La disolución de la soberanía en los Estados se manifiesta de múltiples formas, pero quizás la más evidente es la que ocurre en las fronteras. Es por los bordes por donde se “deshilachan” los países. Esto no ocurre por azar y su curso natural desemboca en el conflicto.
Cuando un gobierno destruye la institucionalidad, convierte la impunidad en un bono para el delincuente, se transforma en la amenaza principal para su propia población y, además, fracciona el territorio en parcelas para ser explotadas por la actividad criminal, entonces estamos frente a la lógica de la disolución de una nación, expresada en la aceleración de la conflictividad en todas las capas sociales, pero, sobre todo, se hace evidente con el fortalecimiento de grupos criminales, tanto del Estado como extraestatales y paraestatales, y cuya lógica es la confrontación.
En los países, la criminalidad está siempre presente, y es oportunista. Cuando se dan las condiciones, va a pasar de baja intensidad, a formas más organizadas y autosustentables. De allí, que la desinstitucionalización es directamente proporcional a la expansión del crimen organizado.
En los niveles superiores, las estructuras criminales no sólo se expanden, sino que ejercen su propia autoridad por encima de lo que pueda quedar de Estado y su población, en lo que se llama paz criminal. Una forma compleja de orden dentro del caos basado en el miedo y la represión.
Pero como en todo sistema complejo, el crimen en estas magnitudes opera lejos de su punto de equilibrio, aunque es adaptativo, por tanto, muy sensible a las condiciones del entorno. Esto se traduce en que las sociedades viven siempre en el continuo entre dos puntos: negociación o conflicto.
De hecho, estos son sistemas que necesitan el conflicto para poder canalizar las energías del crimen. Por ello, el delincuente prefiere los entornos grises y caóticos, y si existe algún tipo de paz, es la que impone el crimen, siempre dependiente de la azarosa voluntad del capo de turno.
Otro aspecto clave de la complejidad y que está presente en las fronteras es la no linealidad de la realidad. Esto es que no existe una lógica entre causas y consecuencias, todo es nebuloso (típico de lo gris). De allí, la dificultad en entender lo que ocurre y la facilidad para que ocurran nuevos conflictos.
Una vez que las sociedades entran en la compleja dinámica del caos todo sistema de referencia anterior basado en la institucionalidad desaparece. Ya no existen parámetros fijos, y es precisamente en ese estado – flotante – donde resulta más fácil dominar a la gente.
Se construye así un círculo vicioso (y caótico) de dominación:
Esta es la fórmula mágica que sostiene a los Estados Criminales.
Se llama Control Through Chaos (CTC), y el primer paso para salir de ellos es entenderlo.
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