Dice un proverbio que “aquellos a quienes los dioses quieren destruir, primero los enloquecen”
Ya bien entrado el siglo XXI resulta evidente que nuestra realidad, tanto global como local, luce conducida por la irracionalidad y no está precisamente marcada por las certezas de épocas más tranquilas. Mientras escribo estas líneas leo la nota de WhatsApp de un buen amigo que vive en Tel-Aviv y que sirve de pincelada para ilustrar mi punto: “toda la familia resguardada en el cuarto blindado del apartamento, más de 190 cohetes balísticos disparados desde Irán, el sistema de defensa funcionó de forma excelente. Israel responderá muy fuerte”.
Sin duda, vivir bajo una lluvia de misiles es una locura; pero volviendo al proverbio, lo que pareciera estar fallando es que ya han pasado demasiados años y las fuerzas irracionales que actúan a sus anchas sobre el planeta, aun no han sido destruidas, más bien luce lo contrario, se fortalecen en el caos global. En el pasado, al menos existía la esperanza que la locura terminara en destrucción, dando paso a un nuevo tiempo más estable y racional. Esta posibilidad es hoy inexistente.
El asunto es que muchas veces hemos afirmado que la seguridad se conecta con la tranquilidad. Sin embargo, en estos tiempos esto dejó de ser una verdad. El desafío de hoy trasciende lo convencional, y es que ha llegado el punto en el cual la seguridad debe responder a sus objetivos de prevenir y proteger más allá y por encima de la intranquilidad. Estas dinámicas ultra complejas han cambiado el paradigma; ahora se trata de alcanzar nuestras metas en medio de la incertidumbre y el riesgo que la acompaña.
Quizás siempre ha sido de esa forma, aunque nunca como en la actualidad el riesgo ha estado tan omnipresente, por lo que no nos queda otra opción que asumirlo, con todo lo que ello implica. Aquello que llamábamos “tiempos más tranquilos” lo que realmente significaba era que podía haber otras posibilidades, incluyendo la capacidad de negarnos a aceptar los riesgos que considerábamos inmanejables. Pero a la seguridad en tiempos líquidos y complejos le resulta muy difícil decir NO como respuesta frente a las exigencias de las organizaciones.
Planteándolo de manera sencilla; para sobrevivir al mundo globalizado e interconectado estamos obligados a administrar riesgos que exceden nuestras capacidades, pues negarnos a hacerlo implicaría quedar por fuera de la dinámica que nos sostiene. Es como montar bicicleta sin la posibilidad de poner un pie en el suelo, si paramos de pedalear nos caemos.
Ante semejante realidad de locura, ¿cómo pueden las organizaciones conseguir un espacio para hacerse más seguras?
La respuesta no es difícil; en ninguna parte, y es indispensable el mindset adecuado para aprender a entender y gerenciar la seguridad en medio de la turbulencia. Ante tal reto debemos plantearnos una organización distinta y con capacidad de adaptación a un entrono complejo e incontrolable. En el libro Riesgos Líquidos propuse que esta organización debía definirse como Altamente Confiable y preparada para operar en el cuadrante lo muy complejo y riesgoso.
Esta organización altamente confiable requiere un liderazgo y una cultura muy particular porque necesita sintonizar su pensamiento y acción en varias frecuencias simultáneamente. En esencia debe ver lo general y lo particular, la estrategia y la maniobra, la experiencia y la innovación, pero sobre todo las actitudes previsivas y al mismo tiempo resilientes. Esta manera de pensar y actuar en un espectro es el nuevo paradigma de la seguridad. Ya nada es estático, ahora todo fluye y las decisiones se toman en movimiento. Es como un piloto de F1 girando a alta velocidad e intentando ganar una carrera, necesita frenar y en fracciones de segundo volver a acelerar al máximo, para luego volver a frenar en la curva siguiente.
El paradigma de la organización altamente confiable que hemos discutido no es solo una respuesta a la realidad actual, sino una anticipación necesaria del futuro. En este nuevo escenario, la seguridad se convierte en un acto de equilibrio dinámico, donde la estabilidad surge de la capacidad de adaptación constante. En última instancia, la «locura» de nuestros tiempos puede ser vista no como una maldición, sino como un catalizador para la innovación y el crecimiento. Las organizaciones que abracen esta nueva realidad, que cultiven una cultura de adaptabilidad y resiliencia, sobrevivirán en este mundo turbulento, y muy probablemente prosperarán en él.
El futuro pertenece a aquellos que pueden encontrar la claridad en medio del caos, la oportunidad en medio del peligro y la confianza en medio de la incertidumbre. En este nuevo paradigma de seguridad, la verdadera fortaleza radica en nuestra capacidad de cambiar, adaptarnos y evolucionar continuamente.