El retrato del Arco Iris. Homenaje a los servicios de intelgiencia ingleses

Isabel I y la fundación de los modernos servicios de Inteligencia. Historia del espionaje – Capítulo 20

Durante su largo reinado de 45 años, Isabel I de Inglaterra comprendió la importancia vital de contar con servicios de Inteligencia eficaces ante las numerosas amenazas internas y externas que enfrentaba. Por ello, la reina Tudor sentó las bases de la moderna Inteligencia británica al instituir una vasta y sofisticada red de espionaje y contraespionaje sin precedentes, cuyas avanzadas técnicas operativas y de recopilación de información permitieron desarticular numerosos complots en su contra, prevenir invasiones extranjeras y garantizar la seguridad del reino. Los logros de sus principales espías maestros, así como la profesionalización y sistematización del trabajo de inteligencia implementadas durante este período, constituyeron un hito fundacional que preparó el camino para la posterior consolidación de los renombrados servicios de inteligencia e información británicos.

Desde el inicio de su reinado en 1558, existía una fuerte tensión entre católicos y protestantes, luego de la separación con la iglesia de Roma realizada por su padre, Henrique VIII 23 años antes. Durante años el compromiso religioso tolerado por la mayoría de la población católica en Inglaterra se mantuvo, pero en 1570 se rompió abruptamente cuando el Papa Pío V lanzó un interdicto sobre «Isabel, la presunta reina de Inglaterra». La bula de excomunión liberaba a los súbditos de su lealtad a la reina, convirtiendo así a los católicos en potenciales traidores más por efecto de la bula papal que por la represión real. A medida que aumentaba la intransigencia católica en el continente, se endurecieron las medidas legales contra los católicos en Inglaterra. A partir de 1580, los misioneros jesuitas enviados clandestinamente por España para alentar la rebelión fueron expulsados del país y algunos fueron ejecutados.

La amenaza más significativa sobre Isabel se centraba en los complots católicos para asesinar a la reina y reemplazarla por María, Reina de Escocia, su prima católica. En este punto destacan dos conspiraciones importantes, la de Throckmorton en 1583 y la de Babington en 1586, ambas descubiertas gracias al trabajo de Francis Walsingham.

Isabel I no hubiese sobrevivido tanto tiempo en su reinado y en medio de tantas amenazas, si los hombres de mayor talento político de aquel lugar y época no la hubiesen acompañado. William Cecil, un Richelieu adelantado en el tiempo, tan inteligente y sagaz que se le conocía como «el hombre de los pasos invisibles», y Francis Walsingham, genio absoluto de la política clandestina en el Renacimiento, ambos inauguraron una época en la que la censura, la propaganda y el espionaje cristalizarían como herramientas políticas junto con el secuestro, la tortura, la pena de muerte, el asesinato político, la masacre y las purgas de todo tipo. El cuidado de las formas y el escrupuloso cumplimiento de los protocolos de la Corona sirvieron para disimular un salvajismo atroz y maquiavélico.

Estadista y diplomático inglés, Walsingham fue el principal secretario de la reina Isabel I y se hizo legendario por crear una red de inteligencia altamente efectiva. Logró frustrar con éxito a los enemigos extranjeros de Inglaterra y exponer a los conspiradores internos que buscaban deponer a Isabel y devolver a un monarca católico al trono. Anticipándose a métodos que solo se convertirían en rutina siglos después en los servicios de inteligencia del mundo, Walsingham empleó agentes dobles, propaganda encubierta y desinformación, descifrado de códigos y agentes provocadores para promover los intereses ingleses. Sus esfuerzos culminaron con la ejecución de María, Reina de Escocia, en 1587, poniendo así fin a la amenaza católica y consolidando el poder isabelino hasta la muerte de la reina en 1603.

Desde el flanco externo, tampoco faltaban amenazas. En ese terreno el peligro provenía de la España católica de Felipe II, quien apoyaba los complots contra Isabel. La derrota de la Armada Invencible fue posible gracias a la información de los espías ingleses. En mayo de 1588, una gigantesca flota española de 154 barcos, la más grande vista en las costas europeas hasta ese momento, zarpó de Lisboa rumbo al mar del Norte. Bajo el mando Alonso Pérez de Guzmán, su misión era navegar hasta la costa flamenca y proteger el cruce del Canal de la Mancha de cientos de barcazas con infantería de los Tercios de Flandes. Una vez en Inglaterra, las tropas lideradas por Alejandro Farnesio desembarcarían, tomarían Londres y destituirían a la reina Isabel I, quien un año antes había ordenado la ejecución de María Estuardo. Con esta operación, Felipe II perseguía tres objetivos principales: suprimir el apoyo a los rebeldes holandeses, poner fin a las incursiones de corsarios ingleses en América y reimplantar el catolicismo en Inglaterra.

