condiciones históricas, me niego a creer que ya nada sirve, y que necesitaremos dos generaciones para enmendar el estado de deterioro en el que se encuentra Venezuela. Hago esta reflexión no por ser un optimista incurable, más bien con el convencimiento que los ciudadanos de esta tierra no somos ni peores ni mejores que nuestros vecinos de la región, quienes, en momentos aciagos de su reciente pasado, muy parecidos a los nuestros hoy, debieron asumir y cumplir el compromiso de impulsar sus sociedades hacia rumbos de mayor progreso.
Pero, ¿qué lecciones hemos aprendido de toda esta violencia acumulada? ¿es posible apalancarnos en la adversidad para crecer sobre ella y salir fortalecidos? En lo que a la seguridad se refiere, puedo tener algunas respuestas que me gustaría compartir con ustedes.
En primer término, hemos aprendido lo que no se debe hacer. Para vivir más seguros es necesario garantizar la institucionalidad y la independencia de los poderes. Se requiere un Estado que trate a sus ciudadanos con madurez, mediando imparcialmente en los conflictos y no, como ha ocurrido hasta hoy, que se ha dedicado a enfrentarnos casi como enemigos. Los venezolanos sabemos ya que los discursos violentos desde los liderazgos son chispas sobre hierba seca, que incendian y arrasan con la tolerancia y la capacidad de disentir, convirtiéndose en dardos que envenenan las relaciones de convivencia. Nuestro país vive hoy la violencia desenfrenada producto de la impunidad, haciendo de la actividad criminal un negocio altamente lucrativo y de muy bajo riesgo. La lección que literalmente nos ha costado sangre es que la autoridad debe ejercerse con decisión y apego a la ley, dejando esa actitud timorata y cómplice con la delincuencia que llega a parecer una relación de conveniencia entre aquellos que se alimentan de la incertidumbre y el caos.
En sentido más positivo, esta realidad nos ha fortalecido frente a la adversidad. Nos hemos convertido en ciudadanos más conscientes de los riesgos, tenemos más y mejores defensas, y tanto la intuición, como la percepción en torno a los peligros se han afinado. La razón por la que el hampa ha variado sus modos de operación con tanta frecuencia se debe, en esencia, a la capacidad que hemos desarrollado para repeler ataques protegiéndonos de maneras más efectivas. Nos hemos hecho más resilientes y, por tanto, más hábiles para sobreponernos a la hostilidad.
No debe confundirse la resiliencia de los venezolanos con conformismo o resignación. Al contrario, es precisamente la destreza de adaptarnos a nuevas y más complejas situaciones lo que estimula la creatividad y potencial innovador de la gente, que, en mi visión del tema, es otra gran capitalización de la crisis. Somos hoy más emprendedores y solucionadores de problemas de lo que nunca antes fuimos como sociedad. Me asombro con frecuencia de los modelos, métodos o artificios que la gente aplica para procurarse un poco de seguridad y tranquilidad. En este mismo orden debe incluirse el alto índice de recuperación que tienen nuestras organizaciones ante contingencias y emergencias. No podemos negar que somos exitosos dándole la vuelta a las circunstancias para tratar de ponerlas a nuestro favor. Quizás una de las críticas frecuentes que recibimos como pueblo es que hasta las más grandes calamidades las atenuamos con el humor y la chanza. Estoy convencido que es un rasgo virtuoso que nos identifica, de lo contrario, los niveles de agresividad y violencia en nuestras relaciones serían más elevados y nuestros conflictos peores de lo que ya de por sí son.
Una lección adicional digna de mencionar es el talento que tenemos los venezolanos para conformar redes contributivas. Puede resultar obvio que ante situaciones extremas la gente se aglutine para fortalecerse y protegerse, sin embargo, las actitudes colaborativas en ocasiones se sustituyen por la rivalidad y la competencia propia del sentido de supervivencia frente a la escasez. Estoy convencido que valores como la solidaridad y el sentido por el otro nos ennoblecen y de allí, esta potencialidad para colaborarnos. Para nosotros es muy importante sentirnos parte de algo que nos de sustento. Es aquí donde la seguridad como generadora de certezas resulta una clave en la creación de pertenencia y bienestar. Esta potencialidad para afiliarnos es parte de nuestra inteligencia social colectiva que nos protege frente a las adversidades.
La lista de aprendizajes que nos está dejando nuestras circunstancias puede tener dos destinos; convertirse en un largo rosario de oportunidades desperdiciadas o en una escalera para elevarnos sobre las dificultades y vislumbrar un mejor y más brillante futuro. Está en cada uno de nosotros decidir,
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