Todo riesgo implica un grado de incertidumbre. Esta afirmación puede extrapolarse a un terreno más práctico con el propósito de construir una definición del riesgo, que sea válida para la seguridad, y que puede plantearse de la manera siguiente: el riesgo es la cantidad de incertidumbre implícita en el logro de objetivos específicos. En este marco sería igualmente conveniente definir a la incertidumbre como la variabilidad impredecible que afecta el desempeño en el entorno organizacional.
Bajo el paragua de estos dos conceptos se puede considerar a la seguridad corporativa como una forma de intervenir la incertidumbre, con el fin de incrementar las probabilidades de que una organización logre sus objetivos. La seguridad se convierte entonces en una herramienta para la gestión estratégica del éxito.
Al definir la seguridad como una respuesta a la incertidumbre nos adentramos además en una dimensión existencial, ya que se trata, en alguna medida, de la necesidad humana de descubrir lo desconocido y hasta cierto punto hacerlo cuantificable para poder gestionarlo. Una muestra de esto es la industria de los seguros que ha convertido el riesgo en un valor y, por tanto, en un negocio basado en el margen de incertidumbre, o dicho de una forma más técnica, en la probabilidad de materialización de un riesgo.
Pensar en la seguridad como un modo de intervenir la incertidumbre cambia el paradigma de lo reactivo a lo preventivo. La necesidad urgente de evitar que los riesgos se materialicen convierte a la profesión en un sistema de anticipación y pronóstico del futuro. Ya no sólo se trata de protegernos de las amenazas del presente, que sabemos que están allí al acecho de pequeñas vulnerabilidades o descuidos que explotar y sacar provecho, sino que ahora, la función necesita entender profundamente el entorno el cual opera la organización, y a partir de las condiciones del presente, modelar posibles futuros y preparase para ellos. Es un poco como el meteorólogo que al medir las variables del clima puede pronosticar en cierta medida el curso de una tormenta. Esta capacidad de reducir la incertidumbre permite adicionalmente disminuir sensiblemente la ansiedad que produce el ritmo acelerado de la vida actual, lo que genera organizaciones más estables. Por otra parte, el sentido de anticipación que acompaña a la seguridad provee a las organizaciones un estado más robusto de resiliencia.
Es precisamente allí, en el terreno de la resiliencia, el espacio sobre el cual la seguridad debe enfocar sus esfuerzos, porque la resiliencia es la capacidad de estar preparados y responder ante aquello “desconocido” que pueda ocurrir, con el propósito de restaurar la normalidad de las organizaciones. Ser resilientes es, por tanto, el estado anticipativo frente a la incertidumbre, y al mismo tiempo, un modo de intervenirla.
La relación entre riesgo e incertidumbre es fundamental para entender cómo gestionar la seguridad de hoy, y cómo hacerla evolucionar para enfrentar las amenazas presentes y futuras. La capacidad de convertir incertidumbres en riesgos gestionables, mientras se mantiene la flexibilidad para manejar lo verdaderamente incierto, es indispensable para el desarrollo estratégico de la seguridad.
No voy a extenderme más en este artículo porque creo que ya es lo suficientemente denso. Sin embargo, les sugiero a mis colegas, intenten pasar de lo conceptual a lo práctico y “aterricen” la visión resiliente de las organizaciones como el modo más adecuado de intervenir la incertidumbre, lo que coloca a la seguridad en la función estratégica que por tanto tiempo ha reclamado.