A pesar de la necesidad de secretismo para el éxito de la misión, el plan de la Armada Española se filtró rápidamente debido a la eficacia de las redes de inteligencia inglesas y las dificultades de ocultar una operación de tal magnitud. Londres recibió informes sobre compras masivas de provisiones en puertos europeos. Sin embargo, la filtración clave ocurrió en el Vaticano a principios de 1587, cuando alguien copió el plan de combate que Felipe II había enviado a Roma para obtener la contribución financiera prometida por el papa Sixto V. Aunque el Vaticano no aportó fondos, los detalles completos del proyecto se divulgaron, incluso se publicaron en Londres convirtiéndose en un auténtico éxito de ventas.

A la muerte de Walsingham en 1590, la red de inteligencia inglesa se vio muy comprometida debido principalmente a sus altos costos de mantenimiento y a la dificultad para trazar la información en un sistema que se había creado y administrado de manera cerrada por varias décadas. Sin embargo, hubo varios intentos por reconstruir la red de inteligencia que tantas ventajas había traído a la Corona inglesa. Quizás un de los intentos más significativos vino de parte de uno de los favoritos de Isabel, el conde de Essex en 1592. Este, con el propósito de exaltar su ego frente a la reina, inventó un complot de asesinato en contra de la monarca, culpando al médico real, el portugués Rodrigo Lópes, quien nunca fue desleal a la Corona, pero fue torturado hasta el punto que le hicieron aceptar una confesión falsa de intentar envenenar a Isabel, a cambio de 50.000 coronas, supuestamente pagadas por Felipe II de España. El conde, años más tarde sería ejecutado por traición, luego de la toma militar del puerto de Cádiz.

El último gran esfuerzo por rescatar el orden y la importancia de la Inteligencia de Inglaterra fue asignado por la reina Isabel a Robert Cecil en 1596, hijo de William Cecil, Lord tesorero, consejero real y barón de Burghley. En apenas dos años, Cecil (hijo) había reconstruido una gigantesca red continental de Inteligencia, con agentes en Lisboa, Sevilla, la costa mediterránea española, Bayona, la bahía de Vizcaya y Roma. Pero Cecil no se conformaba con tener espías en tierras enemigas, también había colocado agentes en Escocia, Holanda, Alemania, Dinamarca y Suecia.

El Orgullo de Cecil por su red de inteligencia quedó vívidamente ilustrado en el último retrato de Isabel, ‘El Retrato del Arco Iris’, que según varias fuentes aseguran, fue encargado por él. El cuadro se exhibió por primera vez en 1602, un año antes de la muerte de la reina, durante su visita a Theobalds, atribuido al pintor Isaac Oliver. El retrato no da ninguna pista de que Isabel tenía casi setenta años. Sus retratistas sabían que ella esperaba ser representada como la encarnación de la eterna juventud. El retrato de Oliver está lleno del tipo de simbolismo que atraía tanto a Isabel como a Cecil. En una mano, la reina sostiene un arco iris con el lema non sine sole iris (‘no hay arco iris sin el sol’); con la otra, llama la atención sobre los ojos y oídos que cubren su capa, simbolizando su supuesto sistema de Inteligencia omnividente y omnipresente. Bordada en un brazo está la serpiente de la sabiduría. Como Sir Robert Cecil sabía, a Isabel le gustaba interpretar tales símbolos. Su padre, Lord Burghley, una vez le escribió sobre la rapidez con la que la reina había descifrado el significado de una ‘Carta Alegórica’ que él le había enviado: ‘Creo que ninguna dama…ni descifrador de la corte habría disuelto la figura como lo hizo Su Majestad’. Era apropiado que el hombre que encargó el retrato fuera el jefe de inteligencia de la reina, así como ministro Principal. Aún hoy, en ninguna parte del mundo hay otro retrato de un gobernante que rinda tal tributo a la calidad de sus servicios de inteligencia.

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