En las charlas de seguridad en las que participo, una de las preocupaciones que manifiestan los padres de hijos adolescentes es la actitud de reto que los jóvenes tienen frente a los riesgos, sobre todo a la subestimación de la inseguridad y la violencia en la calle. En este sentido conviene saber que el 80% de los adolescentes conocen la diferencia entre el riesgo y la seguridad. A pesar de ello, sus conductas y actitudes frente a la vida, sus relaciones y la toma de decisiones pudieran considerarse riesgosas ante los ojos de un adulto promedio. Al menos, esto es lo que opina el Dr. Ronald Dahl, investigador en la Escuela de Salud Pública de la Universidad de California en Berkeley.
No es casualidad que los mayores indicadores de morbilidad y mortalidad en jóvenes no sean enfermedades sino problemas de conducta como accidentes automovilísticos, homicidios, abuso de drogas y enfermedades de transmisión sexual.
Los adolescentes tienden a involucrarse en situaciones riesgosas debido a la forma cómo sus cerebros maduran. Está demostrado clínicamente que la descarga de hormonas vinculadas al desarrollo no solo interviene en cambios corporales, igualmente afectan funciones cerebrales relacionadas con la calibración de los procesos de ensayo – error y en la relación riesgo – recompensa como fórmulas de aprendizaje y crecimiento emocional.
¿Se han preguntado por qué en los adolescentes todo es tan dramático, importante y emocional? Pareciera que en cada decisión se les va la vida, por muy insignificante que pueda lucir. Recientes investigaciones sugieren que el cerebro teen procesa los riesgos de manera similar a los adultos, pero con una diferencia; el joven sobreestima las recompensas. Cuando la relación riesgo – recompensa no está en sincronía el adolescente se expone desproporcionadamente, y así lo expresa, en comparación con lo que obtiene a cambio. Son vidas interpretadas al extremo con resultados muy limitados. Este desfasaje, no obstante, sirve a un propósito, y es que desear exageradamente una recompensa es el estímulo perfecto para experimentar y aprender cosas nuevas.
En un proceso complementario actúa el ensayo y error como método para experimentar repetidamente una conducta, que al no lograr los resultados deseados (producto de la sobreestimación de la recompensa) debe probarse de nuevo para satisfacer la necesidad de obtener la recompensa tan esperada. Pudiéramos pensar que el adolescente al no alcanzar los picos anhelados en sus dramáticas acciones de riesgo, se va a frustrar con facilidad y abandonar sus conductas. Sin embargo, sus cerebros no operan de esta forma, la acción de la Dopamina en áreas determinadas produce un efecto de anticipación de la recompensa tan poderoso como la recompensa misma. Esto explica por qué en estas edades se pueden jugar videojuegos muy complejos que requieren innumerables intentos antes de avanzar en sus niveles y no darse por vencidos. La anticipación de la recompensa mantiene la motivación encendida y por tanto las ganas de seguir asumiendo conductas de riesgo.
Como guía para los padres resulta clave ayudar a nuestros adolescentes en la estimación real tanto de los riesgos, como de las recompensas esperadas. Por otra parte, si bien el ensayo y error es un método efectivo para sembrar nuevos aprendizajes, debemos estar atentos a las conductas ansiosas provocadas por la anticipación de recompensas que nunca se van a materializar en la proporción que el joven tanto anhela. Pasar progresivamente del mundo emocional e intenso a un proceso de análisis un poco más cercano a la realidad es un signo de crecimiento y entrada a la adultez.