Dicen que toda realidad tiene dos caras, y lo más común es mostrar la mejor de ellas. A la seguridad, sin embargo, no siempre le resulta fácil lucir sus mejores ángulos. Lo digo, porque es un oficio que con frecuencia le toca asumir actitudes duras frente a situaciones en extremo difíciles.
La seguridad la asocian a la lucha contra amenazas, de allí, que la identifiquen con la muerte, el secuestro, el robo, la extorsión. No cabe duda, que alguien debe hacer “el trabajo sucio” y responder a las desviaciones de individuos o grupos que se salen de la norma. Pero junto a esta realidad, convive otra que valoro como positiva, más cerca del lado bueno de la persona y más en contacto con esa otra dimensión “elevada” del ser humano.
Me refiero aquí a la búsqueda del bienestar, de la paz, la tolerancia, la tranquilidad y la convivencia. La seguridad no puede eludir su responsabilidad en el combate activo del delito y la violación a la norma, pero tampoco puede olvidar su espacio en el terreno preventivo que tiene en frente. Para nadie es un secreto que la prevención es más gratificante, económica, rentable y de resultados más duraderos que la reacción y la contención del crimen.
Desafortunadamente, a los seres humanos no se nos da la prevención de manera natural, tendemos a retar al entorno y responder a situaciones una vez que las amenazas se hacen claras y presentes. Es difícil encontrar una explicación a estas inclinaciones; algunos biólogos evolucionistas la relacionan con la necesidad de la especie en demostrar su supremacía sobre la tierra, desafiando peligros y superándolos. Ya sea por evolución o por otra causa, lo importante es que la previsión, y la prevención como parte de ella, puede desarrollarse como una competencia asociada a la seguridad.
Los individuos y las organizaciones previsivas son la consecuencia de un proceso de crecimiento consciente de la seguridad, y si bien sólo una parte de la seguridad puede asumirse desde la prevención, y la reacción ante desviaciones es absolutamente necesaria para preservar el orden, estamos demasiado acostumbrados a reaccionar y no hacemos el menor esfuerzo para mover la balanza en dirección de las actitudes previsivas, aun cuando exista margen de acción y cueste poco. En esencia, la seguridad es la expresión de la cara que decidamos mostrar: la confrontación reactiva o la tranquilidad de la prevención.
*Este artículo, en su versión original forma parte de la colección publicada en el libro RAY en Seguridad, 2016