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La visión catastrofista de los riesgos

Estamos viviendo unos tiempos en los pudiera existir la percepción que los riesgos son inevitables. En este sentido es necesario comprender que, en esta sociedad del riesgo, estamos expuestos a múltiples amenazas más allá de nuestras capacidades de evitarlas.

Hoy, los riesgos son intrínsecos a la complejidad en la que estamos inmersos. Sin embargo, la presencia de riesgos no determina la materialización de una realidad catastrófica. Todo riesgo pertenece al territorio de lo probabilístico, es decir, existe tanto la posibilidad de que se materialice y genere impactos no deseados, como de que esto no ocurra, por tanto, el riesgo per se no es una condena a priori que nos somete a vivir en un mundo inevitablemente ahogado en la liquidez de los tiempos.

El problema radica en que, en gran medida, la probabilidad de materialización de los riesgos la determina la calidad de la amenaza y su poder para explotar las vulnerabilidades de las potenciales víctimas, y en el caso particular de riesgos emergentes se agrega el poder adictivo que tales amenazas emplean para seducir a quienes con bajos niveles de conciencia, terminan atrapados en sus redes.

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En este contexto líquido es muy fácil entonces confundirse y caer en el dilema del catastrofismo de quienes predican el fin de los tiempos. Un ejemplo clarísimo de esto es el impacto del ser humano en el cambio climático.

Desde hace cinco décadas existe un relato, ya globalizado, que la raza humana destruyó el planeta y aunque ya hemos causado daños irreversibles, si no hacemos algo muy pronto no nos vamos a salvar. Es un dilema perder – perder, pues para el fanatismo verde cualquier acción siempre será poca para salvarnos y la inacción nos convierte en criminales depredadores de los recursos naturales. Quizás medio siglo sea un tiempo corto para validar esta hipótesis de la catástrofe ambiental, pero lo que es cierto es que aun seguimos viviendo sobre la faz de la Tierra y que, así como hemos dañado el entorno, también trabajamos en alguna medida para recuperarlo y mejorarlo.

El punto aquí es que detrás de los riesgos existe una probabilidad de materialización de daños y pérdidas, pero también está presente la posibilidad de evitarlo o mitigar sus efectos, y esa es una de las funciones más importantes de la seguridad como sistema de gerencia de riesgos. Caer en el falso dilema del catastrofismo es, de alguna manera, negarnos en nuestras capacidades, no sólo de salvar al planeta, sino de desarrollar soluciones para un mejor futuro.

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