En el mundo de 2021 quedarnos inmóviles pareciera que ya no es una opción. Vivimos bajo un paradigma donde correr es mejor que caminar y volar mejor que correr. Es el síndrome de la bicicleta; si dejas de pedalear te caes.
En estos tiempos de aceleracionismo, que ni la pandemia global han logrado detener, resulta conveniente preguntarnos si la seguridad no se convertido, ahora más que nunca, en un aparato reactivo frente a los cambios del entorno, ya que la realidad está cargada de tanta incertidumbre, que sencillamente no es posible prevenir aquello que es impredecible.
Los que vivimos inmersos en la seguridad sabemos por experiencia que los días aburridos y normales son los mejores, sin embargo, desde hace un buen tiempo, ya esos días no existen. Aunque planifiquemos, establezcamos prioridades y definamos objetivos, el devenir de los acontecimientos indetenible y caótico, y cada vez más impacto en nuestro trabajo y nuestras vidas; es como si la frontera que demarcaba nuestro entorno de responsabilidad se hubiese expandido, o peor aún, pareciera que todo lo que ocurre en el planeta ahora tiene algún nivel de significación hasta en lo más cotidiano de nuestra realidad.
Hace pocos días, tras un Golpe de Estado en Myanmar, un amigo me escribía preocupado sobre la pérdida del esfuerzo democrático que intentaba ese país. Igualmente, en un foro de uno de mis clientes en Colombia se discutía sobre los efectos del Brexit en la economía europea. No me quedó duda alguna que la globalización ha ensanchado nuestra visión y reducido la geografía, pero más allá de todo, nos ha hecho hipersensibles de un mundo sobre el cual no tenemos control alguno.
Ulrich Beck en su conocido libro, La Sociedad del Riesgo (1986) adelantaba que los seres humanos hemos creado peligros de tales dimensiones, que no somos capaces de contenerlos dentro de nuestras fronteras, y por tanto nos tendríamos que convertir en la sociedad de la preocupación global, a fin de asegurar la subsistencia de los individuos sobre el planeta. Tal es el caso del cambio climático o el Covid19.
Sin embargo, ¿hasta dónde las dinámicas de cambio acelerados y globales impactan realmente a nuestras organizaciones? O ¿se justifican realmente nuestras angustias por lo que sucede en este entorno ampliado en el que vivimos?, y que cada vez se asemeja más a un timeline de acontecimientos que se nos acumula, ante el cual no tenemos respuesta alguna.
En tal sentido, les comparto algunas reflexiones que nos pueden ayudar a centrar la atención y el trabajo en aquello que tiene peso real, sin perder la perspectiva que vivimos en un mundo muy pequeño e interconectado.
En primer lugar, es necesario tener actualizado nuestro mapa de riesgos. En esta realidad muchos riesgos están interconectados en relaciones de causa y efecto, de allí que una visión ampliada sobre la posible cascada de acontecimientos que pueden derivarse de algunos incidentes internacionales y domésticos va a ayudar a dimensionar los impactos. En el caso de la pandemia resultó evidente el efecto dominó que pasó de lo local a lo global y viceversa. Sin embargo, no todos los riesgos se propagan con la misma rapidez, usualmente existe un margen de protección para prepararse en proporción al potencial impacto. En este aspecto es válida la expresión: visión global, acción local.
En segundo término, toda organización necesita cierto estrés para mantener a tono la musculatura de sus planes de contingencia. Debemos tener claridad que, en la seguridad, por mucho que trabajemos en prevención, siempre existirá un margen para lo inesperado, es precisamente allí donde podemos probar la calidad y efectividad ante lo impredecible. Una aproximación flexible, proporcional y razonada es necesaria, ya que existe una delgada línea en la cual se corre el riesgo de sobre reaccionar o quedarnos cortos y ser arropados por la crisis. En tal sentido, todo riesgo debe ser valorado para estimar su potencial impacto. Puede optarse por una escala de impacto directo sobre el objetivo de la organización que vaya desde muy bajo hasta muy alto, con tres o cuatro grados intermedios y con acciones asociadas a cada nivel. Ningún riesgo con probabilidad de afectarnos es despreciable, por tanto, lo primero que se requiere es conciencia de que existe y una guía con la estrategia básica de respuesta.
La tercera recomendación es integrarse activamente a las redes profesionales de seguridad. Mientras más y mejor información tengamos sobre lo que ocurre global y localmente estaremos en mejores condiciones de adaptarnos para responder. Así como la globalización ha estrechado al planeta y acercado los problemas, también ha aproximado la experiencia y el conocimiento de infinidad de personas y organizaciones que están en el terreno valorando la realidad y estimando riesgos. El error más grande en el que puede incurrir hoy un gerente de seguridad es aislarse de su entorno.
Efectivamente, estamos viviendo tiempos acelerados que exigen ir mucho más allá de los esquemas tradicionales de prevención. Hoy no todo es previsible, pero tampoco inmanejable. Ha llegado el momento de aprender a volar en turbulencia, de allí que los instrumentos de navegación van a requerir más precisión y mayor atención de quien tiene el mando. No estamos para “pilotos automáticos” pero creo que, si tenemos confianza en lo que hacemos, existe espacio para hacer una pausa y dejar de pedalear para no cansarnos. En una bicicleta siempre hay oportunidad de poner un pie sobre el terreno y pararnos para no caernos.
Este artículo apareció publicado por primera vez en https://www.seguridadenamerica.com.mx/ Edición 126 mayo 2021.