Imperio Romano. Historia del espionaje Capítulo 12.

El Imperio Romano – Historia del espionaje – Capítulo 12

Con el asesinato de Julio César en el 44 a.C.  la república romana devino en dos décadas de guerra civil y no fue hasta el año 27 a.C. cuando emergió Octaviano, el sobrino nieto de César, quien terminó convirtiéndose en el Emperador Augusto e imponiendo un nuevo orden a lo que sería el futuro imperio.

Los dos siglos siguientes son recordados como la edad de oro de la Pax Romana, período en el cual la paz reinó en buena parte de Europa, aunque con un gran “hueco” a partir de las fronteras germanas del Rin, donde los bárbaros derrotaron en el año 9 d.C. al ejército de Augusto, exactamente en el bosque de Teutoburgo, lo que evitó que Roma pudiese imponer su modelo de pacificación al Este del río. Los historiadores atribuyen esta derrota a las graves fallas de la Inteligencia militar de los romanos, considerada como débil y vulnerable, en comparación con la de Julio César medio siglo antes.

La derrota de los romanos en Teutoburgo le fue endosada a Publio Quintillo Varo, el gobernador de la provincia germánica, quien subestimó a su fuente principal, un hombre conocido como Segestes, quien formaba parte del grupo de poder de los bárbaros, pero funcionaba como infiltrado y pasaba información a los romanos. Segestes, semanas antes le había indicado a Varo sobre las tácticas bárbaras de la guerra, pero este se creyó superior a su enemigo y fue derrotado luego de tres días de batalla. Varo se suicidó luego del combate, pues ya sabía lo que le esperaba al rendir cuentas a Augusto.

La forma más común de Inteligencia en el naciente imperio romano era el uso intensivo de informantes e infiltrados entre los grupos de poder. Augusto era un hombre de carácter ansioso y veía conspiraciones en todas partes. Quizás para evitar lo que le había ocurrido a su padre adoptivo Julio César, quien terminó asesinado por su entorno, Augusto llevaba una espada al cinto y vestía con una armadura metálica ligera debajo de su ropaje, además de moverse acompañado de una guardia de escoltas de diez hombres. Como procedimiento estándar de seguridad, a los senadores sólo les era permitido aproximarse a Augusto, uno a la vez, y eran requisados por los guardias para detectar dagas ocultas.

A los informantes de Augusto se les conocía como delatores, término que a partir de su reinado cambió para siempre su significado. El emperador se encargaba personalmente de manejarlos. Augusto, quien era conocido por su apetito sexual, con frecuencia utilizaba a sus delatores como intermediarios para arreglarle encuentros con mujeres. Los delatores además de ser los oídos de Augusto debían verificar previamente los cuerpos desnudos de las damas, a fin de garantizar que se ajustaran a los gustos de su jefe.

Con la llegada del sucesor de Augusto, el emperador Tiberio César, en el año 14 d.C. se incrementaron considerablemente el número de delatores en el entorno del gobernante. La profesión de delator era bien remunerada y no pública, por razones obvias. Tiberio era aun más obsesivo con las conspiraciones que Augusto. De acuerdo con el filósofo Séneca, en el reinado de Tiberio era más fácil morir por cargos de traición que por ir a pelear a la guerra.

Los cuatro sucesores de Augusto, pertenecientes a la dinastía de los Julio – Claudio (Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón) muy posiblemente les prestaban tanta atención a los delatores como a los videntes y adivinadores de la corte. Según la historia, un oráculo al hacer un sacrificio con sangre de garza advirtió a Calígula que sería asesinado por un complot tramado por Casio, ante lo cual, el emperador mandó a ejecutar al procónsul de Asia, Casio Longino, Sin embargo, Calígula se equivocó, pues el verdadero complot lo había planeado Casio Carea en el año 41 d.C.

Los servicios de Inteligencia durante los años del imperio romano fueron bastante deficientes. No contaban con los medios adecuados para distinguir las amenazas reales de las falsas y los emperadores eran tan supersticiosos que igual respondían a los rumores de los delatores que a las predicciones de los adivinos. La prueba más contundente de las fallas en la Inteligencia está en que casi el 75% de los emperadores romanos fueron asesinados o derrocados de su trono.

La seguridad de los emperadores estaba a cargo de la Guardia Pretoriana, un cuerpo élite que disfrutaba de muy buena paga y recibía bonos y premios del emperador. Durante el período de Claudio, el emperador les otorgaba un bono anual a cada guardia que era superior a cinco salarios. Sin embargo, en una cantidad de conspiraciones en contra de los emperadores estaba involucrada la Guardia Pretoriana. Quizás el caso más evidente ocurrió en el año 192, con el asesinato del emperador Cómodo, en el cual estuvo directamente implicado el prefecto de los pretorianos.

Durante los años del imperio previos a la conversión al cristianismo, lo más cercano a un cuerpo de Inteligencia eficaz fue el uso de los frumentarii. Se trataba de agentes que se encargaban de la compra y distribución de granos para suplir a las tropas en todos los espacios territoriales del imperio. Debido a que tenían que viajar por muchas partes y hablar con gobernantes y militares, se convirtieron en más que delatores. Tenían la capacidad de llevar y traer información y alertas tempranas, además de ver, de forma más integral, lo que ocurría en el imperio. Esta tarea de Inteligencia asignada a los agentes de comercio y distribución de granos se expandió con mucha más fuerza en el siglo segundo, de donde datan reportes del emperador Adriano (117 -138) asignando labores de espionaje a los frumentarii.

No cabe duda que el imperio romano fue una formidable maquinaria militar que logró dominar gran parte del mundo conocido en su época. Sin embargo, la visión convencional y militarizada sobre sus enemigos y la confianza en su fuerza bruta los llevaron a ser negligentes en el uso de la Inteligencia y el espionaje. Roma no creía tener enemigos lo suficientemente grandes o poderosos como para constituir una amenaza real. Esta falta de percepción contribuyó a la ausencia de una estrategia de Inteligencia real y efectiva.

A medida que el tiempo avanzaba, el imperio comenzó a enfrentarse a amenazas internas y externas que minaron su estabilidad. Bárbaros, revueltas en provincias y conflictos internos fueron algunos de los desafíos que se presentaron. La falta de información precisa sobre estos problemas y la incapacidad para anticipar sus consecuencias debilitaron la capacidad de respuesta de Roma. De haber existido algún modelo de Inteligencia, hubiesen contado con conocimiento más detallado de las fuerzas enemigas, sus tácticas y planes, permitiendo probablemente una mejor preparación para enfrentar las amenazas emergentes.

Un ejemplo notable de la falta de visión fue la incapacidad de Roma para anticipar la incursión de los bárbaros germánicos liderados por Alarico en el año 410 d.C., quienes saquearon la Ciudad Eterna, por primera vez en 800 años. La sorpresa y el caos resultante sigue siendo hoy un corolario de la falta de inteligencia estratégica y la subestimación de los enemigos.

Además, el sistema político y social del Imperio Romano también fue susceptible a la manipulación y la infiltración, lo que se hubiese podido detectar a tiempo, de haber ocurrido un desarrollo sistemático del espionaje. La corrupción interna y la disidencia entre las élites políticas y militares podrían haberse enfrentado de manera más efectiva mediante la recopilación de información confiable y el uso de herramientas de inteligencia, que ya para la época existían.

La lección de Roma sirve como recordatorio sobre la importancia de la Inteligencia estratégica para mantener la seguridad y la estabilidad de una nación en un mundo lleno de incertidumbre y desafíos en constante evolución.

@seguritips

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