Siendo las elecciones el origen de la legitimidad en las democracias, son al mismo tiempo, el punto en la historia de las naciones desde donde emerge el poder; de allí el interés de organizaciones líquidas que, simulando ser políticas, las manipulan, no sólo alterando sus resultados, sino influenciando a los votantes antes de decidir sus votos.
Existen múltiples evidencias de fraudes electorales cometidos desde dentro y fuera del poder. En las elecciones de Bolivia en 2019, las primeras auditorías mostraron el cambio de los servidores de totalización en un momento en el cual los resultados no le eran favorables a Evo Morales, con el propósito de colocarlo por delante de los otros candidatos.
La historia reciente ha dado evidencia de casos mucho más sofisticados. En Venezuela, se ha documentado el registro de hasta cuatro millones de votantes virtuales que aparecen y desaparecen de acuerdo con las conveniencias del Consejo Nacional Electoral. En las elecciones a la ANC de agosto de 2017, la empresa Smartmatic proveedora de soporte tecnológico del órgano electoral denunció que en la totalización aparecían un millón de votos más de los que ellos contabilizaban desde su plataforma.
Pero, en este 2020 estamos llegando al punto máximo de la licuefacción electoral con los venideros comicios en Los Estados Unidos. Son tantas y tan complejas las amenazas sobre la elección de noviembre, que es posible ver un resultado que no sea copia de la voluntad real del elector.
Para empezar, en EE. UU. existen tantos sistemas electorales como estados tiene la Unión. Basados en las autonomías regionales, cada uno administra su propia plataforma de votación y contabilización de votos. Por otra parte, cada estado tiene varias modalidades para el voto temprano, que inicia 4 o 5 semanas antes del día de la elección, como la posibilidad del voto por correo, que en época de pandemia se estima puede llegar a ser hasta de un 50% del total de los votos que se vayan a emitir.
Sin embargo, la preocupación más grande en relación con el resultado electoral proviene de las poderosísimas campañas online no oficiales, muchas de ellas impulsadas desde países como Rusia y China, orientadas a modificar el comportamiento de votantes indecisos, con el fin de favorecer a un candidato o a hacer parecer que la política de cierto partido se alinea con la posición de naciones que no son aliadas de los Estados Unidos.
Lo electoral se ha convertido en el nuevo campo de batalla para la materialización de riesgos líquidos, más aún cuando lo que está en juego es el poder en la nación más fuerte e influyente del planeta.
Si bien la manera en la que estos riesgos actúan no responde a una secuencia determinada o dependen de factores que predisponen su materialización, se pueden identificar algunos signos vinculados a ellos. En primer término, la realidad deja de estar definida por las certezas sustituyéndose por grandes lagunas de incertidumbre. Donde antes existían posiciones sólidas en relación con el valor de las instituciones, el estado de derecho o las normas sociales, ahora aparecen situaciones inesperadas o casi inimaginables hasta hace muy poco. Ya en un entrono de incertidumbre, la realidad es lo suficientemente fértil para contra informar, desinformar y falsear la verdad, lo que no sólo potencia la incertidumbre, sino que genera el ambiente caótico propicio para que, hasta lo imposible, comience a lucir probable.
Para el proceso de relativización de la verdad mientras más interpretes existan, más signos se interponen entre el objeto y la realidad, haciéndole más complejo al ciudadano común su entendimiento del entorno, y por tanto, limitando cualquier posibilidad de ubicarse en el presente y sin capacidad para pronosticar el futuro inmediato. Todo esto, mezclado con la polarización del debate político impulsado desde las redes sociales y acelerado por medios con altísimo poder de difusión.
La incertidumbre y el caos existen no porque alguien esté diseñando la realidad para que ocurra de esta manera, ambos son elementos naturales de las dinámicas complejas. Lo que hay detrás, son organizaciones que han aprendido a sacarle provecho a la impredecibilidad y a la incomprensión de la realidad, poniéndose en una posición de mucha ventaja estratégica sobre aquellos que aun perciben el mundo como una sucesión lineal de causas y efectos.
Si bien, no todas las organizaciones que explotan el caos son criminales, aquellas que lo hacen sólo por el poder pueden considerarse como tales, ya que pueden intervenir en la voluntad de los individuos y comunidades para modificar sus percepciones en torno a la libertad, la democracia o el voto. Operan como hackers de las sociedades y la manera que estas tienen de elegir a sus gobiernos.
Ya la fragilidad de las democracias no sólo puede medirse a través del poder de sus instituciones, las múltiples posibilidades de intervenir en procesos electorales y que pueden pasar bajo el radar de la ley o el control social han quedado en evidencia en muchas partes del mundo, tanto es así que cada elección no sólo es un negocio para organizaciones criminales dedicadas a enrarecer las atmósferas de los países en momentos de elección, sino que se han convertido en puntos nodales para el marketing de ideologías, la promoción de organizaciones no gubernamentales pero plagadas de intereses políticos y hasta para experimentos sociales masivos a través de la manipulación de datos y el uso de inteligencia artificial.
Algo, en apariencia tan sencillo como la elección de candidatos a través del conteo de votos se ha transformado en el nuevo y difuso plano de una guerra de amenazas anónimas y completamente asimétricas. Son una expresión muy completa del ciclo de formación de riesgos líquidos.
Ciclo de formación de riesgos líquidos
Como todo riesgo líquido, sólo puede ser mitigado interrumpiendo su ciclo a través de la reducción de la incertidumbre. De allí que, la conciencia social y la participación protagónica de los ciudadanos en los procesos electorales, inclusive a la par de los órganos del Estado creados para tal fin es condición indispensable para que se desarrollen comicios con las garantías debidas, transparentes, justos y medianamente libres de amenazas. No entender hoy el riesgo de hacer elecciones en medio de la incertidumbre es perder la democracia.
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