Estado policial

La guerra es la paz,

la libertad es la esclavitud,

la ignorancia es la fuerza*

Quién haya leído 1984, la novela de George Orwell comprenderá lo qué es un Estado Policial.

Se trata de un régimen estricto de vigilancia y control ejercido por cuerpos policiales y militares con el propósito de evitar “desviaciones” a los intereses del poder gobernante.

Por paradójico que parezca, los estados policiales son en extremo inseguros. En ellos, sus ciudadanos nunca están a salvo porque no se respetan las leyes, y la justicia opera como un cerco opresivo para aquellos que se atreven a oponerse a sus prácticas autoritarias. Es un estado de incertidumbre y de sospecha generalizada que actúa bajo la presunción bajo la cual todos son culpables y no importa la demostración de inocencia. Es en esencia un modelo muy opaco de control orientado al sometimiento intimidatorio de la sociedad.

Por la descripción, pareciera que Venezuela se aproxima con velocidad a un estado de tipo policial, aunque algunos aun dudan de las capacidades gubernamentales para lograrlo. Sea policial o no, lo importante es que desde hace ya algún tiempo padecemos sus efectos, que tienden a profundizarse de manera irreversible.

Otra paradoja del Estado Policial tiene que ver con la creación desde el poder de una percepción de fortalezas en sus mandos, mientras que la realidad revela las profundas debilidades de sus estructuras.  Es una especie de simulación que amenaza con más violencia y autoritarismo en la medida que sus bases se desmoronan. Es por ello, que los estados policiales solo pueden limitarse a la persecución puntual pero sistemática de sus enemigos políticos, mientras dejan impunemente el terreno abierto para la corrupción de los adeptos y leales a sus filas.

Por mucho tiempo hemos pensado, y está en nuestro imaginario colectivo, que un Estado por ser policial incluye la garantía de protección a sus ciudadanos. En el modelo policial de Estado que ha venido tomando forma en Venezuela, esta premisa está ausente. Al contrario de Cuba, Korea del Norte o los antiguos países de Europa del Este, dónde hasta el viento pedía permiso para moverse, aquí, se ha dado una fusión, también paradójica, de la delincuencia con el poder. En términos sencillos, la acción criminal se ha convertido en un medio adicional para el sometimiento de la sociedad a través del miedo y, si bien los intereses del gobierno no son los mismos que los de las bandas, ambos se complementan en una maquinaria de opresión en todos los ámbitos de la vida nacional.

El problema es que en esta versión tropicalizada de “gran hermano” que todo lo vigila y todo lo controla, la seguridad ciudadana no tiene mayor importancia, pues la escalada de violencia en la que vivimos hundidos no presenta indicios de cambio en direcciones más favorables, a pesar de los casi treinta planes de prevención y protección que han emanado del gobierno en los últimos 18 años.  

Definitivamente, la vía en la que nos movemos no nos conduce a una solución de fondo que mejore de manera definitiva el tema de la seguridad ciudadana. Estos modelos persecutorios y represivos que invierten sus recursos en la eliminación de toda disidencia, más allá de un Estado Policial, parecieran facilitar el camino para la disolución de lo poco que nos va quedando de país.

@seguritips

 

*Lema del Gran Hermano en la película 1984, basada en la novela de Orwell

 

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