En enero de 2020, el Foro Económico Mundial (WEF) publicó su acostumbrado informe anual sobre riesgos globales*, basado en los resultados de una encuesta realizada entre el liderazgo político y económico de mayor relevancia mundial. El documento ubica a las enfermedades contagiosas en la décima posición en relación con su impacto sobre el planeta y le otorga una probabilidad de 2.8 sobre 5 puntos. Temas como la pérdida de biodiversidad, el clima extremo, el acceso al agua potable y los ciberataques están, según el informe, muy por encima del riesgo global que representan las enfermedades de contagio.
Es evidente que las capacidades que tenemos hoy para predecir una pandemia de rápido desarrollo son tan limitadas como lo ha sido en el pasado imaginar que ocurriría algo como, el 11 de septiembre o el sunami de Fukushima. Y es que los riesgos de bajas probabilidades y altos impactos, o cisnes negros, como los bautizó en su libro: El impacto de lo altamente improbable, el matemático Nassim Taleb en 2007, son difíciles de pronosticar y más aun de prevenir. Como otros cisnes negros que el mundo ha vivido, dejan tras de sí, costosas consecuencias y profundos aprendizajes.
Gerenciar cisnes negros es el reto más exigente al que se puede someter el liderazgo, y de ello no escapan los gerentes y directores de seguridad.
Lo que comenzó a finales de 2019, como un virus contagioso en Wuhan, una importante ciudad china con 11 millones de habitantes, en la región central del país, terminó infectando a mas de 80 mil personas en China y cobrando la vida de 3 mil personas en a penas dos meses, para luego esparcirse por el mundo en pocas semanas y llegar a la fecha en la que escribo este artículo a 415 mil casos acumulados y 18 mil personas fallecidas.
Para la gestión de seguridad, la pandemia del COVID-19 no es un riesgo común que puede abordarse bajo los mismos criterios con los que se atienden daños patrimoniales, lesiones personales, casos de fraude o inclusive, incidentes tan sensibles como un secuestro.
Para administrar adecuadamente los procesos de seguridad vinculados a la pandemia dentro de una organización, necesitamos conceptualizar algunos elementos básicos del riesgo:
- El coronavirus COVID-19 es la amenaza
- Las debilidades, defectos u omisiones que tenga la organización con relación al manejo del virus son sus vulnerabilidades
- La infección (contagio) que sufra algún miembro de la organización será la materialización del riesgo.
- De la facilidad (o dificultad) que tenga el virus de contagiar a los miembros de la organización dependerá la probabilidad que se le asigne al riesgo.
- De la cantidad de personas (y procesos claves afectados debido a las personas contagiadas) dependerá el dimensionamiento del impacto que genere el riesgo en la organización.
La gestión del riesgo de contagio, desde la perspectiva del responsable de la seguridad en la organización, debe tener su punto de inicio en la reducción de vulnerabilidades. Mientras menos brechas se les dejen abiertas a la amenaza, las probabilidades de contagio se reducirán de manera sensible. En este sentido, los procesos de prevención y protección contienen varias tareas; desde la formación de conciencia situacional del problema, hasta el uso correcto de equipos de protección personal si fuese el caso. Todo aquello que se implemente para mantener a la amenaza (el virus) fuera del alcance de las potenciales víctimas de contagio pertenece al ámbito preventivo. Es así como, la actualización de políticas, normas y procedimientos relacionados con el distanciamiento social, horarios de trabajo, opciones de trabajo a distancia, medidas de cuarentena sobre personas que hayan estado en contacto con enfermos, la capacitación de personal que deba atender posibles contagios y la distribución de información de calidad en relación a signos y síntomas de la enfermedad van a incidir positivamente, tanto en la probabilidad como en el impacto que genere el riesgo en la organización. Por otra parte, las acciones de protección orientadas a separar las fuentes de contagio de las personas con potencialidad de enfermarse son igualmente indispensables en la mitigación.
Como complemento, en el proceso de planificación, el gerente de seguridad es el principal responsable de la recolección, procesamiento, análisis y diseminación de información sobre la pandemia, así como buscar y compartir prácticas exitosas de gestión con otros miembros del gremio, a fin de acelerar las curvas de aprendizaje y capitalizar éxitos tempranamente. Otras iniciativas, tales como; levantar perfiles de riesgo del personal, de acuerdo con condiciones de salud preexistentes y el seguimiento de casos sospechosos o confirmados de contagio pueden ser tareas que se realicen con los servicios médicos de la organización. Son igualmente acciones de planificación las auditorías a proveedores y la generación de reportes de estatus al comité ejecutivo.
Para algunos profesionales de la seguridad estos pueden ser momentos de agobio y fracasos, mientras que para otros puede resultar en la gran oportunidad para demostrar las capacidades que han desarrollado a lo largo de su profesión. En mi caso, lo veo como un momento excepcional para impulsar a la organización hacia una seguridad positiva**, es decir, preparada para asumir con previsión y resiliencia los cisnes negros que la realidad nos pone en el camino.
Menú de opciones por proceso vinculadas a la gestión de pandemias
* http://www3.weforum.org/docs/WEF_Global_Risk_Report_2020.pdf
** https://albertoray.com/seguridad-positiva-un-ano-despues/
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