Hasta la aparición de la internet a principios de los años noventa, las amenazas tenían rostro y podían marcarse en algún punto del mapa. Hoy, la realidad es distinta, el peligro es anónimo y ubicuo, se vale de la tecnología para delinquir, y la seguridad, en ocasiones, pareciera quedar sin respuestas ante lo que se presenta como el reto de defensa más importante para las nuevas sociedades del conocimiento: protegernos de lo que no se ve, pero que puede destruirnos.
En el pasado, el enemigo era fácil de reconocer. Durante el siglo XX, la humanidad luchó en dos conflictos mundiales donde había países “buenos” y otros “malos”. Hasta finales de los ochenta, en la llamada Guerra Fría, se enfrentaban dos visiones del mundo: las naciones “libres y democráticas” contra las “comunistas y totalitarias”. Los bandos en pugna eran fácilmente reconocibles. Entre sus características más importantes estaba el diferenciarse el uno del otro. Una de las razones que explica la limitada evolución de la seguridad durante estos años se vincula precisamente con las poquísimas complicaciones que tenían las autoridades para identificar, leer e interpretar el nivel de peligrosidad que tenían las amenazas. Es curioso observar que, al igual que las amenazas, la mayoría de los superhéroes de estereotipo justiciero de la cultura pop aparecidos en este período se diferenciaban usando llamativos trajes y extraños poderes que notoriamente los apartaba del resto de la humanidad. La inconciencia colectiva nos obligaba a marcar una línea bien gruesa entre aliados y amenazas.
Con el siglo XXI, se hicieron invisibles los rostros de las amenazas. El anonimato en Internet potenció inmensas oportunidades para nuevos depredadores. Se trata de terroristas, estafadores o pedófilos quienes pueden terminar siendo nuestros vecinos. Hoy en día, no es garantía aislar al delincuente, porque aun así las telecomunicaciones y las redes le permiten continuar explotando a sus víctimas. Al poder de la tecnología para organizar e impulsar amenazas lo acompaña la facilidad de acceso a la información. El extraordinario nivel de interconexión de los dispositivos electrónicos permite que cada vez más datos se correlacionen, desarrollando a su vez la capacidad de hacer aproximaciones predictivas sobre preferencias de sus usuarios. El marketing 2.0 se basa en el estudio permanente de los hábitos de consumo de compradores incautos que con cada clic de compra alimentan modelos de comportamiento del ser humano. Estas herramientas también están en manos de delincuentes que se organizan internacionalmente para vaciar cuentas bancarias y obtener imágenes pornográficas de niños, que venden a enfermos sexuales en todas partes del mundo.
El ejemplo clásico del anonimato y ubicuidad de la amenaza es bastante reciente. Quedó plasmado el 11 de septiembre de 2001, cuando un grupo de extremistas árabes secuestraron y estrellaron grandes jets, convirtiéndolos en misiles contra íconos del poder en los Estados Unidos. Nadie podía explicarse cómo una operación de esta magnitud, causante de daños humanos, materiales y morales de inmensas proporciones y consecuencias, podía haber ocurrido en el lado oscuro de las redes, e invisible a sistemas tradicionales de seguridad, anclados en los paradigmas de las amenazas diferenciadas del pasado. La visión de la seguridad basada en perfiles criminológicos del siglo XX se ha quedado paralizada frente a la capacidad “mutante” de las amenazas del presente. Hoy, las tácticas del terrorismo tienen sus fortalezas más importantes en el mimetismo con la sociedad de todos los días. Por ello, no es de extrañar que la principal amenaza para la seguridad y defensa de países desarrollados sean los terroristas “homemade”, camuflados como ciudadanos normales que tienen familia y pagan impuestos.
La seguridad de hoy está obligada a salir de la posición reactiva en la que se ha visto hundida por el poder de las nuevas amenazas. En este sentido, la tecnología y la inteligencia son aliados insuperables. La capacidad previsiva de individuos y organizaciones, la conceptualización de estrategias orientadas a mitigar riesgos y la formación de una cultura de prevención son claves para empezar a ganar batallas en esta realidad líquida y compleja.