Eric Hobsbawm, el reconocido historiador británico definió en su libro, La era de los extremos, al período entre 1914 y 1991 como el siglo XX corto. 77 años en los que cambió profundamente la historia de la humanidad. En ese mismo marco temporal pudiese encuadrarse lo que filósofos y sociólogos llamaron la modernidad, incluida la propia posmodernidad, cuyos efectos hoy son más palpables que nunca, y que, a su vez, parecieran pronosticar que el planeta está llegando a un pronunciado punto de inflexión, más allá del cual todo es inesperado e incierto.
Sin duda, lo que hace un poco más de treinta años describieron algunos autores de la posmodernidad como Jean Baudrillard, Zigmunt Bauman o Michael Foucault se corrobora hoy en el triunfo de lo individual sobre lo colectivo y el derrumbe de la ciencia y la cultura de los expertos, en un mundo con información infinita y disponible desde cualquier smartphone.
Lo que resulta sorprendente y que constituye una de las paradojas asociadas a estos tiempos líquidos es que la incertidumbre no disminuye a pesar de la disponibilidad de información, más bien, todo apunta a que tiende a incrementarse, lo que me lleva al análisis de la naturaleza de los riesgos líquidos que tenemos por delante, y el desafío que representa desarrollar formas para identificarlos y posiblemente mitigarlos.
El posmodernismo y sus efectos “adictivos” y contradictorios en relación a la sobre dependencia de la vida en redes virtualizadas, pero que al mismo tiempo estimulan la independencia y los modos de producción autónomos, nos ha vendido la idea que los riesgos del mundo líquido son epistemológicos, es decir, que su origen es la incertidumbre o desconocimiento en torno a las amenazas, pero que si contamos con las destrezas necesarias, podremos conseguir respuestas para mitigarlos sin que nos afecten de forma significativa.
Sin embargo, la idea que hoy nos busca convencer de la naturaleza epistemológica de los riesgos, es la misma que nos ha puesto frente a un futuro inmediato lleno de incertidumbre, y por tanto, impredecible.
Esa tautología sobre la cual la incertidumbre se persigue su propia cola buscando despejar los riesgos que genera es irresoluble y nos mantiene, no sólo corriendo en círculos, sino atrapados en un sistema del cual se benefician aquellos que administran el acceso a la información y manejan las poderosas plataformas de la vida y la economía digital.
Se han preguntado alguna vez ¿Qué pasaría con los millones de pequeños y medianos negocios online que dependen casi en exclusiva de Instagram o Facebook para generar sus ingresos, si estas redes dejan de operar o simplemente cambian sus políticas de acceso?
Si bien durante la modernidad, la humanidad pasó por dos guerras mundiales y una larga guerra fría, lo que se tradujo en dos generaciones con una altísima carga de sufrimiento y resiliencia, a partir de la caída del muro de Berlín y el fin de al Unión Soviética el mundo, cansado del tenso equilibrio de la potencial violencia nuclear, entró en una larga pausa de aparente quietud que dio lugar a una visión menos conflictiva y por tanto, facilitadora de la expansión globalizadora, lo que también produjo la fragilización de las estructuras sobre las cuales hemos ensamblado la economía, con dependencia en complejas redes informáticas, vulnerables a múltiples y anónimas amenazas.
Una de las características de esta posmodernidad, quizás tardía, es que aprovechándose de la individualización no busca el fortalecimiento de la sociedad frente a los riesgos, sino que trata de gerenciarlos a través de la data science y la analítica, volviendo a la tautología sobre la cual los riesgos se mitigan sabiendo más, y como todos (en teoría) podemos tener acceso a información infinita, estaríamos construyendo un futuro impredecible pero seguro.
En este sentido, la Inteligencia Artificial se ha convertido en uno de estos santos griales de los riesgos epistemológicos. Las asombrosas capacidades de procesamiento y almacenamiento de datos, cada vez más baratas y accesibles han transformado a los algoritmos en fórmulas para la alquimia de la civilización digital, lo que sin duda otorga un poder extraordinario a quienes conocen y operan estas tecnologías, sin embargo, lejos de romper con la tautología, nos hunde aun más en ella, y nos hace más dependientes de quienes sostienen el modelo.
Quizás, no exista una fórmula para romper con la paradoja de la incertidumbre vs. el acceso la información y la respuesta nos devuelve a que la incertidumbre es intrínseca al sistema, por tanto, imposible de resolver, tal como, analógicamente lo planteó Werner Heisenberg en su principio de indeterminación en 1927. El universo en su propio tejido constitutivo hace inherente la imposibilidad de determinar con precisión y simultaneidad la posición y cantidad de movimiento de una partícula.
En el caso de los riesgos podríamos pensar que existe igualmente un principio de incertidumbre universal, en cual cada riesgo lleva implícito una condición ontológica y no epistemológica de su propia naturaleza riesgosa, y por tanto imposible de ser completamente mitigado. Aquí cabe utilizar el ejemplo del aeroplano; el trade off de poder volar a alta velocidad y si obstáculos para llegar prontamente a nuestro destino pasa por el riesgo de retar a la gravedad, pues a la más mínima falla, la probabilidad de que nos precipitemos al vacío sin demasiadas esperanzas de salvación es altísima.
El riesgo de volar es intrínseco a la actividad misma, y por tanto ontológico e inseparable. Por supuesto que la seguridad aeronáutica trabaja sin descanso para que la porción epistemológica (vinculada al conocimiento y las mejores prácticas de seguridad) de los riesgos sea mitigada al máximo, lo que reduce significativamente las probabilidades de un accidente. Por ello, los aviones empleados en el negocio de la aviación civil tienen un piloto y un copiloto, dos motores y otras redundancias que los hacen altamente confiables.
Lo que quisiera destacar aquí, a manera de conclusión, es que los riesgos generados a partir del mundo complejo, acelerado e individualizado de la posmodernidad llevan intrínsecamente una condición que limita su mitigación, y que es precisamente ese margen inmitigable sobre el que debemos generar conciencia, pues se nos ha querido convencer de que estos riesgos no existen, y que, por tanto, la realidad es inocua.
Los riesgos derivados de esta transformación profunda de la humanidad son enteramente líquidos y si bien podemos asumir que a través de las herramientas tecnológicas y del conocimiento estaríamos en capacidad de moderarlos para hacerlos tolerables, no debemos perder de vista que ontológicamente están instalados en los modos de vivir y producir de las sociedades modernas y sólo a partir de nuestro mindfulness en torno a ellos tendremos un futuro con más certezas.