Estoy convencido que cuando de seguridad se trata, siempre podemos hacerlo mejor. No voy a negar que en los últimos tiempos el mundo ha evolucionado y se han dado pasos en la construcción de mayor seguridad. Sin embargo, el camino por recorrer aún es muy largo. La seguridad en las organizaciones es una proyección externa de lo que es el pensamiento previsivo de sus miembros. Es decir, depende de las habilidades y consciencia ampliada que tengamos para entender y abordar la incertidumbre y la complejidad.
Entre estas habilidades está la observación reflexiva, la previsión y la prudencia. De allí, y, primero que nada, necesitamos trabajar con la gente. Es necesario formar una cultura de prevención fuerte, donde todos nos veamos reflejados, pues la seguridad sólo es posible cuando esta se entrama en la organización a la que sirve. No podemos tener un país seguro si no existe la más remota noción de previsión en sus ciudadanos. Aquí, el Estado está llamado a formar a su población haciéndola más consciente de sus vulnerabilidades y amenazas. Cuando se falla en esta tarea, sólo viviremos la seguridad desde su lado represivo y paranoico (que es el peor), y dejaremos por fuera la posibilidad de crecer en la prevención.
Esta complejidad demanda de los que nos dedicamos a la seguridad, una visión más estratégica, con capacidad de relacionar eventos aparentemente aislados y «descifrar» patrones ocultos. No podemos seguir anclados en lo obvio, la realidad deja al trasluz meta-mensajes que debemos aprender a leer si queremos tener éxito.
El costo de no ponerse por delante de las amenazas es la materialización de los riesgos. Estamos obligados a ser proactivos y a trabajar por mantener a las organizaciones dentro de las zonas de prevención. Lograrlo requiere el mayor de los esfuerzos, ya que, en entornos de creciente incertidumbre, la realidad se inclina hacia la criticidad y la emergencia, alejándonos de nuestras capacidades de control. Una sociedad arrinconada por el miedo disminuye drásticamente sus posibilidades de ver más allá de sus narices.
Una causa probable que la seguridad se mantenga detrás de los cambios está en que se sigue percibiendo como un costo dentro de las organizaciones. Hasta ahora, no hemos sabido «vendernos» como un sistema para la creación de valor. Este viejo paradigma nos sigue ubicando en la dimensión del mal necesario y no de la manera correcta; la seguridad como balance. No se trata sólo de mejorar la seguridad en sus indicadores macros, es más bien construir una organización más eficiente, productiva y consciente de los riesgos. Esto es posible sólo si optamos por prevenir en lugar de reaccionar y si transformamos nuestras vulnerabilidades en capacidad para ser resilientes. En la seguridad, los errores son muy costosos y con frecuencia incluyen vidas humanas, por lo que la resiliencia también nos convoca a aprender de los errores y crecer en el proceso. No estamos hablando de una transición sencilla, la cultura de las organizaciones tiende a hacerse resistente y poco dúctil a los cambios. En este sentido, la seguridad no debe quedarse exclusivamente en lo estratégico; es en los detalles donde radican las grandes diferencias capaces de convencer hasta los más incrédulos. Los países que han entendido el secreto de “digerir” los problemas de seguridad en pedacitos, hoy muestran notables avances en la reducción de las cifras rojas, así como, mayor nivel de consciencia previsiva de sus ciudadanos.
Me refiero, a la construcción de una cultura centrada en la capacidad previsiva del individuo. En esta estructura no podemos dejar por fuera la formación integral del talento humano que dedica sus esfuerzos a la seguridad. Debemos transmitir a nuestra gente la visión estratégica y el sentido holístico implícito en la gestión de riesgos. Todos debemos estar alineados bajo un mismo Norte. Gobiernos, fuerzas militares, policías, empresas privadas, las comunidades y los ciudadanos. Cada uno, en su nivel, debe ser capaz de entenderlo y transmitirlo en sentido positivo, a fin de sumar a la cultura. Negarlo significa desterrar la esencia misma de la seguridad.
Por último y no por ello menos importante, está el valor de las herramientas tecnológicas de seguridad. Cada vez son más impactantes las capacidades que brinda la tecnología para potenciar la efectividad de la gestión de riesgos. Pero detrás de estos recursos debe estar siempre el criterio y la visión para convertir la data en información útil y productiva a los propósitos de la seguridad. No ayudamos cuando delegamos en grandes bases de datos nuestra experiencia y capacidad para entender lo complejo. El pensamiento previsivo no reside ni siquiera en el más sofisticado de los sistemas de inteligencia artificial, y hasta ahora, sólo la mente humana tiene la capacidad de correlacionar y construir argumentos que pueden salvar vidas con apenas piezas sueltas de información.
Alan Watts, filósofo y teólogo británico de principios del siglo XX escribió en su libro La Sabiduría de la Inseguridad que «para comprender la seguridad no hay que enfrentarse a ella, sino incorporarla a uno mismo.» Es esta quizás la forma más sencilla de entender una verdad que nuestra sociedad de la tecnología y la razón se esfuerza por complicar.
*Este artículo fue publicado originalmente en el Blog Espacio Seguro en 2018, bajo el título: De la inconsciencia paranoica a la seguridad previsiva.