Toda seguridad involucra una transacción. Es decir, para pasar a un estado superior de tranquilidad y certeza algo debe entregarse. La seguridad, por tanto, tiene un costo que usualmente se mide en dinero, tiempo, comodidad, esfuerzo y, en términos clásicos, también en libertad.
Sin embargo, la seguridad en su concepción más amplia encierra un objetivo fundamental; la reducción de causas que impidan al ser humano el ejercicio pleno de sus derechos. En tal sentido, opera como un propulsor activo de la vida y el bienestar de los ciudadanos.
Frederick Hayek en su obra de 1969, Nuevos Estudios en Filosofía, Política y Economía plantea que cuando a las sociedades se les permite autoorganizarse en su economía, emerge de ellas un orden espontáneo que es producto de la acción humana y no del diseño, lo que las hace más libres y equitativas.
La noción del orden espontáneo de la economía me ha resultado retadora, porque de alguna forma, la seguridad en el mundo de las posibilidades infinitas puede llegar a ser un potente sistema para la libertad, en lugar de su antagonista, que es como la hemos asumido en las convencionalidades de lo inamovible.
No intento comparar la economía con la seguridad. La primera, al dejársele libre se hace compleja, mientras que la otra, al ordenársele entendiendo la complejidad, se convierte en un instrumento para potenciar a las sociedades, lo que es de alguna manera, un ejercicio de libertad. Lo cierto es que ambas son en extremo sensibles al poder y son con frecuencia manipuladas para controlar o reprimir, no sólo en regímenes totalitarios sino en democracias.
Hemos visto como en nombre de la bioseguridad durante la pandemia del COVID -19 se han extremado regulaciones contra la población Europa Occidental, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, sólo por mencionar algunos con altos índices de libertades individuales, en unas agendas que trascienden lo sanitario y pasan a la dimensión del Estado Policial con la implantación de pasaportes COVID y otras modalidades de control social.
Si algo ha puesto de manifiesto la aceleración de la complejidad es que, con el derrumbe de los paradigmas de lo sólido, se han borrado las referencias que dan arraigo a las sociedades, relativizándolas hasta el nivel del pánico, y en nombre de la seguridad, se ha subordinado a la libertad, en el clásico ciclo del control totalitario.
Visto así, la seguridad adquiere la forma de adhesivo que se le pega a la superficie a la sociedad y a sus individuos para protegerlos de las amenazas, ya que al no comprender el entorno en el que está inmerso es indispensable que el Estado cubra su fragilidad, a fin de no ser agredido por lo desconocido. Es justo aquí, en la narrativa de la sociedad débil y que necesita ser resguardada por el Estado protector, de dónde emerge la casi inevitable tentación del poder sobre la libertad.
Por ello, la necesidad urgente de invertir el paradigma del ser humano como objeto de la seguridad para transformarlo en sujeto, lo que es sin duda una discusión complicada teniendo en cuenta a las grandes amenazas que llegan justo en el momento en el cual el individuo está más vulnerable, pero absolutamente necesaria si aspiramos a construir defensas reales frente a los riesgos líquidos.
*Este texto es un extracto editado del libro Riesgos Líquidos disponible en Amazon.